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Pedro de Tena

Perplejidad de un porquero

La verdad, si la cuenta Agamenón, es mucho más verdad que si la cuenta su porquero.

No es que uno haya nacido ayer ni que sea más tonto que Pepeleches. Aun aceptando que sigo invadido por un incierto nivel de ingenuidad, hay veces que necesito un Maimónides de la democracia que me guíe en mi descarriamiento. Puedo comprender con Azorín que los políticos practiquen la virtud de la eubolia, que consiste "en ser discreto de lengua, en ser cauto, en ser reservado, en no decir sino lo que conviene decir". Ya me sé el cuento del dueño de los silencios y el esclavo de las palabras. Pero ni siquiera a mi edad puedo comprender los silencios vergonzantes cuando se dicen las verdades del barquero, que, como saben, son verdades, las diga Agamenón o su porquero. Pero he ahí la perplejidad. No es cierto que el porquero tenga la resonancia de Agamenón, aunque su verdad sea irrefutable, maciza, redonda y desnuda. Así que, por una vez, permítanme ser lenguaraz, imprudente e incluso impertinente. En este país, todo el mundo habla con ligereza de los demás, pero nunca de sí mismo. Ya decía Borges que encontrarse consigo mismo es ominoso. Por ejemplo, los periodistas siempre hablamos o escribimos de otros, casi nunca de nosotros mismos. Hoy va a ser la excepción.

Resulta que, como saben, desde hace más de una semana este minero de las noticias (que es bien diferente al ingeniero de las redacciones o al pregonero de las tertulias) ha estado escarbando en los papeles de UGT Andalucía y ha publicado en este humilde medio sus resultados, algunos de ellos no sólo escandalosos sino, según las fuentes judiciales consultadas, más que presuntamente delictivos. Es evidente que trazar un plan para organizar la parafernalia de un congreso simulando sus gastos como si fueran memorias USB destinadas a la formación profesional con el fin de que el coste final fuese asignado a una subvención pública es algo más que una mala arte o un enjuague casual. Pero es que no se presentó un solo caso sino tres. Pues bien. ¿Creen ustedes que alguna agencia de información o medio relevante de prensa, radio o tv (con alguna excepción de impacto minoritario) se ha hecho eco de las fechorías? No. ¿Por qué? No me referiré ahora al miedo que en este país se tiene a los sindicatos, correas de transmisión, a veces de conducción, de la izquierda política. Ni siquiera me referiré a la justicia, aunque ningún juez o fiscal haya encontrado indicios para actuar motu proprio en este entuerto. Me referiré a la industria de la comunicación

Veamos. Los de Vocento no se hacen eco porque la noticia no es suya y porque además su proximidad con la COPE les impide hablar de Libertad Digital y esRadio, bestias negras. Los de la COPE odian a Federico y a César y lo que representan. En Onda Cero, ya se sabe, están a todas y con todos en el planeta. De la SER, ni hablamos. A El Mundo no le gusta un servidor, aunque fui su delegado en Andalucía durante los seis primeros años del periódico y les di no pocas primeras páginas. A El País, vamos anda. La Razón, léase lo de Onda Cero. A Canal Sur radio y televisión, ja, ja, ja. A las agencias de información se les habrá pasado. Etcétera. Esto es, unos por unas cosas y otros por otras, el resultado final es que se silencia una verdad como una casa. Seguramente el momento es políticamente incorrecto. Esto va de pactos. Hubiera sido mejor –dicen algunos– no sacar la información y negociar con ella. Ah, ¿no saben que eso se hace? Menos mal que los tontos somos legión y que, a pesar de todo, la democracia es posible.

Pero, señoras y señores, eso de Agamenón y la verdad es una trola como un piano de cola. La verdad, si la cuenta Agamenón, es mucho más verdad que si la cuenta su porquero. Palabra de plumilla minero, esto es, palabra de porquero.

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