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Pedro de Tena

Perplejos, a derecha, izquierda y centro

La casta política silencia y atormenta cada día a la España que trabaja y espera que alguien la tenga en cuenta.

La perplejidad es un estado de ánimo intelectual parecido a la duda paralizante del asno endosado a Buridán. Cuando uno está perplejo, la realidad supera la capacidad de nuestras entendederas y provoca en el interior una confusión supina. De su algarabía, emerge, como un síncope, la irresolución, la parálisis, el embotamiento. Hay quien se queda con la boca abierta y quien eleva las cejas por presión de unos ojos incrédulos ante el espectáculo.

Por la derecha, no hay guía para perplejos que nos explique esa estructura acrítica y acojonada en que se ha convertido la derecha española que representa el PP de Mariano Rajoy. Vale que la autoridad interna se sobreponga al debate para preservar la organización con desconfianza congénita hacia la democracia y sus "pesadeces" inútiles para tomar decisiones adecuadas. Pero algún mecanismo democrático hay que tener para impedir la desmoralización de los propios votantes. Ni Rajoy dimite, ni Montoro se va, ni Soraya autoriza biografías, jaja, ni nada de nada. En la calle Génova, no sólo no sale en la foto quien que se mueve, sino que todo se fía a la realidad metafísica de la "mayoría natural" que, pase lo que pase, preferirá electoralmente al PP. Hasta que diga basta, claro.

En la izquierda, a Pablo Iglesias le crece la incoherencia como una roncha visible, lo que es electoralmente peligroso. El timo de los "querellados" por "imputados", la última de Carmena, y su tortura de la lógica para salvar a Mato y Meyer de sus propias promesas, es de cachondeo general. Pero, peor aún, descolocados y con la garrapata trotskista dentro, sus fans moderados están abandonando el barco y se está rodeando de quemaiglesias o pegamonjas. Pablete, míralo y vete, se acordará toda su vida de haberle dicho que no a Pedro Sánchez cuando era menester ser cola de león y no cabeza de ratón. Pero, claro, su ego, que debe ser como la catedral de Burgos, sigue ahí.

Pedro Sánchez está en la apoteosis de la banalidad. Existen cada vez más serias dudas acerca de que tenga algún pensamiento que pueda ser tratado como una idea sólida. Lo del Tratado con Canadá ha sido una pócima eficaz para dejarnos ante la insoportable levedad de su ser. Pero es que el boquete que está dejando, con su mímesis izquierdista, en el centro político español es y podría ser decisivo. Y, por si fuera poco, el "largo caballero" fulmina sin compasión a sus oponentes internos. Qué joya.

Queda el simpaná de Ciudadanos, partido al que le han regalado el centro político y no sabe qué hacer con él salvo el ridículo bailando con la loba mellada de Triana o cambiando de compás en medio de cualquier canción.

O sea, crecen los perplejos, con la boca abierta ante el espectáculo de una casta política, toda ella, que silencia y atormenta cada día a la España que trabaja y espera que alguien la tenga en cuenta. Ilusos.

En España

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