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Pedro Fernández Barbadillo

Blas Piñar, o por qué la extrema derecha no arraiga en España

¿Qué factores impiden a la derecha populista española imitar a las europeas?

¿Qué factores impiden a la derecha populista española imitar a las europeas?

El pasado día 28 falleció Blas Piñar, fundador de Fuerza Nueva, diputado en la primera legislatura ordinaria de las Cortes y el rostro más asociado a la extrema derecha española.

Su compromiso político nació en los años 60 de su militancia religiosa en Acción Católica. Estar en política era una manera de cumplir las que creía sus obligaciones como católico. Su identificación con el régimen franquista, confesional y autoritario, fue absoluta, pese a que ni la Iglesia ni el Estado del 18 de Julio se lo agradecieron.

Para los obispos que habían empezado a aggiornarse por orden de Roma y para los jerarcas del régimen, era una presencia molesta. Es famosa la anécdota contada por él mismo de que Franco tachó su nombre de una lista de ministros elaborada por el almirante Carrero Blanco. Además, el giro teológico de la Iglesia después del Concilio Vaticano II, cuando renunció a imponer directrices políticas y al confesionalismo estatal, a la vez que dejó a los católicos guiarse por su conciencia como ley suprema, fue tan letal para FN como para los carlistas.

Como dice el estudioso de la extrema derecha española Xavier Casals,

Piñar nunca fue un hombre del régimen: no ostentó altos cargos y mantuvo una relación conflictiva con el establishment. Su discurso sólo halló un interlocutor de peso en Carrero, quien –pese a sus simpatías– no dotó a FN de mayor protagonismo político, porque no pudo o no lo juzgó oportuno.

Lo más interesante es preguntarse por qué la derecha nacional encabezada por Blas Piñar y por otros líderes políticos no ha cuajado en España, a diferencia de lo ocurrido en la mayoría de los países europeos.

Todos los triunfos en la mano

Cuando falleció Franco, España era diferente en política. El único jefe de Estado europeo que en la Segunda Guerra Mundial no había combatido contra Hitler, una monarquía restaurada cuando acababa de caer la griega… En los años 70, las fuerzas nacionales tenían todas las papeletas para convertirse en un partido potentísimo: no estaban perseguidas por la ley, a diferencia de lo que sucedía en otros países; tenían partidarios en el Estado; podían ofrecer éxitos de su modelo (industrialización de España, paz y orden, alfabetización, salida del aislamiento…); y contaban con el miedo al crecimiento de la extrema izquierda, justificado por la Revolución de los Claveles en Portugal y la Guerra Fría, el terrorismo y los separatismos.

Sin embargo, la extrema derecha, dividida en varias Falanges y la Fuerza Nueva de Blas Piñar, fue de fracaso en fracaso. El primero de ellos, el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política, donde Piñar pidió el no. El voto negativo fue de sólo 450.000 papeletas, menos de un 2,6%. La Alianza Nacional del 18 de Julio, que se presentó a las elecciones de 1977, no llegó a los 100.000 votos.

En cambio, en 1979, en un ambiente de terrorismo rampante, crisis económica y desprestigio de los políticos, la coalición Unión Nacional obtuvo 380.000 votos. Con 110.000 de ellos para la lista por Madrid, el número uno de ésta, Piñar, se convirtió en diputado. La ley electoral perjudicó a Unión Nacional: con menos papeletas recibieron más escaños el PNV (siete), el Partido Socialista Andaluz (cinco) y Herri Batasuna (tres).

En el 23-F, Piñar fue uno más de los diputados secuestrados por los guardias civiles del teniente coronel Tejero. Los conspiradores militares no contaron ni con él ni con su partido antes del golpe. Un hecho que lleva a preguntarse quiénes estaban detrás de los generales Jaime Milans del Bosch y Alfonso Armada.

En las elecciones de 1982 Piñar perdió su escaño y disolvió FN. Desde entonces, las fuerzas nacionales no han obtenido ningún resultado electoral destacable, salvo los 62 concejales de Plataforma x Cataluña, fundada en 2003 por el exmilitante de FN Josep Anglada. Por entonces, los partidos equiparables de Europa Occidental empezaron su ascenso y salida de la marginalidad.

Los uniformes del abuelo, al desván

En las elecciones generales de 1983 el Movimiento Social Italiano consiguió un 6,8% y 42 escaños en las dos cámaras del Parlamento. En las elecciones al Parlamento Europeo de 1984, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, lanzado por una campaña en la televisión pública ordenada por los socialistas para debilitar al centro-derecha, irrumpió con 10 actas, un 10,9% de los votos emitidos, y quedó sólo 50.000 papeletas por debajo del PC. Y en 1986 Jörg Haider se hizo con la jefatura del Partido Liberal austriaco.

¿Cuáles fueron las claves de este éxito? La nueva generación de dirigentes, desvinculados de quienes hicieron la guerra mundial o las guerras de descolonización, metió en los desvanes los viejos uniformes y las banderas y se limita a sacarlos (como hace desde los años de Zapatero la izquierda española con la bandera tricolor republicana) en las grandes ocasiones.

El italiano Gianfranco Fini se desentendió del legado de la República Social, fundada por Mussolini bajo el mando alemán, y convirtió el MSI en Alianza Nacional. En el siglo XXI, el FN francés, sobre todo desde el relevo del padre por su hija, olvidó la nostalgia de la guerra de Argelia. Los partidos belgas dejaron de añorar la pérdida del Congo belga… La evolución ideológica les condujo a centrarse en la reivindicación de la identidad nacional y la defensa de las clases populares, y en oponerse a la globalización.

La caída de las dictaduras comunistas en Europa del Este, es decir, de su enemigo por antonomasia, no debilitó a los partidos de extrema derecha europeos, sino que los reforzó. Los lugares de Alemania con más incidentes racistas y mayor arraigo de los partidos neonazis son las regiones de la antigua República Democrática (comunista), donde, oh paradoja, la juventud había sido educada en el antifascismo.

Los nuevos problemas, como la inmigración descontrolada de musulmanes, africanos y europeos del Este, la desindustrialización del continente, la depauperización de la clase media y la desaparición de la obrera, la desconfianza respecto a la Unión Europea, son el combustible del FN francés, el Partido por la Independencia británico, el Partido de la Libertad holandés, el Partido Liberal austriaco, el Partido del Pueblo noruego…

Marine Le Pen, "una pequeña burguesa"

Pero tampoco se puede desconocer que los nuevos partidos populistas tienen poco que ver con los partidos fascistas de los años 30. Si éstos proponían como modelos la dureza, la virilidad y la guerra, así como la primacía del Estado sobre la persona, ahora aquellos defienden el individualismo, una vida en paz y la poda del poder del Estado, sobre todo en el campo fiscal (aunque no en la represión de la inmigración).

¿Qué tiene en común Marine Le Pen, divorciada dos veces y partidaria del aborto incluso frente a la reforma de la ley española, "una pequeña burguesa" según su propio padre, con las mujeres propuestas como modelos por el régimen de Vichy, cuyas principales dedicaciones debían ser el respaldo al guerrero, la familia y la Iglesia?

Hay, sin embargo, una similitud de estos partidos con los fascistas de los años 30, y es que todos ellos crecen a costa del electorado tradicional de la izquierda, sobre todo de los diferentes PC, como se ve por la evolución del voto en los barrios obreros. Hace mucho que el FN redujo al PCF a poco más de un 2% de los votos. Y el Partido Liberal ha deshinchado a los socialdemócratas en Viena.

Mientras el FN podría quedar primero en Francia en las elecciones al Parlamento Europeo y el UKIP podría ser segundo en el Reino Unido, las numerosas listas españolas vinculadas a la extrema derecha presentadas a las elecciones de 2009 ni todas juntas sumaron 100.000 votos.

¿Qué factores impiden a la derecha populista española imitar a las europeas? ¿El catolicismo frente al laicismo, que lastra un discurso contra la inmigración? ¿La falta de un líder indiscutido? ¿La petición del voto a un sector al que le repugna votar?

Casi 40 años después de la muerte de Franco, España sigue siendo diferente: carece de un partido de extrema derecha… y de una izquierda patriótica.

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