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Iberoamérica ha vuelto a caer en el vicio del populismo, que arrolla la legalidad y el sentido común. Los ejemplos más conocidos en España son los de la Venezuela chavista y la Argentina peronista. En esta última, el Parlamento ha cometido la aberración de anular unas leyes promulgadas en la década de los 80 porque así beneficia al presidente Kirchner. Pero ni la revolución bolivariana, que cada vez se asemeja más a la Unidad Popular chilena, alcanza el grado de locura que se ha apoderado de la paupérrima Bolivia.

Desde hace unos días, este país, en el que dos tercios de sus 8,8 millones de habitantes se sitúan en la clasificación de pobres, está sacudido por una oleada de revueltas. La razón principal es la disputa por el uso de la única fuente de riqueza que tiene Bolivia aparte de la hoja de coca: se trata de la mayor reserva de gas natural de Sudamérica, descubierta hace pocos años.

En cuanto se comprobó la inmensidad de los yacimientos, volaron a La Paz empresas que se ofrecieron a extraerlo y venderlo a las industrias y poblaciones de México y California. El Gobierno de Hugo Bánzer otorgó una concesión al consorcio Pacific LNG, formado Repsol-YPF, British Gas y Panamerican Gas, y que se ha comprometido a invertir más de 5.000 millones de dólares en el proyecto. Para explotar el producto, Pacific LNG debe construir un gasoducto que llegue a un puerto y una refinería en éste. Dos son las alternativas: Illo en el sur de Perú y Patillos en el norte de Chile.

A Chile, con el que no tiene relaciones diplomáticas desde 1978, Bolivia le reclama una salida marítima, perdida en 1879. Sin embargo, el puerto de Patillos es mejor que el peruano y está más cerca de los yacimientos. Pasa el tiempo y los Gobiernos, tanto el anterior como el actual del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, en el poder desde agosto de 2002, no se atreven a decidirse. Mientras tanto, LNG Pacific ha anunciado que Bolivia podría perder el contrato de suministro porque otros dos competidores, en Alaska y Rusia, en vez de discutir han acelerado las obras.

Una banda de políticos agitadores ha aprovechado la inevitable decisión a favor de Chile para desencadenar motines por toda Bolivia. El principal de los tribunos de la plebe es Evo Morales, dirigente del partido Movimiento al Socialismo, derrotado en las elecciones presidenciales. Los rebeldes, que están cortando carreteras y secuestrando viajeros y turistas, exigen que no se venda el gas a Estados Unidos por Chile y que se anule la concesión. Los demagogos azuzan los odios de los bolivianos y su miedo a perder una fuente de riqueza; en las arengas también mezclan la utopía socialista, que enlazan con el supuesto igualitarismo indio anterior a la época virreinal, y el indigenismo racista (antiblanco y antiespañol). Aparte de la lucha de clases y de razas, las revueltas están ahondando las diferencias regionales, pues la población de la zona que se halla sobre los yacimientos acepta la exportación del gas por Chile.

Y por si fueran pocas estas desgracias, asoma la boina roja de Chávez, anuncio de desgracias como antaño lo fuera la gorra castrista. El Gobierno de La Paz ha acusado a Evo Morales de haber pactado con el venezolano que en caso de conquistar él el poder anulará las leyes y los contratos que permiten la venta del gas. El paso siguiente consistirá en integrar a Bolivia en el proyecto chavista de fundar una empresa energética de ámbito iberoamericano controlada por los Gobiernos revolucionarios y que se llamará Petroamérica.

De conseguir los paladines del socialismo y el indigenismo sus fines, los bolivianos tendrán la satisfacción de poseer millones de metros cúbicos de gas vírgenes bajo tierra. Dudo de que ese pensamiento les caliente en sus casas del altiplano, pero quizás me equivoque, puesto que soy blanco y europeo y carezco de mente abierta para entender a los pueblos indígenas que explota el capitalismo.


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