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Pedro Fernández Barbadillo

Cuando el socialismo reprime al pueblo a tiros

¿Estamos ante una repetición de las movilizaciones que acabaron con las dictaduras 'progresistas' de Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto?

¿Estamos ante una repetición de las movilizaciones que acabaron con las dictaduras 'progresistas' de Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto?

Estos días los periódicos españoles más importantes han informado a sus lectores sobre la amenaza de los partidos de extrema derecha en Europa, han descalificado el referéndum suizo en que los electores han votado por restringir la inmigración, han tratado de desprestigiar a nuevos partidos españoles colgándoles el sambenito de fascistas y han acusado a la Guardia Civil de contener con violencia a varios africanos que trataron de entrar por la fuerza en territorio español. Sin duda, esa preocupación por los derechos de los inmigrantes, por la democracia y por las libertades en riesgo de ser violadas por Le Pen y Wilders les ha impedido cubrir las manifestaciones que se están produciendo en Venezuela contra el presidente Nicolás Maduro y que éste está ordenando disolver a tiros. De nuevo los periódicos de papel de pago pierden una espléndida ocasión de dar información de interés a sus cada vez más reducidos lectores y no de copiarse unos a otros.

Además, para los diarios cuya línea editorial es de centro-derecha es una ocasión de poner a la extrema izquierda española que se inspira en el chavismo para sus algaradas y su modelo de democracia participativa ante sus contradicciones: un Gobierno socialista que recurre al Ejército y a bandas de sicarios para reprimir las protestas populares.

Después de las elecciones presidenciales de abril de 2013, en que según los datos oficiales, para quien crea en ellos, Maduro, ungido por Chávez como su sucesor, venció por sólo 200.000 votos a Henrique Capriles, muchos creyeron que la oposición había alcanzado su techo y quemado a su mejor candidato. Unos pocos meses después, un amplio sector del antichavismo, encabezado por Leopoldo López, la diputada María Corina Machado (insultada por los chavistas en la Asamblea) y el alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, se echa a las calles de las principales ciudades para exigir la renuncia de Maduro.

Es verdad que dentro de la Mesa de la Unidad Democrática hay tensiones entre quienes están convencidos de que podrán derrotar en las urnas al régimen socialista, caso de Capriles, y quienes, como los citados, consideran que se está "subestimando lo que es la acción del gobierno en estos tiempos para aniquilarnos".

El chavismo asegura que las "hordas fascistas", como dirían el diputado Alberto Garzón y el profesor Pablo Iglesias, tratan de derrocar a un Gobierno democrático y que la oligarquía está pagando a los manifestantes. Lo cierto es que el impulso de las protestas nace de la delincuencia descontrolada, que ronda los 25.000 homicidios anuales; el desabastecimiento de productos básicos; las colas al modo cubano para comprar los escasos suministros; la inflación; y las nuevas amenazas contra la menguante prensa libre.

Las protestas, cada vez más violentas y extendidas, revelan que el régimen bolivariano no cuenta con el respaldo de hace unos años, cuando disponía del maná del petróleo para comprar voluntades. Maduro, un chófer de autobús formado en Cuba, carece del carisma y la oratoria de Chávez, y además es una personalidad discutida dentro del Gobiern, donde otros sueñan con su trono: Adán Chávez, Elías Jaua y Diosdado Cabello.

Ya van tres muertos. ¿Estamos ante una repetición de las movilizaciones que acabaron con las dictaduras progresistas de Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto?, ¿pueden dividirse las Fuerzas Armadas? Cuesta creerlo, ya que Maduro cuenta con el respaldo de Cuba, que ha colocado a miles de técnicos en Venezuela, y la abstención de Colombia y Brasil, que no quieren un vecino desestabilizado, al igual que Estados Unidos y la Unión Europea.

Lo único cierto es que, de nuevo, como ya ocurrió en los primeros años de la presidencia de Chávez, quienes dicen hablar en nombre del pueblo, ese ente cuya redención justifica cualquier atrocidad, sacan a los uniformados para disolver a tiros las manifestaciones. Y los Gobiernos occidentales que reprocharon a Rusia el encarcelamiento de tres cantantes punks que profanaron una iglesia, las ONG subvencionadas que reclaman una investigación a la Guardia Civil por los incidentes en Ceuta y la prensa que ve nazis con corbata apoderándose de Estrasburgo callan.

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