Menú
Pedro Fernández Barbadillo

El 'halcón' llevaba desnudo a su 'cachorro'

Fue un magnicidio inútil, ya que el presidente se había comprometido con el príncipe de España a dimitir cuando Franco muriese.

Si el intérprete de lengua de signos que no era tal y que estuvo a dos metros del presidente Barack Obama hubiese atacado a éste –cosa no sorprendente, dada su esquizofrenia–, todos los conspiranoicos y progres del mundo habrían afirmado que se trataba de un atentado planeado por los amos del mundo o los poderes ocultos. Porque ¡cómo se iba a acercar al hombre más protegido del mundo un individuo con antecedentes de enfermedad mental, homicidio y violación si no se lo hubiesen permitido los servicios de protección de Sudáfrica y Estados Unidos! ¡Imposible!

"Pero si estaba claro que Obama era como Kennedy, un enemigo del establishment. Está a punto de cerrar la prisión de Guantánamo, ya no hace guerras por petróleo. Hasta Fraga, el facha de Fraga, que firmaba las penas de muerte que Franco ya no podía firmar por el parkinson, dijo en El País (genuflexión) que a Obama le podían matar ellos".

La estupidez, la vagancia y la incompetencia son fuerzas más poderosas en el mundo de los hombres que la inteligencia y hasta la maldad.

Lo mismo ocurrió con el magnicidio en que ETA asesinó el 20 de diciembre de 1973 al presidente del Gobierno español Luis Carrero Blanco y sus acompañantes, el conductor José Luis Pérez Morena (33 años y dos hijos) y el subinspector de Policía Juan Antonio Bueno Fernández (52 años y un hijo). Los fallos de seguridad en torno a su persona fueron los que permitieron el atentado, no una inmensa conspiración.

Dos viejas glorias del periodismo de la transición han insinuado sospechas sobre la autoría, por supuesto sin más prueba que sus meninges o sus ganas de vender libros: Luis María Ansón (Don Juan) carga el magnicidio al falangista (sic) Carlos Arias Navarro, ministro de Gobernación, porque los falangistas detestaban al monárquico y opusiano Carrero; y Pilar Urbano (El precio del trono) asegura que fue la CIA porque Carrero quería la bomba atómica y se oponía a la entrada de España en la OTAN.

Ministros solos en tren a San Sebastián

Joaquín Bardavío, periodista que fue jefe de los Servicios Informativos de Presidencia del Gobierno entre 1970 y 1973, desveló en su libro La crisis la práctica inexistencia de seguridad en torno a la persona de Carrero Blanco. Cuenta Frederick Forsyth en la novela que le dio fama mundial, Chacal, que cuando el presidente de Francia Charles de Gaulle visitó al presidente Kennedy los servicios de seguridad franceses notaron la baja calidad de la protección en torno al gobernante de EEUU. Poco después, Kennedy fue asesinado. Los funcionarios norteamericanos habían aprendido la lección. Por eso cuando el vicepresidente de Richad Nixon, Spiro Agnew, visitó en Madrid en julio de 1972 al entonces vicepresidente del Gobierno español en Castellana nº 3, los agentes del FBI quedaron asombrados por la escasísima protección de este último.

Bardavío cuenta que las medidas de las que hablaba el subdirector del FBI que acompañaba a Agnew, un tal Soliman, como por ejemplo la existencia de espacios prohibidos a todo aquel que no fuera policía, el cierre con llave de las puertas de paso y el foso de seguridad en torno al palacete, sonaban a chino a los agentes españoles.

Cuando se realizó la visita,

Presidencia del Gobierno estaba casi tomada por los americanos. Media docena de agentes sordos parecían haberse hecho cargo de la situación. Les llamábamos sordos porque todos llevaban acoplado a un oído un receptor y, en el bolsillo interior de la chaqueta, un transmisor.

El secretario de Carrero, Luis Acevedo, se reía de este aparato en torno a Agnew:

"¡Tanta seguridad y después les matan a Kennedy, y al otro Kennedy, y al negro aquél, y allí no hay más que crímenes…! Sin embargo, aquí, ya ve usted, 30 años lleva el vice con un escolta. Y a veces se vienen juntos andando por la calle… ¡Si es que estos americanos…!".

En verano los ministros viajaban a San Sebastián, donde veraneaba Franco, en tren, en un vagón normal y solos o con su secretario, otro funcionario, sin que los oprimidos vascos aprovechasen para al menos hacerles un corte de mangas.

Concluye Bardavío para describir el ambiente de esos años: "Aquí, en España, nunca había pasado nada". Y eso se decía en un país donde había estallado una guerra civil menos de 40 años antes y donde, desde 1870, habían sido asesinados cuatro presidentes de Gobierno (tres de ellos por militantes de izquierdas: Antonio Canovas del Castillo, José Canalejas y Eduardo Dato; y uno por rivales masones: Juan Prim).

Colaboración del PCE con ETA

En 1973 hubo señales y avisos de que los etarras preparaban algo gordo, pero, como suele pasar, no se les hizo caso o se interpretaron mal. El general Armando Marchante, que al principio de su carrera militar estuvo destinado en el Servicio Central de Documentación, precedente del Cesid, cuenta (revista Razón Española, nº 182) que disponía de un informador en el Comité Central del PCE y que éste, en febrero de 1973, le había dicho que en una sesión del mencionado órgano se había discutido la petición de ETA de que les cediesen uno o dos pisos francos en Madrid. El plan de los etarras era cometer un atentado contra una alta personalidad del régimen. El informe llegó hasta Carrero, que creyó que el objetivo era el generalísimo.

La colaboración entre los etarras y un grupo de maketos de extrema izquierda en Madrid (solidaridad según éstos) continuó hasta el atentado de la cafetería Rolando, en la calle del Correo, en septiembre de 1974, en que ETA, que no se atrevió a reivindicarlo, asesinó a 13 personas. La comunista Eva Forest fue una de las implicadas, hasta el punto de que se le atribuye la idea.

En Golpe mortal, sus autores, los periodistas Ismael Fuente, Joaquín Prieto y Javier García, insistieron en la escasísima seguridad en torno a Carrero. Era otra España, donde a los ciudadanos no se les exigía el DNI para entrar no ya en edificios oficiales, sino en oficinas privadas, como ocurre ahora.

El comienzo del Proceso 1.001, contra el sindicato Comisiones Obreras, persuadió a Carrero de adoptar más medidas de seguridad. El día que se abría el juicio oral fue el de su atentado, y por esa excepción iba en automóvil con otro coche de escolta.

Mientras que en torno a Franco la seguridad era enorme (residencia en un palacete en las afueras de Madrid, regimiento de guardia personal, unidad especial de guardias civiles, coches blindados…), la de Carrero era mínima. Y esto en gran parte por insistencia del marino, que era un providencialista, confiado en que lo que tuviera que pasar pasaría. Arias le propuso varias veces aumentar su escolta, pero Carrero se negó. Por eso, altos cargos del Seced y la Policía decían que el halcón (Franco) llevaba a su cachorro (Carrero) desnudo.

Cuando Arias fue nombrado presidente, redobló su seguridad. La vigilancia de su casa pasó de uno o dos policías, en el caso del piso de Carrero, a seis guardias civiles. Los funcionarios de escolta directa se elevaron a doce. Se estableció un sistema de transmisiones por radio conectado con la Dirección General de Seguridad y una avanzadilla de la Policía Armada que revisaba los lugares por donde él pasaría.

Junto con la falta de seguridad, el otro elemento letal para Carrero fue la rutina. Todos los días su primer acto era ir a misa a la misma iglesia, cerca de su domicilio, y después iba a su despacho. Los etarras pensaron en secuestrarle en esa iglesia, la de los jesuitas de la calle de Serrano. La misma costumbre tenía el político italiano Aldo Moro, misa y comunión, y así le cazaron en 1978 las Brigadas Rojas.

¿Y por qué no el KGB en lugar de la CIA?

El periodista Gregorio Morán resume así la polémica sobre el magnicidio:

El almirante Carrero Blanco ascendió a los cielos antes de tiempo porque un puñado de terroristas vascos tuvieron suerte en el aprovechamiento de la impericia del enemigo, y lo que tenía el noventa por ciento de posibilidades de fracasar, triunfó.

Pío Moa, dirigente de los Grapo entonces, califica las teorías sobre manos negras como conspiranoias.

No me explico por qué la conspiranoia se centra tanto en la CIA y la embajada useña. Si quiere imaginar al KGB mezclado en el asunto, encontrará más pistas todavía.

El sumario del magnicidio, como tantos otros en la historia de España, donde lo extraordinario es que los terroristas y conspiradores paguen sus culpas, acabó cerrado por la amnistía de 1977, aprobada por las Cortes elegidas ese año, con los votos favorables de los diputados del PSOE, el PCE, PNV y CiU.

Si bien el asesinato de Carrero (y de sus dos acompañantes) fue un magnicidio inútil, ya que el presidente se había comprometido con el príncipe de España a dimitir cuando Franco muriese, tuvo otros efectos. Uno fue el cambio de operativa de la Policía española en su persecución de ETA, en el que pasó a emplear infiltrados; también se impuso el traslado de la sede de la presidencia del Gobierno y la residencia del presidente y su familia al complejo de La Moncloa. Otro, impulsó el nacimiento de una miríada de grupúsculos terroristas de extrema izquierda. Un tercero, el miedo en numerosas personalidades madrileñas, que influyó en la transición. Y, por último, la conversión de ETA en una fuerza tan admirada por otros luchadores por la libertad que enseñó a manejar el coche-bomba a los narcoterroristas de las FARC y al Cártel de Cali.

@pfbarbadillo

En España

    0
    comentarios