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Cuando se supo que el Tour de Francia, premiado con el Príncipe de Asturias, había pactado con el mundo etarra para tener la carrera y el negocio en paz, el Gobierno y la sociedad española reaccionaron con una firmeza gratificante. No se ocultó el asunto ni se le restó importancia, ni se dijo que ocurría en otro país donde nuestros complejos no pueden cambiar las decisiones. Por el contrario, se planteó hasta el boicoteo de los patrocinadores de la carrera. La presión ha tenido éxito y el director del Tour, Jean-Marie Leblanc, ha salido con la excusa típica de haber sido engañado y ha mostrado su disposición a rehacer las cosas.

Ahora que se ha conseguido rectificar una afrenta a los españoles, convendría que mirásemos en nuestro propio país y nos aplicásemos lo que exigimos a los demás. El Tour ha cedido en 2003 ante la amenaza etarra, pero el Estado español y las organizaciones deportivas se rindieron hace más de 20 años. ¿Cuánto tiempo hace que la selección nacional de fútbol no juega en San Mamés, la llamada catedral del fútbol español?, ¿desde cuándo no se celebra ninguna final de la Copa del Rey en los estadios vascos y navarros? Lo mismo del fútbol se puede aplicar a otros deportes como el baloncesto, el atletismo, la natación, el balonmano. Las competiciones y campeonatos nacionales se desarrollan por toda España salvo en Vascongadas y Navarra. ¿Será porque se admite que no son territorio español?

El ejemplo palmario es la Vuelta Ciclista a España. Hace más de dos décadas que su recorrido evita cuidadosamente acercarse a la muga vasconavarra. ETA logró que el Estado y los organizadores reconociesen la independencia vasca a efectos del ciclismo mediante atentados. Varios guardias civiles de tráfico que vigilaban las pruebas fueron asesinados y también se colocaron bombas los recorridos. Los altos de Barazar y Urquiola desaparecieron de las etapas. Es el mismo proceso que la persecución de las corridas de toros en Cataluña. Desde entonces, el Gobierno y la sociedad española han mirado para otro lado.

Después de plantarse ante la organización del Tour, el Gobierno español debería impulsar la vuelta de la Vuelta a tierras vascas, sin miedo a los incidentes, ni a que los tribunos peneuvistas se quejen de que la política estropea las fiestas del verano. Desde 1999 ondea en el Ayuntamiento de Vitoria la bandera nacional y no pasa nada; se ha ilegalizado Batasuna y los cielos no se han abierto sobre como castigo por la blasfemia. Si la serpiente multicolor recorre las carreteras vascas y unos grupos de reventadores quieren impedirlo, ya está la Ertzaintza para imponer el orden.

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