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Pedro Salinas

Alan García, Toledo y el voto viciado

Me hubiese encantado votar por alguien en esta segunda ronda electoral del Perú. Positivamente, constructivamente, por afinidad ideológica, como debe ser. Pero no va a ser así.

Pensé, en un primer momento, votar por Alejandro Toledo en la segunda vuelta. En realidad lo que quería era votar en contra de Alan García. Me cuento, afortunadamente, entre los peruanos que no ha sido inoculado y afectado por el virus García. Todavía conservo en perfecto estado mi memoria.

Lamentablemente, las inconsistencias y persistentes mentiras de Alejandro Toledo me plantean un serio problema de conciencia. Nos encontramos frente a una elección en la que hay que optar por un político que usa la lengua para disimular su populismo económico o por otro que la usa para camuflar su falta de transparencia. Por lo tanto, estoy ante la disyuntiva de votar viciado o, simplemente, abstenerme, no ir a votar.

Discrepo con los periodistas Jaime Bayly y Alvaro Vargas Llosa, ambos partidarios del voto en blanco, porque al final siempre puede aparecer algún pícaro que llene la cédula y, sin querer queriendo, terminamos votando por quien no queríamos. No obstante, se trata de una opción legítima. Tan válida como cualquier otra. Alvaro y Jaime tienen todo el derecho de expresar su punto de vista y defenderlo. Atacarlos ferozmente por sus opiniones, como han hecho muchos, y convertir esas embestidas en un deporte nacional es lo mismo que hacían los intolerantes fujimoristas en sus mejores tiempos.

Asumir que el voto viciado o en blanco es de irresponsables, senderistas o inmaduros, que no aporta nada y debilita la democracia, que crea mayor escepticismo y propicia la anarquía o sólo busca prolongar la parálisis y la inestabilidad, es, digamos, una interpretación calenturienta y exacerbada de lo que realmente quiere expresar dicho voto.

El voto viciado o en blanco es, por el contrario, una manera absolutamente democrática de protestar y manifestar insatisfacción ante dos alternativas nada convincentes y, de paso, enviarle un mensaje al próximo gobernante: hay un sector –ojalá representativo- que no votó por él y estará vigilante hacia sus actos de gobierno. Por lo tanto, su legitimidad tendrá que ser ganada palmo a palmo, en el ejercicio del poder. Nada más.

La corriente del voto viciado o blanco no busca nuevas elecciones. Solamente quiere aparecer en el cómputo. Así de simple. Es por lo demás inimaginable, virtualmente imposible, creer que ocho millones de peruanos se sumen a una campaña que aspire a la anulación de las elecciones. Ese no es el espíritu del voto blanco o viciado, que, dicho sea de paso, no tiene (ni debe tener) rostro ni patrocinadores.

Y en la hipótesis negada que los votos viciados y blancos ganáramos los comicios, la cosa tampoco es tan dramática como la pintan los apristas y los toledistas. Seguiría gobernando Valentín Paniagua y se pueden convocar elecciones en un año. Punto.

La única campaña que debe librarse, después de las elecciones y cuando el nuevo Congreso se haya instalado, es la promoción del voto voluntario.

Si el voto fuese libre y voluntario, otra sería la historia, pues tendríamos mejores gobernantes. Si el voto fuese libre y voluntario, cada cédula sería más poderosa que una bala de AKM. Si el voto fuese libre y voluntario, la democracia peruana sería más sólida y madura, y los partidos más fuertes.

Como decía Víctor Hugo, todo lo que aumenta la libertad aumenta la responsabilidad. Una nación no es verdaderamente libre mientras la libertad no forme parte de sus costumbres. ¡Abajo el voto obligatorio! ¡Viva el voto libre y voluntario!

© AIPE

Pedro Salinas es corresponsal en Lima de la agencia de prensa AIPE

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