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Pedro Schwartz

Competencia en el comercio

Confieso que no soy neutral en materia de libre competencia y he notado con tristeza la hostilidad contra todo lo que signifique competencia de tantos responsables de comercio en las distintas Autonomías, entre otras la de Cataluña.

La libre competencia tiene mala prensa. Se la retrata como un mecanismo darwiniano, de guerra de todos contra todos, en que el pez grande se come al chico, y cuyo resultado es empleo y producto “basura” y la monopolización del mercado por grandes tiburones multinacionales: sólo la continua vigilancia de las administraciones públicas evita todos estos males y consigue defender el modelo de sociedad elegido por el pueblo contra la corrosión globalizadora. ¿Exagero? No crean. No hace falta señalar a monsieur Bové para confirmar que hay quien piensa así: miren en derredor.

Para hablar de estas cuestiones con sosiego, lo primero es decir que todos los beneficios del comercio y de la actividad económica en general se obtienen cuando los tratos son voluntarios. La ley es necesaria para impedir que nadie obtenga beneficio empleando la violencia, el engaño o la coacción. Dicho de otra forma, la actividad comercial debe estar basada en el acatamiento de la autonomía individual, el respeto de la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos. El sistema de la libertad natural, como lo llamaba Adam Smith, excluye pues la persecución del propio interés por la violencia física, moral o política, cual sería el apedrear farmacias que quieren abrir 24 horas al día o conseguir que el gobierno niegue una licencia de apertura a un competidor.

Dicho esto tan elemental, veamos cuáles son los mecanismos y los efectos de la libre competencia. Son dos los conceptos de competencia que empleamos los economistas para analizar los mecanismos que hacen de la economía de mercado una fuente de bienestar. Uno es el concepto estático de competencia perfecta y otro el dinámico. Ambas son nociones abstractas, como siempre ocurre con los conceptos científicos, que no hay que juzgar por su realismo sino por su poder explicativo. El concepto estático toma una foto fija de un mercado para ver si en un momento dado hay suficientes competidores. El dinámico toma una película del sector o de la economía para ver si, cuando una empresa obtiene beneficios extraordinarios, aparecen rivales dispuestos a entrar en busca de una parte de tan pingüe negocio, abaratando precios o multiplicando ofertas, para beneficio de los consumidores.

El concepto dinámico es el que aplica el Tribunal de Defensa de la Competencia español. Así, en el reciente Informe sobre la compra de una cadena de supermercados, no ha visto en esa fusión más peligro para la libre competencia que las barreras de entrada en el sector de la distribución comercial colocadas por la Generalidad de Cataluña, que “perjudican el auténtico sentido de la competencia, como es la garantía del libre acceso y salida de los mercados de forma libre y lealmente”.

El concepto estático de la competencia es muy útil para analizar determinados problemas analíticos, mas para entender y regular un sector tan ágil como es el del comercio hay que tener paciencia y ver la película completa. La libre competencia se entiende mejor comparándola con el deporte que con la guerra. Cuando el Barça y el Madrid se enfrentan en el Nou Camp, el juego es de suma cero, porque uno gana y otro pierde, incluso si hay empate, que perjudica a quien juega en casa. Vista estáticamente, la competencia comercial es también un juego de suma cero: los clientes que se lleva un comerciante no se los lleva su competidor. Pero en otro plano, el fútbol es un juego de suma positiva: si el partido es emocionante y los jugadores se parten el pecho, los espectadores quedan encantados, la audiencia de televisión aumenta, los clubes ganan más dinero, los jugadores pueden comprarse ese Ferrari con el que soñaban... Cuando los comerciantes compiten abaratando los precios, mejorando el producto, devolviendo el dinero a los clientes insatisfechos, aceptando pedidos por Internet y llevándolos a domicilio, o cambiando los modelos cada quince días, la competencia comercial beneficia a todos.

Haré tres reflexiones más, la primera sobre los tiburones empresariales. Fue san Agustín quien primero dijo eso de los peces grandes y chicos: que me perdone el santo, pero ¿cómo es que hay tantos peces chicos en la mar? He comparado las listas de las veinte primeras empresas de Estados Unidos en 1992 y 2002 según la revista Fortune: medidas por ventas, a los diez años sólo quedaban ocho de veinte; medidas por beneficios, ocho; y por capitalización, diez. Las grandes empresas también quiebran, ¿no les parece? Segunda reflexión. Estarán de acuerdo en que la competencia ha mejorado la calidad de nuestros comercios, grandes y pequeños. Tercera reflexión. En el deporte del comercio y las ferias parece estar ganando Madrid, más abierta y liberal, a Barcelona, más conservadora y recelosa. Pero no desesperen: la competencia deportiva empuja a todos a superarse.

Pedro Schwartz es profesor de Economía, Presidente del Instituto de Estudios del Libre Comercio y columnista del diario La Vanguardia de Barcelona.

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