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Percival Manglano

¿Merece Madrid este trato?

¿Debería Madrid abandonar su lealtad institucional y sumarse al sálvese quien pueda territorial?

La bandera de la Comunidad de Madrid fue creada hace justo 30 años por José María Cruz Novillo, un prestigioso diseñador responsable, por ejemplo, del logotipo del puño y la rosa del PSOE. La más reciente comunidad autónoma española había nacido sin historia y el Gobierno presidido por el socialista Joaquín Leguina hubo de inventar aprisa y corriendo sus símbolos básicos. A falta de tradición, Leguina buscó anclar Madrid en el compromiso ideológico: no es casualidad que el color dominante de la bandera sea el rojo y que tenga siete estrellas de cinco puntas calcadas a las soviéticas.

Los madrileños, por suerte, decidieron otramente. Madrid es hoy una comunidad mayoritariamente de centro-derecha liberal con escasa querencia por el dirigismo socialista. Al mismo tiempo, los madrileños han rechazado las enseñas identitarias con las que las banderas socialistas se han fundido en otras partes de España.

El problema es que esto le ha generado a la Comunidad de Madrid una desventaja en el marco de la negociación política territorial española. El reciente encadenamiento masivo catalán es un ejemplo extremo de cómo negocian las autonomías: movilizaciones identitarias, sentimientos de agravio, deudas históricas y superioridades morales varias que desembocan siempre en un mismo punto: exigir más transferencias de dinero público.

¿De dónde sale el dinero para contentar a los que quieren más? Recordemos que las únicas comunidades autónomas que aportan más de lo que reciben son Madrid, Cataluña y Baleares. Si Cataluña da menos, es evidente que Madrid va a tener que dar más. Madrid va camino de convertirse en la única gran comunidad solidaria en España. En Madrid se recauda ya cinco veces más de lo que se recibe. Además, el déficit a la carta implica que la austeridad madrileña compensa el despilfarro ajeno. Y cada vez son más evidentes las presiones nacionales para que Madrid suba sus impuestos sin caer en que Madrid puede asumir ser el pulmón financiero del país precisamente porque no ha subido sus impuestos.

A todo esto se suma el caso de Eurovegas, atascado pese a las reiteradas promesas del Gobierno de encontrar una solución. ¿Alguien se imagina que Eurovegas hubiese ido finalmente a Cataluña en vez de a Madrid y que su inversión dependiese hoy de una iniciativa del Gobierno nacional? Es evidente que Mas ya habría encontrado la forma de vincular Eurovegas con los decretos de nueva planta de Felipe V y que la cuestión se habría desatascado con celeridad en pos de un "diálogo constructivo".

¿Debería, pues, Madrid abandonar su lealtad institucional y sumarse al sálvese quien pueda territorial? Quizá así algún miembro del Gobierno llegaría a calificar de "éxito" alguna iniciativa madrileña.

Pero no. Esto supondría asumir las implicaciones ideológicas de la bandera de Leguina que con tan buen criterio los madrileños han rechazado. Madrid no debe abrazar ahora la lucha de territorios tras haber abandonado la lucha de clases. La bandera madrileña es ante y sobre todo la bandera española, bandera, esta sí, histórica (fue adoptada por Carlos III en 1785). Es la bandera que ampara los derechos y obligaciones de todos los españoles en el conjunto del territorio nacional. Es la bandera que une a los españoles frente a las divisiones territoriales. Es la bandera cuya custodia encomendada al Gobierno debería implicar que la lealtad al conjunto de los españoles fuese premiada y la deslealtad castigada.

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