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Percival Manglano

Pablo Iglesias entre bastidores

Los desamparados en nombre de los cuales Iglesias da tan encendidas soflamas son para él, en realidad, una abstracción.

Los desamparados en nombre de los cuales Iglesias da tan encendidas soflamas son para él, en realidad, una abstracción.

Tras mi primer debate con Pablo Iglesias, coincidimos en varias tertulias más a lo largo del año pasado. Estuvimos, por ejemplo, en El Gato al Agua un par de veces. En una tertulia intentó poner tierra de por medio frente al delegado de Corea del Norte en España. Ahora voy a contar una reveladora anécdota de la otra.

Quizá recuerden la terrible historia de Manuel e Iryna. Son los padres en paro de dos criaturas de 10 y 21 meses que en junio del año pasado entraron en las dependencias de los servicios sociales del Ayuntamiento de Talavera de la Reina para pedir ayuda y salieron ("Nos echaron de muy malas maneras") sin ayuda y sin hijos. Primero se les acusó de haberlos abandonado por no poder mantenerlos. Luego resultó que esto era falso y que el Ayuntamiento les había arrebatado a sus niños.

A los pocos días de saberse la historia, El Gato al Agua invitó a Manuel y a Iryna a contar su historia. Lo hicieron con serenidad y claridad, pese a su comprensible indignación. A continuación, hubo un debate mientras los teléfonos del programa echaban humo gracias a la gente que llamaba dispuesta a ayudar. Un señor de Málaga, por ejemplo, ofreció a la familia un alojamiento y un trabajo.

Durante el debate, Iglesias argumentó que "la pobreza no se soluciona con caridad; se soluciona con políticas públicas de reparto de la riqueza". Según él, el Estado es el único responsable de luchar contra la pobreza. Dijo tener "enorme respeto por la caridad"; incluso elogió a Cáritas, aunque no por su acción, sino por sus informes económicos. Pero dejó claro que el Estado debe asumir todas las tareas que aseguren que a nadie le falte de nada. Los demás tertulianos señalaron, por un lado, el abuso de poder que supone que los servicios sociales de un Ayuntamiento puedan arrebatar los hijos a sus padres. Y, por el otro, que la solidaridad privada, la ayuda voluntaria entre ciudadanos, es también un recurso para hacer frente a la pobreza. De hecho, uno de los tertulianos sacó con disimulo un billete de su cartera y se lo hizo llegar, a través de un periodista, a la pareja. No fue Iglesias.

Terminó el debate y todos –tertulianos, periodistas y el matrimonio invitado– pasamos a la sala contigua al estudio donde se graba el programa. Y ahí pasó algo significativo. El defensor de los pobres, el adalid de los de abajo, el portavoz de los desheredados ignoró completamente al matrimonio desesperado. Se fue al otro lado de la sala y ni les dirigió la palabra. Lo sé porque yo sí estuve hablando con ellos. Manuel es nacido en Vitoria, como lo es mi mujer (y, ahora, mi hija). Hablamos de Vitoria y me previno del fuerte carácter de las vitorianas (como si me hiciese falta…). Hablamos, también, de su terrible situación, la cual mejoraba por momentos gracias a la solidaridad de los seguidores del programa, aunque, ciertamente, no mejoraría realmente hasta que el Ayuntamiento de Talavera les devolviese a sus hijos. Mientras tanto, Iglesias habló con la gente de producción, firmó un papel y se fue.

La moraleja de la historia es, por lo menos, doble. Por un lado, ilustra cómo los adalides de "lo público" buscan dejar en manos del Estado aquello de lo que ellos no quieren responsabilizarse. Frente al drama de la pobreza y el paro, su respuesta es: "Que se ocupe el Estado". Su vehemencia al proclamarlo no debe ocultar lo que callan: "Yo no me pienso ocupar". Responsabilizar al Estado de todo equivale a irresponsabilizarse a uno mismo de todo. En este sentido, la actitud de Iglesias fue completamente coherente con su ideología; la situación de Manuel e Iryna no era su problema, sino del Estado. Él no tenía por qué preocuparse personalmente por su situación.

Por otro lado, la anécdota ilustra que los desamparados en nombre de los cuales Iglesias da tan encendidas soflamas son para él, en realidad, una abstracción. Se erige en su portavoz, pero cuando tiene una pareja pobre y en apuros delante –y está entre bastidores– ni les dirige la palabra.

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