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Pío Moa

Cazar ratas a cañonazos

La estrategia del terrorismo tiene dos aspectos: proclamarse defensor de derechos más o menos populares, y golpear desde la oscuridad para provocar represalias del poder sobre el entorno civil: se trata de crear la espiral de acción-represión-más acción. Si la organización terrorista consigue tenerse a salvo, sus golpes inducirán reacciones cada vez más generales y ciegas del poder, engendrando un descontento creciente en la población, y una resistencia que terminará identificándose con el terrorista supuestamente redentor. Algunas veces se ha expuesto como la fábula de la avispa que con sus picotazos termina por enloquecer al gigante. El esquema recuerda al cuento de la lechera, y en la gran mayoría de los casos ha fracasado; pero en algunos muy significativos ha logrado triunfar, o al menos mantenerse muy largo tiempo, lo que siempre alentará nuevos intentos.

Después de los atentados del 11 de septiembre, el terrorismo está escalando nuevas cotas en Israel, y a veces se tiene la impresión de que Sharon está respondiendo como el gigante enloquecido del cuento. Utilizar el ejército contra unas organizaciones sutiles y escurridizas es como perseguir ratas a cañonazos, y su efecto será el que está siendo: unir a la población en torno a los terroristas, crear en el mundo la impresión de que las víctimas son los provocadores de la violencia, y debilitar la posición moral de la democracia. israelí. Desde fuera da la impresión de que, pese a su larga experiencia, los israelíes no han encontrado la forma adecuada de combatir a las organizaciones terroristas. La cuales, también es cierto, cuentan con unos apoyos y unas posibilidades como ningunas otras en el mundo.

Encarar el terrorismo requiere, ante todo, tener en cuenta la magnitud de su desafío. Muchos no lo creen especialmente peligroso, por el carácter no militar ni generalmente masivo de sus acciones, y tienden a claudicar ante él como un "mal menor", olvidando que se trata de organizaciones destructivas de todo lo que la cultura y la civilización ha creado penosamente a lo largo de siglos. El efecto peor del terror es, en efecto, el debilitamiento de la fibra moral de las sociedades, y su brutalidad actual es sólo el heraldo de la tiranía y la barbarie impuestas desde el poder, si la sociedad llega a claudicar ante él.

En segundo lugar ha de tenerse en cuenta la propia naturaleza del terrorismo, es decir, su absoluta falta de escrúpulos y de reglas, y el carácter propagandístico de sus acciones. No se puede tratar a tales organizaciones y a sus fanáticos, decididos a imponer su dominio tras arruinar nuestros valores democráticos y civilizados, como a simples bandas de contrabandistas. Quizá se puede tratar y vencer de esa forma a un grupo terrorista si se encuentra en sus inicios o aislado, pero en otras circunstancias esa reacción puede llevar al suicidio a un estado democrático.

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