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Pío Moa

¿Son los etarras unos "descerebrados"?

La ETA ha actuado deliberada y hábilmente como corrosivo de la democracia y la unidad de España. Los descerebrados han sido los políticos de que hemos "disfrutado" a partir de Suárez, con la excepción parcial de Aznar.

Hay tópicos no por arraigados menos absurdos, como que "el nacionalismo se quita viajando" o "leyendo". Otro muy frecuente tilda a los etarras de "descerebrados". ¿Por qué descerebrados? Con sus tácticas han adquirido un protagonismo completamente desproporcionado a su fuerza real, han hecho, no ya del asesinato sino de la mera amenaza de asesinar, un arte mediante la cual han hecho bailar a los partidos y gobiernos españoles, al modo de los pistoleros de película del Oeste disparando a los pies de los paisanos junto al saloon. Sus crímenes han condicionado de forma asombrosa la política. Abrieron paso a las "nacionalidades" y al vaciamiento progresivo del estado en beneficio de las autonomías, decisiones motivadas, contaban, por la necesidad de "quitar argumentos" o "apoyo popular" a la ETA, y que sirvieron principalmente para fomentar la recogida de nueces. El actual presidente ha acelerado al máximo esa deriva, con la invención y de "realidades nacionales" y de "naciones" a construir, con estatutos de "segunda generación", es decir, ya no de autonomía sino de Estado asociado (la "tercera generación" sería la desmembración abierta de la nación española). La ETA ha actuado deliberada y hábilmente como corrosivo de la democracia y la unidad de España. Los descerebrados han sido los políticos de que hemos "disfrutado" a partir de Suárez, con la excepción parcial de Aznar.

Para entender el increíble fenómeno debemos remitirnos a los orígenes, voluntariamente olvidados, de la popularidad etarra, los cuales he reseñado en La Transiciónde cristal y otros libros. Ningún grupo terrorista ha disfrutado de tantos apoyos, alabanzas y propaganda favorable como la ETA. El franquismo estuvo dos veces muy cerca de desarticularla, y lo habría hecho sin la complicidad de Francia y de parte del clero vasco con los asesinos. Dejar de lado estos datos supone renunciar al análisis del asunto. Pero fue ante todo la oposición antifranquista –nunca democrática, recuérdese– quien fundó una tradición de simpatía por los terroristas, a quienes se sentía unida por un visceral y mal meditado antifranquismo. Aquella oposición nunca supo mirar más allá del corto plazo y creía poder explotar el trabajo sucio de los "ingenuos idealistas" etarras, los cuales, una vez caído el régimen de Franco, se irían voluntariamente a sus casas para que los otros antifranquistas disfrutasen tranquilamente del poder. Pero los ingenuos o descerebrados resultaron ser los sinvergüenzas "expertos" y "prácticos" y no los "jóvenes idealistas vascos".

De aquellos polvos, estos lodos. Hay algo muy sucio e inconfesable en toda esta historia, pero conviene sacarla a la luz. Pues no se curará el mal sin aprender del pasado, no para enredarse en él, sino para aprender de la experiencia.

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