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Pío Moa

Doce millones de votos

Hay una razón de base para pensar que una política de alto perfil ganaría doce y más millones de votos: los valores de la democracia y la unidad nacional no son, en rigor, de izquierdas ni de derechas

Mientras está llevando al PP a su más grave crisis, Rajoy fantasea con su aspiración de alcanzar doce millones de votos. Cree que para ello debe competir con Zapo en dos terrenos: imitarle en sus pretendidas modernizaciones "rojas" (centrismo, le llama) y atraerse a los separatistas. Todo ello, faltaría más, "sin renunciar a los principios". Lo primero supone entrar en un concurso de demagogias, legitimando el golpe a la Constitución, y lo segundo en una carrera balcanizante. Ambas competiciones las tiene perdidas de antemano, porque encontrará mucha más resistencia en el seno del PP que Zapo en el del PSOE para hacer las concesiones y claudicaciones precisas. Los separatistas lo entienden muy bien, y de ahí que por muchas carantoñas "simpáticas" que les hagan los líderes peperos, siempre encontrarán más atrayentes a los jefes socialistas, para quienes la unidad y la nación española son asuntos de poca monta.

En realidad, ya Aznar derrochó simpatía a raudales con ellos, haciéndoles concesiones anticonstitucionales, sin que los beneficiados le mostraran la más mínima gratitud o dejaran de hostigarle, considerando que por esa vía conseguirían más y más. En esto se equivocaron, pues Aznar evolucionó hacia posturas más firmes, tanto hacia los separatistas violentos de la ETA como a sus recogenueces de los nacionalismos vasco, catalán y gallego, entre otros. Y ahora las lumbreras del PP quieren repetir los viejos errores, en una competencia nefasta para las libertades y para la unidad de España.

Sin embargo, ¿es utópica la pretensión de conseguir doce millones de votos, incluso más? Hagamos un ejercicio especulativo bastante razonable. Rajoy emprendió la campaña electoral de 2004 con una neta ventaja sobre Zapo, que permitía pensar en una mayoría absoluta, pero su inane campaña fue reduciendo la ventaja a casi nada. ¿Qué habría pasado si el líder del PP, en lugar de su falsario "bajo perfil", hubiera acosado a Zapo recordando sin cesar el tan real pasado reciente del PSOE, los tres millones de parados, la crisis económica, la corrupción, el terrorismo gubernamental, etc.; así como los logros del PP de Aznar en todos esos terrenos? En cambio prefirió olvidar los hechos, dejando a Zapo el campo totalmente libre para mentir, prometer y provocar a sus anchas. Era Zapo quien acosaba a Rajoy y ganaba puntos progresivamente, no a la inversa. Rajoy tenía todos los ases en la mano para aumentar su diferencia inicial pero los malbarató.

Supongamos que, aun así, la matanza del 11-M hubiera dado la victoria a Zapo. Este perpetró a partir de entonces tales desmanes que una política de alto perfil, bien explicada, lo habría acorralado necesariamente. Pero el estilo de Rajoy, siempre a la defensiva, carente de pegada y de empuje para ganar la iniciativa, fue pasando de un débil intento de política independiente a una línea de resignación seguidista a las iniciativas del Gobierno, con matices y pequeñas quejas de perfil cada vez más átono. Aun así, los socialistas no dejaban de tildarle de "extrema derecha", "neofranquista", "crispador", etc., vieja táctica de acoso muy efectiva contra adversarios pusilánimes: ya en la república, cuanto más moderada se mostraba la CEDA, con mayor griterío la tachaba el PSOE de "fascista".

Pero piénsese en las ocasiones tan excelentes de que disfrutó Rajoy para poner al Gobierno contra las cuerdas, como la constitución de Giscard, el ataque socialista a las víctimas del terrorismo y su colaboración con este, el ataque a las libertades en diversas autonomías, la ofensiva contra las libertades o la Iglesia (el PP rajoyano colabora en la campaña del PSOE contra la COPE), el estatuto catalán y su verdadero alcance político como prenda de la colaboración con los terroristas y los separatistas, y tantas otras cuestiones más surgidas en estos cuatro años. La política del PP se ha distinguido por la incoherencia, hasta extremos tan ridículos como sus "rupturas" con el Gobierno o con PRISA; y si no se hundió fue porque la masa de sus votantes prefería creer en él a pesar de los pesares y por no votar al Gobierno golpista.

Hay una razón de base para pensar que una política de alto perfil –al nivel del alto perfil de la amenaza socialista a las libertades y la nación española, al nivel de la gravedad del reto para la sociedad española– ganaría doce y más millones de votos: los valores de la democracia y la unidad nacional no son, en rigor, de izquierdas ni de derechas, y una defensa clara y consecuente de ellos, que desenmascarase las falacias del PSOE, atraería también a muchos izquierdistas.

En España

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