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Pío Moa

El secreto del antifranquismo

Franco derrotó a la revolución, salvó a España de la guerra mundial, derrotó al maquis (un intento de volver a la guerra civil) y creó un sistema autoritario, sí, pero de ningún modo totalitario.

En una intervención en VEO7 sobre el pasado de nuestros políticos, expresé mi asombro por el corajudo antifranquismo actual de nuestros políticos: prácticamente todos ellos, de izquierda y de derecha, provienen de aquel régimen, incluso de la Falange, por familia o personalmente, nunca lucharon contra Franco y prosperaron entonces, como casi todos los españoles. De hecho –señalé–, se lo deben todo al franquismo: su posición y sus carreras, o las que pudieron darles sus padres. Y he aquí que, muchos años después de la muerte del dictador, se rebelan contra él con furor épico. No cabe duda de que disfrutamos de unos políticos valerosos e intelectualmente honrados en grado sumo. Y sabios, porque rectificar es propio de ellos.

Al oírles, uno percibe que no pueden soportar hoy la dictadura en la que ayer tan cómodos vivieron. Nada más lógico, porque ellos son grandes demócratas, o al menos se volvieron tales cuando lo creyeron oportuno para su interés particular (interés muy respetable, y al que tienen pleno derecho, no hay ni que decirlo). La democracia, como todo el mundo sabe, fue traída por la clase política del franquismo (la de entonces) y pudo asentarse, aunque con defectos, gracias a la prosperidad y la desaparición mayoritaria de los odios que liquidaron la república y convirtieron al Frente Popular en un régimen criminal. Nadie ignora tampoco –al menos nadie que quiera enterarse– que, además de esos méritos, Franco derrotó a la revolución, salvó a España de la guerra mundial, derrotó al maquis (un intento de volver a la guerra civil) y creó un sistema autoritario, sí, pero de ningún modo totalitario. Todo lo cual puede parecer muy bien a personas de escasa visión histórica y personal, pero no a nuestros políticos neoantifranquistas y neodemócratas. Pues ellos tienen conciencia de que, en la medida dudosa en que pueden considerarse méritos, no dejan de ser insignificancias, pequeñeces, cosa de tres al cuarto, comparándolo con lo que merece realmente el país o con la prosperidad que se merecen ellos en particular.

Los antifranquistas de la transición pintaron de sí mismos un retrato de elevada calidad artística cuando alzaron valientemente la voz, en 1976, contra las mentiras de Solzhenitsin, un seudointelectual obcecado en denigrar a la Unión Soviética y a quien el Kremlin, muy erradamente pero dando al mismo tiempo prueba de su talante liberal y democrático, había dejado salir del Gulag. Nuestros neoantifranquistas y neodemócratas no desdicen en absoluto de los que supieron poner en su sitio al siniestro Solzhenitsin. Por eso ponen ahora en su sitio a Franco. Somos un país realmente afortunado con nuestros políticos e intelectuales. Casi diría que no nos los merecemos.

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