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Pío Moa

La democracia liberal en la guerra de España

El resto de la derecha simplemente tenía pavor a una democracia que identificaba, como la propia izquierda, como la mayor amenaza para la nación española y la cultura católica.

A la hora de repartir responsabilidades por la guerra civil, y después de señalar las decisivas de las izquierdas, Payne se refiere a las de la derecha por "su incapacidad para encontrar formas de hacer frente o aprovechar estas diferencias (entre las propias izquierdas) sin llegar a enfrentarse a ellas en un conflicto mortal".

Claro está que la responsabilidad fundamental, como indica el autor, fue, con mucho, de la izquierda, cuyas concepciones y actitudes básicas la empujaban a la imposición violenta, a la agresión y la guerra civil, ya desde la inauguración de la república... a menos que las derechas se dejaran aplastar mansamente, cosa que le siguen exigiendo, en nombre de la "democracia", muchos críticos (no Payne). En cuanto a la habilidad política de las derechas, no fue sobresaliente, pero creo que tampoco puede culpárseles por eso, al menos en el plano moral.

A mi juicio, el problema clave de la guerra es que la idea de una democracia liberal, que podría haber evitado el choque, quedó descartada por la desastrosa experiencia republicana, en un tiempo en que dicha idea estaba en crisis en toda Europa, debido a la depresión económica mundial y al auge de nuevas ideologías que aspiraban a superar el demoliberalismo. En realidad, la democracia solo volvió a ser posible, y solo en bastante menos de la mitad de Europa, por la intervención bélica useña.

El problema, en España, puede resumirse así: al llegar la república, solo la derecha republicana (Lerroux-Maura-Alcalá Zamora, divididos entre sí) podía considerarse adepta a la democracia liberal. La izquierda, incluso la menos extremista, entendía la democracia como su propia dominación para realizar, en palabras del mismo Azaña, "un programa de demoliciones". Los objetivos a demoler eran la herencia cristiana y la de la España histórica, como recordé en el artículo anterior. Para mayor ceguera, Azaña pretendía realizarlo mediante una alianza con los sindicatos y partidos más mesiánicos y totalitarios. Y el resto de la derecha simplemente tenía pavor a una democracia que identificaba, como la propia izquierda, como la mayor amenaza para la nación española y la cultura católica.

La (débil) responsabilidad de la derecha viene, en ese sentido, de muy atrás. La mayor parte de ella era tradicionalmente liberal, aunque permaneciera un sector integrista no desdeñable. Había sido esa derecha la promotora del régimen liberal de la Restauración, que por su propia dinámica tendía a la democracia. Y sin duda habría llegado a ella sin el doble fenómeno de lo que José María Marco ha llamado traición de los intelectuales a la libertad, y sobre todo sin el carácter mesiánico y muy agresivo de las corrientes de izquierda y separatistas reforzadas al calor del Desastre del 98. Sin ningún fundamento, al contrario, izquierdas y separatismo se atribuían la causa de la democracia, y una derecha privada de fuerza intelectual, lo aceptó: la democracia consistía en acabar con la tradición cristiana y con la misma unidad nacional.

En los años 30, el temor de la derecha aumentó, tanto por la extrema agresividad de las izquierdas como por el influjo de las corrientes autoritarias y fascistas del exterior. De todas formas, el grueso de la derecha aceptó las reglas del juego iniciales de la república y trató de desenvolverse dentro de ellas, obteniendo un gran triunfo electoral en 1933. Ello abría el paso a una democracia normal en España, posibilidad que quedó destruida por la violencia conscientemente guerracivilista de la izquierda, primero, y por la destrucción de la misma legalidad republicana por el Frente Popular algo después. La derecha, privada de su propia concepción liberal de la democracia, perdió la iniciativa ideológica y solo pudo aferrarse –lo que no es poco, es esencial– a la defensa "de Dios y de España".

La democracia, así, no desempeñó un papel en la guerra, debido a su destrucción en los cinco años previos de república.

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