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Pío Moa

La penúltima marrullería

Me gustaría creer que el gobierno está haciendo algo en relación con la gira internacional de Ibarreche en pro de su plan secesionista (siguiendo la costumbre de caer en todas las trampas semánticas del PNV, la prensa suele llamarle “soberanista”). Me gustaría creer que el gobierno está contrarrestando las intoxicaciones de Ibarreche en el extranjero con una intensa y extensa labor aclaratoria en los mismos foros adonde acude el lendacari, porque los ministros deben saber evaluar el peligro de esas campañas de propaganda, que llegado el momento pueden paralizar la reacción necesaria contra los balcanizantes.

Pero me temo que los nacionalistas creen poder seguir adelante con sus planes. Aznar vino a confirmarles, durante su estancia última en Bilbao, que sus deslealtades y provocaciones contra la Constitución y su permanente sabotaje a la unidad de España no tendrán consecuencias. Como recordarán, Aznar tuvo entonces dos grandes aciertos al señalar el carácter balcanizante de ese partido, y aludir al “síndrome de Santoña”, una (entre muchas) de las traiciones más desvergonzadas del PNV a sus aliados. Pero esos aciertos a la hora de situar el problema en su marco real y de señalar el carácter de los nacionalistas, quedaron neutralizados cuando el presidente descartó la posibilidad de suspender la autonomía con el peregrino argumento de que “eso es lo que le gustaría al PNV”. ¡Qué cosa! ¿El gobierno hace su política guiándose por lo que le gustaría o le dejaría de gustar al PNV? Ciertamente, suspender la autonomía es una medida seria, cuyas consecuencias deben preverse, así como la manera de neutralizar derivaciones indeseables, pero es una medida obligada si el PNV prosigue por la vía actual, y el gobierno tendría que hacer ver con plena claridad a ese partido los perjuicios que puede ocasionar con su insensatez secesionista y de los que ese partido sería responsable de toda responsabilidad. Si no, todo queda en palabrería.

Ahora Ibarreche convoca una manifestación contra ETA. Ante ella, caben dos salidas: o bien negarse a asistir, desenmascarando al mismo tiempo su demagogia mediante una fuerte campaña que exija, entre otras cosas, el empleo a fondo de la policía autónoma contra los terroristas, o bien asistir masivamente con banderas de España, que significan precisamente la democracia, la libertad y la paz. Masivamente, para impedir que unos cuantos matones se impongan a los pocos grupos que pudieran portarlas espontáneamente. Si no se entiende esto, Ibarreche logrará aparecer al mismo tiempo como separatista, pacifista y demócrata ante una buena parte de la ciudadanía y ante el exterior, que es justamente lo que pretende. Pero el nacionalismo ya ha probado mucho más allá de todo lo tolerable, que sólo trae y sólo puede traer sangre, odio opresión y envilecimiento de la gente en un laberinto de falsedades.

A lo largo de su historia, el PNV ha dado incontables muestras de su habilidad jesuítica, en el peor sentido posible de esta palabra, y sólo con un continuo marcaje y desenmascaramiento de sus marrullerías será posible recuperar el terreno perdido por la democracia y la unidad de España en veinte años de pasividad.

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