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Pío Moa

Por qué yerra Fontana

la izquierda actuaba, ya en la noche electoral, de una manera golpista y revolucionaria. Pero el señor Fontana parece considerar legítimas estas conductas… cuando las practica la izquierda, obviamente

Recientemente el señor Josep Fontana hizo en El mundo dos afirmaciones realmente curiosas: Gil-Robles habría estado muy cerca de iniciar la guerra civil, y mantener que la contienda empezó en el 34 “es una tesis franquista”.
 
Explica el señor Fontana: “La Guerra Civil estuvo a punto de empezar la misma noche de las elecciones de febrero de 1936, cuando Gil Robles incita al entonces jefe del Gobierno a anular los comicios y a permanecer en el cargo ofreciéndole el apoyo de la derecha y del Ejército. Al día siguiente Franco se entrevista con el presidente del Gobierno para intentar convencerle de que declare el estado de Guerra con el único objetivo de impedir que se respete el resultado de las elecciones”.
 
¡Vaya casualidad! Lo mismo hicieron Azaña y otros izquierdistas cuando las derechas ganaron las elecciones en 1933. ¿Por qué no dice entonces el señor Fontana que en 1933 Azaña y los suyos estuvieron a punto de empezar la guerra civil? Quizá considere legítimo el intento golpista de Azaña, o en todo caso debería de aclararlo.
 
Tiene interés establecer quién empezó la carrera golpista contra las elecciones, y en este caso queda bastante claro. Pero además hay profundas diferencias entre las actitudes de Azaña y las de Gil-Robles o Franco. Las elecciones de 1933 fueron básicamente normales, aunque hubo seis o siete asesinatos, todos ellos perpetrados por las izquierdas contra derechistas. Éstos esperaron a conocer los datos oficiales y en ningún momento, antes o después de su victoria, se lanzaron a la calle a cometer violencia o a imponer medidas políticas. Fueron elecciones evidentemente válidas, las más válidas de la república por su carácter normal y legal, organizadas además por un gobierno de centro izquierda. Y sin embargo las izquierdas rechazaron desde el primer momento los resultados. Se pusieron “en pie de guerra”, como anunciaba el periódico de Companys. Y no quedaron en palabras, como sabemos hoy con detalle: planificaron, textualmente, la guerra civil, que estallaría en octubre de 1934, aunque fracasara a las dos semanas.
 
Por el contrario, las elecciones de 1936 fueron muy anormales, como por fuerza ha de saber, aunque lo calle, el señor Fontana. Lo fueron tanto por el odio desenfrenado y la violencia que las presidieron como porque, sin esperar al recuento efectivo de los votos, las izquierdas se lanzaron a la calle, a imponer desde ella la ley, exigiendo la libertad de los presos golpistas del 34, asediando sedes de la derecha y ejerciendo una coacción que perturbaba un escrutinio imparcial. Diversos gobernadores civiles se inhibieron y algunos simplemente escaparon, desapareciendo de hecho la legalidad en diversas provincias. Todo ello lo explica muy bien no sólo Gil- Robles, sino también el jefe del gobierno en esos momentos, Portela Valladares, y el mismo Azaña. Portela, presa de pánico, dimitió y salió prácticamente a escape antes de la segunda vuelta de las elecciones, que él debía presidir legalmente, mientras crecían los motines y tiroteos. De hecho la izquierda actuaba, ya en la noche electoral, de una manera golpista y revolucionaria. Pero el señor Fontana parece considerar legítimas estas conductas… cuando las practica la izquierda, obviamente.
 
Los resultados oficiales, hecho llamativo, nunca se hicieron públicos, dando lugar durante muchos años a especulaciones de los historiadores, divergentes hasta en un millón de votos. Hoy suele considerarse que hubo empate en votos, aunque las izquierdas obtuvieran más escaños, en estas circunstancias anómalas.
 
Por lo tanto, aun si Gil-Robles y Franco hubieran querido invalidar aquellas elecciones, se trataba de una situación absolutamente distinta de la de 1933. Y aun así, contra lo que cree el señor Fontana, no está claro que Franco o Gil-Robles quisieran arrebatar a las izquierdas una victoria por lo demás incierta en aquellas horas –como había intentado Azaña arrebatarla a la derecha en 1933—. La declaración del estado de guerra podría interpretarse como un intento golpista, pero en principio era legal, y fue firmada por el presidente Alcalá-Zamora, aunque no llegara a aplicarse. Sí fue aplicado el estado de alarma, que restringía severamente los derechos ciudadanos y establecía la censura de prensa, medida mantenida luego indefinidamente por la izquierda, en su propio beneficio.
 
Las declaraciones de Franco y de Gil-Robles no indican un intento de golpe, sino más bien de impedir el rápido desmoronamiento de la legalidad. Portela, en cambio, dice que Gil-Robles le habría incitado a actuar como dictador, y ante su negativa, le habría insistido:
 
“-¿Qué juicio forma usted del porvenir (…)?
- Resueltamente soy pesimista –le dije-. Lo más probable, según muchas veces he anunciado al país, es que nos encontremos en vísperas de una nueva guerra civil.
- Si usted piensa así –arguyó entonces Gil-Robles— (…) ¿Va usted a dejar que lleguemos a ese terrible evento, que a usted es posible evitar con sólo mantenerse en el Gobierno? (…)
- No insista usted –le repliqué-. El daño está hecho, y no por mi culpa (…) A otros incumbe ahora esa tarea”.
 
Franco da esta versión: tras incitar a Portela a cortar el paso al proceso revolucionario, declarando el estado de guerra, el político habría replicado: “¿Por qué el Ejército no toma la responsabilidad de esa decisión?” Y el militar habría dicho: “Porque carece de la unidad necesaria, y porque es al Gobierno a quien compete defender la sociedad”.
 
Entenderemos mejor la situación si recordamos que las izquierdas a punto de llegar al poder en febrero del 36 eran las mismas que en 1934 se habían alzado contra, o roto con, la legalidad republicana. La preocupación, el miedo y hasta el pánico de las derechas, aunque justificados por tal precedente, podrían ser excesivos, pues desde 1934 aquellas izquierdas quizá habían rectificado sus posiciones. Por desgracia, los hechos demostrarían que no habían rectificado en nada esencial. Franco empezó, por primera vez, a conspirar para derrocar al Frente Popular si éste continuaba su trayectoria revolucionaria. Hoy, a la vista de la abrumadora documentación existente, ningún historiador serio puede dudar que las elecciones abrieron un nuevo proceso revolucionario en España. A mediados del mes próximo publicaré un libro a este respecto, y ya veremos si el señor Fontana, u otros como él, son capaces de refutarlo de otra manera que con ataques personales.
 
En otro artículo abordaré la otra afirmación del señor Fontana, tan peculiar como la ya vista.

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