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Pío Moa

¡Por un movimiento cívico español!

El objetivo de este movimiento debe ser la garantía de la unidad nacional y la regeneración de nuestra democracia, un objetivo con el que Aznar llegó al poder y que no cumplió, pese a ser su gestión, en términos generales, positiva.

Si no permitimos que quede en un hecho aislado, la convocatoria de Alcaraz puede tener un alcance político decisivo. Ha demostrado a) el carácter de auténtica chusma de la casta política partitocrática, sea de derecha o de izquierda; b) el descontento existente en gran parte de la sociedad española, precisamente la más viva y sensible, hacia el rumbo desintegrador, antidemocrático y corrupto al que quiere llevarnos la casta política; c) la posibilidad de dar cauce a ese descontento a través de un poderoso movimiento cívico al margen de los actuales partidos. Ha bastado el liderazgo de Alcaraz y el apoyo de una parte mínima de los medios de masas, frente al boicot de la mayoría y de los partidos, para que el éxito de la manifestación haya desbordado todas las expectativas.

La concentración contra la infame política del Gobierno (y de la Oposición, no lo olvidemos) con la ETA, auténtico contubernio de ambos contra el Estado de derecho, la integridad de España y las libertades de los españoles, se ha realizado bajo el signo de la "rebelión cívica", una fase necesaria pero que debe transformarse en un proceso más positivo y organizado, un verdadero Movimiento Cívico Español.

El objetivo de este movimiento debe ser la garantía de la unidad nacional y la regeneración de nuestra democracia, un objetivo con el que Aznar llegó al poder y que no cumplió, pese a ser su gestión, en términos generales, positiva. Pues, en efecto, nuestra democracia ha sido corrompida y degradada en extremo a lo largo de muchos años, derivando en una partitocracia al margen o en contra de los intereses del pueblo.

Por consiguiente, ese movimiento cívico, tome el nombre que tome, no solo debe oponerse al movimiento partitocrático, sino exponer una alternativa programática clara en torno a unas cuantas cuestiones, como la independencia de la justicia y auténtica separación de poderes; devolución de las competencias de enseñanza y otras que se juzgue preciso al poder central; limitación y control estricto del gasto público, central y de las autonomías. No quiero extenderme ahora, pues seguramente se encontrarán más puntos concretos a desarrollar en un auténtico programa. El programa debe ser claro, breve y preciso, perfectamente inteligible para todos. De otro modo estaríamos condenados a asistir impotentes, con algunas protestas aquí y allá, a una progresiva involución política que puede dar los frutos más venenosos y arruinar, nuevamente, la convivencia en libertad de los españoles.

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