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Pío Moa

Seis porvos con la Lola

En el libro España en llamas, de Bernardo Gil de Mugarza, pueden verse fotocopias de vales emitidos por las autoridades anarquistas en algunos lugares. Uno, de un Comité de Milicias y Defensa, con tres sellos, fechado el 21 de septiembre de 1936, reza: “vale por seis porvos con la Lola”. Lo firma “El responsable”, y especifica: “No se puede transferir”. Otro vale, algo más recatado, sirve para “una novia para esta noche”.

La cosa se presta demasiado al cachondeo fácil, así que vamos a dejarlo ahí. Lo más interesante es su implicación política y económica, una vez abolido el dinero. El terrorista Ravachol, condenado en Francia a la guillotina por homicidio con robo y atentados con bomba, exponía a sus carceleros, tratando probablemente de atraerlos a sus ideas, que el anarquismo aboliría la contabilidad y la teneduría de libros, ya que haría desaparecer el dinero, por ser éste instrumento de acumulación y explotación.

Sobre el dinero han caído los peores dicterios a lo largo de la historia, como útil de Satanás, corruptor de todas las virtudes. Sin embargo es difícil que el dinero haya corrompido nada que no lo estuviera previamente, o, mejor, es la humana tendencia a la corrupción la que se sirve del dinero, como de otros muchos medios. Ello aparte, el dinero, por su carácter impersonal y divisible a voluntad, no ha encontrado hasta ahora alternativa para el funcionamiento económico, que, como sabemos, se basa en el intercambio y es inconcebible sin él.

Cuando en muchos lugares de España fue eliminado el dinero, en los primeros meses de la guerra, las aparentes ventajas se trocaron en problemas irresolubles. El nuevo sistema debía traer una mayor libertad y justicia en las relaciones humanas, pero su resultado era precisamente el opuesto. Para empezar, los vales exigían una autoridad que les diese respaldo. Naturalmente, los anarquistas estaban en contra de toda autoridad, pero sin ella, ¿qué validez podían tener aquellos papeles? El problema lo resolvían sustituyendo el término “autoridad” por el de “responsable”, pero eso no engañaba a nadie. Y de pronto la gente dependía, hasta para comercios íntimos, del permiso o del capricho de algún individuo con mando. El método, además, exigiría una burocracia elefantiásica que atendiera las variadísimas necesidades de la gente, o bien limitar esas necesidades a lo más primario.

Por otra parte, al depender los términos del intercambio del criterio arbitrario, aunque (imaginariamente) virtuoso de los responsables –y da igual si eran elegidos o no–, el intercambio mismo se volvía cada vez más difícil, aumentando la pobreza, mientras los mandamases de turno imponían su voluntad y saqueaban a los más débiles.

¿Fue esto lo que sucedió? Los anarquistas suelen loar sus “colectividades”, en especial las de Aragón, pero la opinión de los comunistas, expuesta en su libro oficial sobre la guerra, difería: “Se perseguía y aun se ejecutaba a los campesinos que se resistían a entrar en las llamadas colectividades agrícolas. En la zona del Cinca, en una noche fueron asesinados 128 campesinos (…) Los anarquistas de Aragón, ya antes de que se organizara el Consejo como una caricatura grosera de gobierno, habían recogido todo el dinero, joyas y alhajas de algún valor que conservaban tradicionalmente las familias campesinas. Suprimieron el dinero de la república y emitieron ellos una nueva moneda sin ningún respaldo, pero que les servía para sus negocios y para despojar a los campesinos hasta del último gramo de trigo o de carne”. Los comunistas muestran un curioso acento liberal cuando critican: “La ‘República Libertaria’ se hundió entre sangre, miseria, lutos y lágrimas. La política de colectivización forzosa, de retribución igualitaria, de terror y represión, mató el estímulo de los campesinos en el trabajo y causó la completa ruina de esta próspera región”.

Conocemos bien la habilidad comunista para desvirtuar las cosas y calumniar a sus enemigos. Pero en este caso, y aun teniendo en cuenta posibles exageraciones, todo inclina a creer que acertaban bastante, porque la lógica del sistema implantado por los libertarios no podía llevar a otra cosa. Debe observarse, no obstante, que el gobierno del Frente Popular también despojó a la gente, ricos y pobres, de sus joyas, alhajas y otras pertenencias, y que tampoco logró “estimular a los campesinos”, ni a los obreros industriales: a lo largo de la guerra, la producción cayó aceleradamente, sin que sirvieran de nada los llamamientos y las amenazas, como explica Zugazagoitia y demuestran las estadísticas.

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