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Pío Moa

Zapatazo a la cultura

El equipo de Zapatero, aspirante a gobernar a los españoles (con la excepción de los catalanes y los vascos, de momento), tiene un serio problema: no puede disimular su apoyo y alianza con quienes abiertamente trabajan por descuartizar España. Y eso, por mucha palabrería que le echen encima, no acaba de convencer a los ciudadanos, ni siquiera a muchos de su propio partido. En consecuencia ha optado por un truco de ilusionismo, tratando de desviar la atención hacia la educación y la cultura, un campo en que es fácil desbarrar e impresionar a los ilusos.
 
El señor Zapatero es hombre educado y de buenos modales, y tuvo al principio iniciativas plausibles, por más que luego, como pancartero, amparase desmanes y conductas violentas. Ahora dice promover la cultura, no la suya sino la de los españoles. Pero ¿es culto el señor Zapatero? No da esa impresión. Reiteradamente ha demostrado lo precario de sus conocimientos de historia de España y de su propio partido, y otro tanto cabe decir de la economía o el pensamiento político. Claro que la cultura no se manifiesta sólo, ni principalmente, en conocimientos específicos. Todos hemos conocido a personas sin apenas estudios pero con un criterio y una comprensión de la vida más serios que los de muchos intelectuales. Los buenos modos de Zapatero indicaban algo de eso, pero hemos visto con decepción que no había tal. Su criterio se compone de un rosario de tópicos y adjetivos hueros, destinados a provocar el reflejo condicionado (“progresista”, “autoritario”, “retrógrado”, etc.). En muchos sentidos trae a la memoria la desesperada crítica de Azaña a sus propios seguidores: “No saben qué decir, no saben argumentar, no se ha visto más notable encarnación de la necedad”.
 
Con tal bagaje, no pueden extrañar los cambios de criterio, o de no criterio, según sople el viento, y así un día se nos presenta el líder socialista como libertario, al siguiente como conservador, como partidario de aumentar el gasto público o de contenerlo, etc. Y ha llegado últimamente a proponer las dos cosas simultáneamente: más gasto y menos impuestos. Mejor dicho, muchos menos impuestos, pues serían las autonomías las que los acaparasen. Pero estas contradicciones no parecen importarle: nada es imposible en el inculto mundo de la palabrería y el ilusionismo político.
 
Educación y cultura ya fueron consignas empleadas a troche y moche por los socialistas cuando mandaban, y sin embargo fue en su época cuando los españoles se volvieron menos educados, y el estilo macarra se universalizó; cuando la cultura popular quedó barrida y sustituida por el trío de fútbol, pornografía y música más o menos roquera que hoy la componen; cuando los cuantiosos medios dedicados a la enseñanza empezaron a producir masas de estudiantes desmotivados, maleducados  y apenas capaces de expresarse a un nivel primario, tanto oral como escrito; cuando la televisión, principal transmisora de la “cultura” sociata, se convirtió en simple basura; y así sucesivamente.
 
Es un problema profundo y tan envenenado por los propios socialistas, que no tiene fácil solución. Un problema de concepciones y valores en primer lugar, es decir, un problema de calidad. Y contra la calidad los socialistas tienen las cosas bien claras, como se vio en su cerril oposición a las tímidas reformas lentísimamente aplicadas por el gobierno del PP. Para Zapatero y los suyos, el problema se reduce a más burocracia, más dinero (sin explicar de dónde vendría), más ordenadores y más inglés. Sobre esto último, nada que oponer, salvo que la absoluta inanidad cultural del PSOE (la abandonada concepción marxista nunca fue sustituida) y su constante desvalorización de la cultura española, llevarían fatalmente a una total satelización de la cultura española a la useña.
 
Unos personajes tan cerradamente incultos en todos los sentidos posibles de la palabra pretenden velar por la cultura de los españoles. Son ciegos empeñados en guiar a aquellos a quienes ya han dejado tuertos.

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