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Porfirio Cristaldo Ayala

La tiranía del estatismo

El consenso socialista –como el del Foro Social de Porto Alegre– proclama que las reformas en América Latina llevaron a la desigualdad, pobreza y estancamiento en la región. Estas afirmaciones contrarias al capitalismo y la globalización suelen fundamentarse, por extraño que resulte, en declaraciones de Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía.

Lamentablemente, su libro El malestar en la globalización (Taurus, 2002) ha sido menos leído que citado en artículos opuestos a la privatización y liberalización del comercio. El profesor Stiglitz tiene razón en muchas cosas. Es cierto que las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) han tenido efectos devastadores para los países pobres. La ayuda externa sirvió sólo para eternizar la pobreza y sostener a regímenes corruptos. Y fue un error privatizar en países como Argentina y Rusia, que no contaban con un marco legal que garantizara la propiedad privada y la transparencia.

En cuanto a la globalización, los que se apoyan en la autoridad de Stiglitz olvidan que este considera que la globalización “puede ser una fuerza benéfica” y que “su potencial es el enriquecimiento de todos, particularmente los pobres”. Pero la globalización no tiene dimensiones económicas solamente. Su alcance va más allá del libre comercio, afectando las comunicaciones, la tecnología, la ciencia, la cultura, la justicia y la política, como asegura Mario Vargas Llosa. Lo esencial del proceso –sin lo cual el desarrollo es efímero– es el avance de la libertad y la democracia a escala global.

El problema con Stiglitz es que tiene el keynesianismo en la sangre. No concibe la economía sin la intervención del gobierno, las políticas monetarias y el gasto estatal como motor del crecimiento. Al igual que Keynes, Stiglitz insta a los gobiernos a utilizar la expansión monetaria y las políticas fiscales para impulsar el crecimiento. Si eso funcionara, la pobreza en el mundo habría terminado hace mucho tiempo.

Poco les preocupa a los keynesianos que la expansión monetaria, necesaria para financiar el aumento del gasto público, pueda avivar la inflación y destruir la base de capital, sumiendo en la miseria a los más pobres. Lo importante es dar un “alivio” a la economía. Pero la realidad es que ni el gasto público ni la expansión monetaria pueden impulsar un crecimiento genuino. Estas políticas han llevado al estancamiento y la hiperinflación, como ocurrió en los años 70 con la estanflación. Únicamente el ahorro, la inversión y el aumento de la tasa de capital pueden crear riqueza.

Stiglitz sostiene que las “enormes fluctuaciones” del capitalismo son las causantes de que el crecimiento en América Latina se diera en la primera mitad de los años 90, mientras que en la segunda mitad hubo recesión. Olvida que las reformas liberales se realizaron sólo en la primera mitad de los años 90. En la segunda mitad, el aplazamiento de las reformas junto al aumento del gasto político y la deuda externa terminaron por hundir las economías de Argentina, Uruguay, Brasil y otros países.

Las políticas del FMI han devastado a los países pobres. Pero no por las razones que supone Stiglitz, sino porque la ayuda externa sólo crea dependencia y corrupción. En lugar de tratar de reducir el déficit aumentando los impuestos, los países debieran recortar drásticamente el gasto público. Ello permitiría a los productores acceder a nuevos capitales para la creación de riquezas y empleos.

Las reformas liberales no llevaron a la pobreza en América Latina. Por el contrario, la causa del mal es la falta de reformas y apertura de las economías. A partir de los años 80, la globalización dividió al mundo en tres grupos: países ricos; países globalizadores (que se integraron a la globalización), y países no globalizadores (que no se integraron a los mercados globales).

Los países globalizadores, que incluyen a 3.000 millones de personas en naciones como China, India, Hungría, Vietnam, Uganda y Bangladesh, aumentaron espectacularmente sus exportaciones, mejorando el nivel de vida de sus pueblos. Los países latinoamericanos, al igual que muchos de Africa y Asia, sin embargo, son casi todos no globalizadores. Estos países no profundizaron las reformas ni abrieron sus mercados, condenando a sus 2.000 millones de habitantes al empobrecimiento y marginalidad.

La causa de la pobreza sin duda es la tiranía del estatismo con la que colaboran brillantes economistas como el profesor Stiglitz.

Porfirio Cristaldo es corresponsal de la agencia © AIPE en Asunción (Paraguay).

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