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Porfirio Cristaldo Ayala

¿Por qué tan pobre?

El Paraguay, con un PIB per cápita de 1.700 dólares, es uno de los países más pobres del continente. Paraguay siempre fue pobre; ya lo era en la conquista, cuando los españoles se percataron que en la provincia no había oro que rapiñar. Más provechoso sería examinar qué condiciones hubieran favorecido a su progreso. Esta pregunta la hizo el filósofo moral Adam Smith, en 1776, en su obra “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”. Y su respuesta fue correcta. La riqueza de las naciones surge de la defensa de la propiedad privada y de la libertad económica. En los últimos 200 años, la historia económica ha corroborado plenamente sus ideas.

Se ha intentado explicar de muchas formas la pobreza del Paraguay. El país tuvo dos guerras devastadoras. Pero otros países también soportaron guerras y lograron recuperarse y progresar. Algunos creen que la pobreza se debe más bien a la “raza”. El paraguayo, mestizo del español y el indio, dicen, está más dispuesto a la caza, la pesca y el ocio que al trabajo. Los paraguayos que van al extranjero, sin embargo, son tan eficientes y dedicados como el mejor. Muchos suponen que la religión, la cultura y las tradiciones determinan la pobreza. No es así. Los países que como Corea, China y Alemania quedaron divididos durante años por regímenes con sistemas económicos opuestos, demostraron cómo entre la misma gente, con idéntica cultura, religión, raza y costumbres, unos se hunden y otros prosperan.

El Paraguay no tiene costas al mar ni recursos naturales. Una seria desventaja. Pero en compensación tiene abundantes ríos, una extensa planicie de tierras fértiles y el potencial de sus ríos lo ha convertido en el mayor exportador de energía eléctrica del mundo. Además, la historia reciente testimonia cómo Hong Kong, Singapur, Taiwán y otros países sin recursos naturales progresaron velozmente.

En cuanto a la ayuda externa, el Banco Mundial y el BID otorgaron al país créditos blandos por miles de millones de dólares. Nada queda de eso, excepto por algunos elefantes blancos como la telefónica estatal y una infraestructura vial destartalada. Los créditos de los organismos internacionales fueron a los bolsillos de los presidentes, sus ministros, jefes militares y aliados. Y una parte se utilizó para oprimir a la oposición. Hoy, la ayuda externa sólo sirve para financiar el clientelismo, el despilfarro y la corrupción en la administración pública. Sin esos fondos, los políticos no habrían tenido otra alternativa que achicar el Estado y liberalizar la economía. Mejor sería que los Estados Unidos y Europa acabaran con la ayuda externa y más bien abrieran sus mercados, eliminando los subsidios agrícolas y el nuevo proteccionismo laboral y ecológico.

En el Paraguay, la noción del gobierno como defensor de los derechos y la propiedad de las personas es inexistente. Los políticos que acceden al gobierno lo toman como un botín de guerra y se dedican con total impunidad al saqueo masivo de los fondos públicos. Sin embargo, sería un error suponer que el atraso se debe sólo los gobernantes corruptos. Las leyes se crean, precisamente, para controlarlos. En un estado de derecho los gobernantes ladrones pueden dificultar el progreso, pero no detenerlo. Esta es la clave. El Paraguay es pobre por que no tiene buenas leyes ni una justicia independiente que proteja la propiedad privada. Las leyes estatistas otorgan formidables poderes al gobierno, en perjuicio de las libertades económicas. Y mientras las instituciones no favorezcan la inversión, la producción y el comercio, no habrá desarrollo, aun con gobernantes honestos.

Por ende, lo único que separa mi país de la prosperidad es el estatismo.

© AIPE

Porfirio Cristaldo Ayala es corresponsal en Asunción de la agencia de prensa AIPE.

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