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Rafael Calduch Cervera

¿El fin de la Guerra Fría?

La histórica decisión de los presidentes Obama y Castro constituye el epílogo de la guerra fría imperante en las relaciones bilaterales entre ambos países.

La histórica decisión de los presidentes Obama y Castro constituye el epílogo de la guerra fría imperante en las relaciones bilaterales entre ambos países.

Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín, la comunidad internacional sentenció el fin de la bipolaridad Este-Oeste, que durante cuatro décadas había sometido el mundo a la permanente amenaza de un enfrentamiento nuclear. Más tarde, cuando en 1991 desapareció la Unión Soviética bajo la presión de las fuerzas centrífugas nacionalistas, el mundo consideró imposible la vuelta a la Guerra Fría. Una década más tarde, con la intervención militar de la OTAN en Kosovo, parecía evidente la definitiva hegemonía norteamericana, que sin embargo debía enfrentar el reto de una nueva amenaza: el terrorismo yihadista de Al Qaeda. Pero la intervención militar de Rusia en Georgia en 2008, su apoyo al régimen Bachar al Asad en Siria, su colaboración con Irán en el programa nuclear y la reciente anexión de Crimea demuestran que los dirigentes rusos están muy lejos de haber renunciado a que su país siga jugando el papel de potencia estratégica mundial.

Sin embargo, ninguno de estos acontecimientos cambió la política de aislamiento establecida por Washington respecto de Cuba y el régimen castrista. Al contrario, la endureció en la creencia, que el tiempo ha revelado errónea, de que el acoso económico acabaría con el régimen comunista cubano como había ocurrido con la superpotencia soviética. La Administración norteamericana incluso estuvo dispuesta a enfrentarse con sus aliados de la UE al pretender la aplicación extraterritorial de la Ley Helms-Burton a las empresas europeas (la mayoría españolas) establecidas en la isla.

Nada de eso acabó con la dictadura castrista. El régimen cubano se mantuvo incólume y buscó nuevas alianzas diplomáticas y económicas, esta vez en Latinoamérica, hallando sólidos apoyos en el presidente venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales y el nicaragüense Daniel Ortega. Mientras tanto, la apertura económica cubana, iniciada en los años 90, se acompañó de una creciente represión política contra los dirigentes de la oposición interior, demostrando con ello que la nomenklatura del régimen, con Fidel Castro a la cabeza, no tenía ninguna intención de abandonar el poder.

Tampoco las expectativas de una transición hacia la democracia se vieron favorecidas por la oposición en el exilio, especialmente la establecida en Estados Unidos, que no sólo se mantuvo dividida respecto de la política de bloqueo sino que tampoco logró unificar criterios y aunar esfuerzos en su apoyo a la disidencia política radicada en la isla. Desde los partidarios de fomentar la insurrección popular con el apoyo exterior norteamericano hasta los defensores de un cambio de régimen negociado con la mediación internacional, las patentes discrepancias entre los diversos grupos del exilio sólo contribuyeron a mantener la ventana de oportunidad política que necesitaba el régimen cubano para perpetuarse en el poder.

La renuncia a la presidencia, que no al poder, del simbólico líder Fidel Castro a favor de su hermano, menos simbólico pero más pragmático, Raúl Castro pronto defraudó las ingenuas expectativas de quienes veían los signos de una nueva era de transición en Cuba.

Sin duda, la histórica decisión de los presidentes Obama y Castro de normalizar las relaciones diplomáticas, levantar el embargo norteamericano e iniciar un proceso de apertura de relaciones económicas, sociales y culturales entre Estados Unidos y Cuba constituye el epílogo de la guerra fría imperante en las relaciones bilaterales entre ambos países. Pero nuevamente sería precipitado suponer que ello conducirá, al menos a corto plazo, a cambios políticos significativos en el régimen cubano.

En efecto, por parte de Estados Unidos, la iniciativa presidencial ya ha encontrado importantes rechazos entre los sectores más radicales del Partido Republicano, con mayoría en las dos cámaras legislativas, que tratarán de obstaculizar las iniciativas legislativas que deben respaldar el proceso de normalización económica entre Cuba y Estados Unidos. Pero resulta evidente que la Administración Obama también contará con el apoyo de centenares de miles de cubanos que aspiran a reencontrarse con sus familias, tras años de separación, y de no pocos inversores cubano-americanos que perciben claramente las oportunidades que se pueden abrir a medio plazo para sus negocios.

En cuanto al régimen cubano, es evidente que esta medida política no se ha improvisado, sino que es el fruto de una estrategia para enfrentar el colapso económico de la isla, condición necesaria para garantizar la continuidad de un régimen político cuya impopularidad ha crecido de forma proporcional al deterioro en las condiciones de vida de los cubanos. Siguiendo el modelo chino, los hermanos Castro y el resto de la élite dirigente cubana consideran que es posible alcanzar un modelo de liberalización económica con la continuidad de un régimen político de partido único.

El proceso iniciado ayer tiene todavía, ante sí, un largo recorrido para lograr superar más de medio siglo de aislamiento recíproco entre Estados Unidos y Cuba. Todavía deberán adoptarse muchas otras decisiones políticas, que deberán convertirse en tratados y leyes antes de hacer irreversible la normalidad en las relaciones bilaterales y, desde luego, antes de abrir un proceso de transición política. Pero lo cierto es que el camino ya se ha iniciado.

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