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Raúl Benoit

El muerto está bien vivo

Si el candidato de la oposición, Henrique Capriles, gana la presidencia, el tirano tiene ya preparada la batalla, que librará en las calles de Caracas y otras ciudades con milicias bolivarianas armadas con plata del narcotráfico.

No debemos desear la visita de la pelona a ninguno de los dirigentes, presidentes o autonombrados comandantes de los países latinoamericanos, a menos que se merezcan la muerte política o social por haber sido malos gobernantes y opresores. Tampoco roguemos para que los enemigos sufran una enfermedad terminal, porque la venganza jamás es dulce, solo daña a quien la desea.

Por otra parte, el que merece un castigo es mejor que lo pague en vida y no en una fosa. El peor escarmiento que recibe un político abusivo corre por cuenta de su propio pueblo cuando, en las urnas, le quita el respaldo.

Siempre he dicho que Hugo Chávez es mejor vivo que muerto, porque si fallece en campaña gana la oligarquía chavista, los boligarcas, como les dicen por aquello de la revolución bolivariana. Ellos son más peligrosos y ambiciosos que su propio jefe, porque solo planean llenar sus cuentas bancarias de dinero; cuentas clandestinas con la complicidad del sistema financiero mundial.

Chávez goza de buena salud, como vemos en la propaganda de su gobierno. Trota, juega pelota, habla más que un perdido recién encontrado y continúa su plan de perpetuarse en el poder.

Los venezolanos que vaticinaron que el supuesto cáncer acabaría con él elucubran sobre qué pudiera haber detrás de su enfermedad mortal. Dicen que fue una farsa para victimizarse y ganar la compasión del pueblo en pleno proceso electoral. Que fue una cortina de humo con el fin de rebajar la crisis interna, la inconformidad social, la escasez de alimentos y de gasolina. El moribundo llevó su país a una crisis histórica de falta de carburante por el deterioro del sistema de refino y en parte por el contrabando hacia países vecinos. Sus críticos indican que, hoy, Venezuela importa combustible desde los Estados Unidos. El gobierno chavista lo niega, aunque no puede esconder su excesiva generosidad con sus aliados latinoamericanos.

Sobre el cáncer, pudiéramos darle el beneficio a la inusitada fe religiosa. Siendo ateo comunista, se vuelve creyente al ver a la dama de la guadaña acechándolo y dice públicamente: "Después de un año muy difícil que he pasado, gracias, Dios mío, y te pido que me sigas dando vida y salud para servir a tu pueblo, Cristo".

Si el Señor le concedió el milagro, entonces todos los críticos de su gestión estamos equivocados y seremos condenados al fuego eterno. El bribón habría sido perdonado por los daños sociales y económicos que ha causado a Venezuela. Los chavistas dirán que es un castigo para la oligarquía, que por décadas robó las arcas oficiales con impunidad.

Lo raro de este beneficio divino es que el discurso del moribundo sigue siendo amenazante e incendiario. Pareciera más bien salido de las entrañas del infierno.

Si el candidato de la oposición, Henrique Capriles, gana la presidencia, el tirano tiene ya preparada la batalla, que librará en las calles de Caracas y otras ciudades con milicias bolivarianas armadas con plata del narcotráfico y entrenadas por militares cubanos y guerrilleros colombianos de las FARC, de los que Chávez hospeda en territorio venezolano. Al rozagante gobernante no le importaría derramar sangre, solo para cumplir su misión antes de partir.

Entre tanto, incrusta perversamente el socialismo del siglo XXI en las propias entrañas del Estado adoctrinando a toda una generación en el comunismo; sigue confiscando empresas y tierras; censura y amenaza a la prensa y aumenta el hambre en ciudades y campos.

Sus métodos han fallado. La violencia y la delincuencia en las calles son el pan de cada día, se extienden como un virus social, mientras el moribundo continúa gozando de cabal salud.

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