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Raúl Benoit

Las FARC están vivitas y coleando

Las FARC están vivitas y coleando. Soñar con que la guerra de guerrillas está llegando a su fin es como creer que el narcotráfico se termina arrestando a unos cuantos capos, sin combatir el origen primario, los drogadictos estadounidenses.

Pecan de ingenuos quienes creen que la guerrilla colombiana está derrotada y también los que piensan que el apoyo desde Venezuela a los rebeldes comunistas de las FARC es un asunto aislado.

Conocí a un hombre llamado Mateo que dijo ser uno de los portavoces de ese grupo. En la conversación concluí que las FARC no están diezmadas y que siguen intactas las viejas ideas de guerra prolongada, establecidas en sus lineamientos político-militares desde hace tres décadas.

Ante la arremetida del ejército colombiano decidieron, sin grandes esfuerzos, desempolvar elementales tácticas guerrilleras: operar en grupos reducidos; dar golpes por sorpresa atacando centros urbanos, escabulléndose como ratas y así evitar a toda costa enfrentamientos frontales con los soldados y también ordenaron reducir la comunicación radial supliéndola con mensajes enviados a través de estafetas que cruzan la selva.

Lo peor es que continuarán secuestrando y extorsionando.

De acuerdo a Mateo, el relevo generacional sucede ahora, entregando el mando a jóvenes con poca experiencia. Además, están reclutando niños y mujeres, aleccionándolos para que sean los combatientes del futuro inmediato.

En parte, su reanimación en la sala de urgencias donde estuvo el grupo rebelde después de los duros golpes que Álvaro Uribe le asestó es responsabilidad de dirigentes y militares colombianos corruptos y de gobiernos vecinos indeseables como el de Rafael Correa, en Ecuador y el de Hugo Chávez en Venezuela.

Estos mandatarios han admitido en público sus simpatías por las FARC y glorifican a estos criminales narcotraficantes, afirmando que son revolucionarios verdaderos. Ambos se han hecho los de la vista gorda cuando los guerrilleros cruzan hacia sus territorios.

Los lanzacohetes que el ejército colombiano halló en un campamento de las FARC, y que fueron rastreados desde Suecia hasta Venezuela, son una pequeña parte del arsenal que atraviesa los llanos orientales y las selvas amazónicas, a cambio de cocaína y heroína, con avenencia de funcionarios que ignoran adrede las consecuencias de la violencia que patrocinan.

Estas armas son relativamente viejas, pero efectivas para hacer daño. De acuerdo a datos de inteligencia militar, es probable que las FARC intenten asesinar a Uribe. El Gobierno sueco supuestamente vendió los lanzacohetes a Venezuela en la década de los ochenta. Años más tarde ese país renovó su equipamiento militar. No hay certeza de cómo terminaron en poder de las FARC, pero tuvieron que participar manos criminales y la complicidad gubernamental.

Para nadie es un secreto que el narcotráfico sostiene a estos falsos revolucionarios comunistas colombianos; asimismo, los alimentan los ímpetus guerreristas de nacionales y extranjeros, que son parte de una camarilla de bribones que obtiene provecho económico y político de la muerte de sus paisanos.

Las FARC están vivitas y coleando. Soñar con que la guerra de guerrillas está llegando a su fin es como creer que el narcotráfico se termina arrestando a unos cuantos capos, sin combatir el origen primario, los drogadictos estadounidenses.

Son mentiritas para evadir la culpa.

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