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Raúl Vilas

De cuando siento vergüenza de ser español

En este 13-M eterno, los malos somos los pocos -¿somos ya el único medio?- que no nos creemos lo increíble. Ahora ya nadie quiere saber.

No estoy orgulloso de ser español. No lo estoy desde el 13 de marzo de 2004, o quizás nunca lo estuve. Yo elijo la imagen de los bomberos de Nueva York recibiendo a Bush sobre los escombros de las Torres Gemelas al grito de "USA, USA!". Pero nacer aquí o allá no depende de uno mismo. Ni el más conspicuo nacionalista decide cuál será su nación. A mí me tocó ver las sedes de un partido político cercadas por energúmenos en plena jornada reflexión. Me tocó ver al partido político rival azuzando esa violencia a pocas horas de que abriesen los colegios electorales. Me tocó ver al candidato del partido del Gobierno pidiendo auxilio desde el sótano de Génova 13, en la imagen más patética que recuerde de un político.

Nada más lejos de mi intención que subestimar la maldad de Rubalcaba en particular y del Prisoe en general. Ni la torpeza para comunicar de aquel Gobierno en particular y de la derecha en general. Ni siquiera pretendo quitar méritos a la SER y su carrusel piquetero del 13-M. Pero lo cierto es que fueron muchos los españoles que se comportaron como camisas pardas aquel día. Muchos más los que lo vieron con simpatía. Muchos. La pericia, indiscutible, de los manipuladores no les exculpa. Permítanme una boutade en la España actual: uno es responsable de sus actos. Basta un sencillo ejercicio: traslademos al siniestro Rubalcaba con su ejército de emisoras prisaicas a otro país. ¿El resultado hubiese sido el mismo? No, seguro que no.

El 11-M cambió España y me cambió a mí. Antes tenía la sensación de vivir en un entorno civilizado, y lo esencial de la civilización es la capacidad de discernir entre el bien y el mal como eje de la convivencia. Podrá decirse que aquellos días la sociedad estaba en estado de shock. Es verdad. Pero pasados diez años no hay trauma que valga. La actitud de la mayoría los españoles ante la corrupción de todas y cada una de las instituciones y de los medios de comunicación para enterrar el 11-M es vergonzosa. Discurre entre la la desidia moral, la pereza intelectual, la sumisión borreguil y la ignorancia militante. Hay que pasar página ¡y vale ya!

En este 13-M eterno, los malos somos los pocos -¿somos ya el único medio?- que no nos creemos lo increíble. Ahora ya nadie quiere saber. Se nos insulta por plantear que las dos pruebas que sostienen la versión oficial son falsas. Sin la mochila -de ella salió la tarjeta que llevó a la detención de Zougam y los dos hindúes- y sin la Kangoo -de la que salió la cinta con rezos coránicos- no hay 13-M. Esas dos pruebas fueron la clave de todo. Y sí, son falsas. Lo son. Falsas de toda falsedad. Llámenme conspiranoico, hoy 13 de marzo de 2014 eso es lo único de lo que enorgullecerse en España.

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