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Raúl Vilas

El debate visto por un friki

Yo veo muchas más coincidencias de fondo entre PP y PSOE que discrepancias. Porque si lo que preocupa a los fans del consenso es que no se alcance en lo secundario, lo que a mí me alarma es que sí se mantenga en lo esencial.

No veo Lost pero cada vez me siento más freaky. O sea que Rajoy ha estado muy bien porque ha dicho que Zapatero es muy malo. Y yo sin enterarme. Resulta que un discurso de Estado que marcaría "un antes y un después" –según anunció el coro sorayesco que rodea al líder del PP– consiste en rebajar dos puntitos el IVA, dejar el IRPF como estaba hasta hace un año, un poquito menos de gasto público –10.000 millones, con un déficit de 110.000–, una reforma laboral que abarata el despido sin abaratarlo y algún que otro incentivo fiscal para los autónomos. Toda una alternativa de Gobierno –leo, oigo, escucho. Un Churchill en ciernes. Y como colofón, el llamamiento a los culiparlantes socialistas emanados de las listas cerradas a que sean ellos quienes releven al dueño de sus hiperconfortabilísimos escaños, Zapatero.

Tan freaky soy que mientras el lamento, cuando no alarido, por la falta de acuerdo es general –empezando por el Rey, al que ahora nos enteramos que es más fácil criticar que adular– yo veo muchas más coincidencias de fondo entre PP y PSOE que discrepancias. Porque si lo que preocupa a los fans del consenso es que no se alcance en lo secundario, que es lo que, no nos engañemos, se ha discutido en el Congreso, lo que a mí me alarma es que sí se mantenga en lo esencial: que los dos grandes partidos con opciones de gobernar coincidan en no tocar la actual estructura del Estado autonómico, empezando por recuperar la unidad de mercado; que quieran, ambos, mantener a la justicia sometida al poder político; que defiendan codo con codo el inviable y liberticida Estado de Bienestar; que allí donde gobiernan compitan en despilfarro y deuda...

Quizás sólo un freaky como yo piense que la particularidad y gravedad de la crisis económica española, lo que nos diferencia de otros países de nuestro entorno, no está en la cotización de los autónomos, que el IVA varíe 3 o 4 puntos –bienvenida sea toda bajada de impuestos– o el ICO conceda más o menos créditos a las Pymes. Que el problema es estructural y no de gestión. Que el descomunal déficit está propiciado por la disparatada organización institucional. Que la austeridad, la de verdad, que necesita España supondría que PP y PSOE renunciasen a decenas de miles de cargos públicos inútiles, y no están por la labor; que el desastre educativo y sus terribles consecuencias económicas futuras no se van a arreglar con una foto de Gabilondo y Cospedal, sino recuperando un espacio educativo único, garantizando la libertad de elección e introduciendo la gestión privada; que sin una reforma de la justicia, la seguridad jurídica será, cada vez más, un mero espejismo y las inversiones seguirán huyendo.

Porque, en definitiva, lo que un freaky como yo ha visto en el Congreso es un acto más de la gran mascarada en la que los grandes partidos, jaleados por sus medios afines, representan una dura disputa en lo accidental; cuando lo que no quieren es alterar un status quo que a ellos, los políticos y sus amigos, les reporta grandes beneficios y a los ciudadanos nos lleva al desastre.

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