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Ricardo Medina Macías

La búsqueda de la verdad

La gran paradoja es que la obsesiva búsqueda de la verdad por sí misma –sin intenciones ulteriores– ha hecho más por este mundo que todos los luchadores sociales juntos

En la raíz está el desprecio al conocimiento, como algo inútil por sí mismo. En la raíz está, por tanto, el desprecio a la verdad cuando la verdad no nos “sirve”.
 
El próximo año será el centenario del que es considerado “un año milagroso” para el conocimiento del mundo. El próximo año deberíamos celebrar que a un empleado de correos en Berna, Suiza, le preocupasen asuntos tan “inútiles” como determinar si la luz se aviene al modelo de las ondas o al modelo de los corpúsculos o paquetes de energía.
 
En 1905, en efecto, Albert Einstein escribió cinco artículos (uno de ellos su tesis de doctorado) que revolucionaron la física y nuestro conocimiento del universo. La búsqueda de la verdad no termina. Nadie, cien años después, puede estar absolutamente seguro de que uno u otro modelo de explicación del fenómeno de la luz (el corpuscular o el ondulatorio) sea el definitivo, pero esa búsqueda arrojó y sigue arrojando –como subproductos– decenas de avances tecnológicos que han llevado la productividad y al bienestar del ser humano a fronteras que nadie imaginó en 1905.
 
Einstein quería saber. Saber la verdad. Sólo eso. Einstein, antes que nada, era un contemplativo. Un ser casi despreciable a los ojos de un filósofo alemán atormentado que casi 60 años atrás había sentenciado: “Los filósofos han contemplado demasiado tiempo el mundo; ahora es preciso transformarlo”. Ese filósofo se llamaba Karl Marx. Las ideas de Marx, en efecto, transformaron el mundo. Lo convirtieron en un infierno para millones de personas. A Marx no le interesaba la verdad por sí misma, le interesaba cambiar el mundo. A Einstein no le interesaba cambiar el mundo, sino entenderlo. El mundo se hizo mejor –se transformó– en buena medida gracias al contemplativo Einstein. El mundo se hizo peor –se transformó– en gran medida gracias al revolucionario Marx.
 
Gran parte de los estudiantes universitarios hoy en día no tienen el menor interés en conocer la realidad –eso se lo dejan a los monjes contemplativos– quieren “hacerla en la vida” y hasta el hartazgo les hemos dicho (nos han dicho) que “hacerla en la vida” no es entender sino transformar, sea en la vertiente del “luchador social”, para quien la verdad es desechable según sirva o no a la causa, o en la vertiente del acaudalado, para quien la verdad es igualmente desechable según sirva o no para hacer dinero.
 
Recordemos que en su origen la trascendencia de la Universidad –trascendencia significa que está “más allá”– respecto del mundo práctico radicaba en su carácter contemplativo. No estaba al servicio de una causa práctica o política, sino al servicio de la verdad.
 
La gran paradoja es que este desprecio a la verdad, en aras de transformar el mundo, no mejora el mundo. La gran paradoja es que la obsesiva búsqueda de la verdad por sí misma –sin intenciones ulteriores– ha hecho más por este mundo que todos los luchadores sociales juntos.
 
© AIPE
 
Ricardo Medina Macías es analista político mexicano

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