Menú
Ricardo Medina Macías

La muerte de un dictador

Lo mismo vale, para convertir a los países en fincas personales de los déspotas, la inflamada prédica anticomunista que tan rentables beneficios le dejó a Stroessner durante casi 35 años, que la ferviente arenga revolucionaria de Castro.

Madrugador, astuto, con gran olfato para los negocios multimillonarios, escudado en un anticomunismo de caricatura, Alfredo Stroessner corrompió a Paraguay hasta la médula. Persiguió toda disidencia y convirtió a su país en el paraíso de contrabandistas, narcotraficantes, vendedores de armas y refugio de nazis y dictadores en desgracia.

Iba a escribir que Fidel Castro se está quedando solo, pero no es cierto. Ahí está Hugo Chávez, nacido el mismo año 1954 en el que Alfredo Stroessner se hizo del poder en Paraguay, mediante el consabido golpe de Estado. No hay dictadores buenos y la retórica –cambiante según circunstancias y temperamentos- no debiera engañarnos. Lo mismo vale, para convertir a los países en fincas personales de los déspotas, la inflamada prédica anticomunista que tan rentables beneficios le dejó a Stroessner durante casi 35 años, que la ferviente arenga revolucionaria de Castro o las patrañas dizque bolivarianas que difunde Chávez.

Stroessner murió a los 93 años en Brasil, país con el que tantos y tan rentables negocios realizó al amparo de un poder absoluto y país que le acogió en una especie de "exilio dorado", tras ser arrojado del poder en 1989, mediante el rutinario golpe de Estado, nada menos que por su consuegro y con la complacencia del gobierno de Estados Unidos, para el que a esas alturas el dictador paraguayo ya resultaba intratable e impresentable.

El actual presidente de Paraguay, Nicanor Duarte Frutos, ha anticipado que no se rendirá homenaje alguno al fallecido dictador. No sólo ya no es jefe de Estado –desde 1989-, sino que en estricto sentido debiera ser considerado un prófugo de la justicia.

"Nos dejó un país mendicante, menesteroso, con una moral bajísima", declaró lapidariamente el senador Alfredo Ratti Jaeggli, del partido opositor Patria Querida. Y es lo menos que puede decirse.

Stroessner no sólo persiguió cualquier disidencia fuera del signo que fuese, que ya él se encargaba de bautizarla como "peligro comunista", también convirtió a las fuerzas armadas en una cueva de ladrones y traficantes, acogió a nazis abominables como Joseph Mengele (una operación de compra-venta), vendió armas a Sudáfrica –cuando ese país estaba aislado de la comunidad internacional por su detestable política de "apartheid"–, consolidó la dictadura en el trinomio Partido Colorado - Ejército - Gobierno, que por supuesto él encabezaba, y corrompió la vida social, cultural, política y económica de Paraguay.

Eso sí, empezaba a trabajar a las cuatro de la mañana y jamás tomó vacaciones. Infatigable labor corruptora.

Fidel Castro, que debe seguir ávidamente las noticias alrededor de la muerte y de los funerales de Stroessner, puede estar tranquilo en un punto: Castro no morirá en el exilio y tendrá unos magníficos funerales de Estado, a diferencia de las exequias casi clandestinas de Stroessner en Brasil. Además, Castro ya hace muchos años que le arrebató a Stroessner el trofeo de haber oprimido por más años a sus compatriotas, usando el país como finca de su propiedad.

En Internacional

    0
    comentarios