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Ricardo Medina Macías

¿Medimos correctamente el bienestar?

si imprimes diez mil ejemplares de un libro del que sólo se venderán tres mil copias, la estadística convencional anotará un aumento en la producción equivalente a diez mil libros, cuando se perdieron los recursos utilizados para producir siete mil libros

Hay muchas cosas que sumamos al Producto Interno Bruto que en realidad son pérdidas netas de bienestar y hay todavía más factores que restamos del PIB que son aportes netos al bienestar. El principal factor mal entendido en nuestras mediciones convencionales es el factor humano.

La frase del brillante economista Julian Simon (1932-1998) parece sencilla y provocadora a la vez: "Si nace un ternero, el PIB por persona aumenta; si nace una persona, el PIB por persona disminuye". ¿Estamos midiendo correctamente el bienestar?

No, me contesta un joven amigo economista, el bienestar deberíamos medirlo en función del consumo, no de la producción física. Me pone un ejemplo: si imprimes diez mil ejemplares de un libro del que sólo se venderán tres mil copias, la estadística convencional anotará un aumento en la producción equivalente a diez mil libros, pero en realidad deberíamos anotar que se perdieron los recursos utilizados para producir siete mil libros.

La frase de Simon puede parecer un simple juego aritmético. Claro que un aumento en la población aumenta el denominador y por ende disminuye el valor de la fracción, pero si llevamos el juego aritmético más lejos podemos concluir con la siguiente aberración: la receta infalible para aumentar el valor de la fracción es reducir el denominador, es decir, reducir la población y así "generamos" riqueza por el simple expediente de impedir nacimientos, poner barreras a la inmigración o cerrar la entrada a los mercados de nuevos participantes.

Justamente en el tema de la migración, Julian Simon fue un destructor de mitos. En su libro "Economic Consequences of the Immigration" (Blackwell, 1989) demostró en pocas palabras que "los inmigrantes no sólo no quitan puestos de trabajo, sino que los crean a través de sus compras y a través de su propensión a empezar nuevos negocios". Simon también demostró que los inmigrantes usan mucho menos los servicios de salud públicos –que pagan los contribuyentes– y que en muchas ocasiones aportan a los sistemas de seguridad social sin siquiera recurrir a ellos. Por lo visto, algunos congresistas estadounidenses harían bien en leerlo.

Merece citarse el comentario de Stephen Moore, entonces en el Cato Institute y actualmente en el Wall Street Journal, acerca de la influencia de Simon: "Gracias en parte a Julian Simon, Estados Unidos dejó de financiar programas coercitivos de control poblacional alrededor del mundo, entre ellos la política genocida de China de un hijo por pareja. Luego fue invitado al Vaticano a explicar sus teorías. 'No son muchos los chicos judíos de Nueva Jersey a quienes se invita a tener una audiencia con el Papa', me dijo con regocijo. Una encíclica posterior del Papa Juan Pablo II tuvo claramente su influencia, ya que urgía a los gobiernos a tratar a la gente como activos productivos".

Otra idea provocadora y de la misma estirpe de otro economista brillante, Theodore W. Schultz (1902-1998), Premio Nobel de Economía de 1979: "Buena parte de lo que denominamos consumo es inversión en capital humano... aunque no lo capten las cuentas nacionales".

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