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Richard W. Rahn

Economía y guerra

¿Cuánto estamos dispuestos a pagar en impuestos para apoyar la guerra en Irak? La razón por la que estamos dispuestos a gastar dinero de los impuestos en defensa es para reducir la probabilidad que familiares, amigos y compatriotas mueran o sus propiedades sean destruidas por terroristas o adversarios bélicos. El propósito fundamental del gobierno es proteger a las personas y sus propiedades, pero la actual diatriba sobre Irak ignora ese punto básico.

Si usted cree que Saddam no tiene armas de destrucción masiva, que no las usará en contra nuestra ni se las dará a organizaciones terroristas como Al-Qaeda, entonces podrá argumentar lógicamente que no debemos gastar en desarmarlo. Así opinan varios artistas de Hollywood, comentaristas y políticos. El problema es si están equivocados. De ser así, miles y hasta millones de nuestros compatriotas pueden perder sus propiedades y sus vidas.

Por otra parte, aquellos que apoyan la guerra creen que Saddam representa un peligro eminente. El presidente Bush lo piensa así y que las vidas de muchos menos ciudadanos estarían expuestas en una guerra en Irak que en futuros ataques terroristas, si no hacemos nada.

Como referencia, el 11 de septiembre de 2001 murieron unas 3 mil personas y sólo en el cuarto trimestre de ese año el costo del ataque terrorista sumó 120 mil millones de dólares, o sea alrededor de 1,2% del PIB y el doble del costo de la Guerra del Golfo en 1991.

Aquellos norteamericanos que se oponen a la guerra en Irak creen que la probable pérdida en vidas de compatriotas en esa guerra y su costo en dinero son mayores que el costo potencial, tanto material como en vidas, de futuras acciones terroristas, si dejamos a Saddam donde está.

Debemos tener en cuenta que la Constitución exige que el presidente proteja la vida de los norteamericanos, no de iraquíes, aunque siempre se tratará de minimizar la pérdida de vidas entre civiles inocentes.

Muchos de los argumentos que escuchamos son emocionales y simplistas. Dada la complejidad del asunto y las probabilidades de equivocarse, ninguno de los dos bandos puede estar absolutamente seguro de tener la razón.

Otros mantienen que no debemos ir a la guerra dado el inmenso costo de reconstruir a Irak. La realidad es que los ingresos petroleros de Irak alcanzan para pagar esa reconstrucción. Y no es nuestra función crear un modelo de democracia en ese país, sino acabar con la amenaza contra nosotros, lo cual significa una presencia y un costo menor. Como siempre, hay pacifistas que no creen en ninguna guerra, lo cual está bien si estamos dispuestos a vivir bajo un nuevo Hitler o Stalin. Si los buenos se desarman, sólo los malos quedan armados.

Por último están aquellos que creen que el gasto en defensa es bueno para la economía. Es así sólo si el aumento de tales gastos reduce el riesgo a que están expuestas las inversiones productivas de la economía. De poder escoger, desde un punto de vista económico, siempre es mejor invertir en nuevas escuelas y en empresas productivas que construyendo aviones, tanques y misiles.

Los gastos en defensa son un lastre para la economía, por lo que debemos sólo gastar lo necesario y ni un centavo más. La decisión de ir a la guerra implica sopesar alternativas imprecisas, y una abierta discusión de los pro y los contra ayuda a que se tome la decisión más conveniente y también a entender las consecuencias de estar equivocados.

Richard W. Rahn es presidente de Novecom Financial y académico asociado del Cato Institute.

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