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Robert J. Barro

La democracia es posible

Casi seguro que Irak es el campeón en peor crecimiento económico desde 1979. Digo casi seguro porque desde 1991 no dan a conocer sus estadísticas. Las estimaciones de la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist muestran que el producto interno bruto por persona cayó en Irak desde su punto más alto en 1979 hasta 2002 a la increíble tasa de menos 6,5% anual. Es decir, Saddam Hussein logró transformar un país que tenía un ingreso per cápita de más de 12 mil dólares al año en 1979 (entonces en el puesto número 21 y por encima de España y Hong Kong) a 3 mil dólares al año, por debajo de Filipinas y Ecuador.

Uno de los objetivos anunciados por Washington es crear una democracia en Irak. ¿Funcionará? Aunque no va a ser fácil, es más factible que nuestros anteriores intentos en Afganistán, Haití y la República Democrática del Congo.

La evidencia demuestra que mediciones anteriores de desarrollo económico y social (basadas en el índice de derechos políticos de Freedom House) permiten predecir una democracia. Los chances de desarrollar una democracia aumentan significativamente cuando los niveles de ingresos per cápita y de educación son altos.

Según el informe más reciente, en el año 2001 Freedom House le dio a Irak una merecida calificación de cero en el índice de democracia (en una escala de 0 a 1). Eso cambiaría significativamente si se logra restaurar el nivel de ingresos de 1979. También habría que aumentar el nivel de educación primaria, que en el año 2000 era de apenas 3,5 años para los hombres y 2,3 años para las mujeres. Es decir, el promedio de educación en Irak está por debajo del tercer grado de primaria.

Si hacemos una comparación con el vecino país de Irán, allá han logrado volver a alcanzar el ingreso per cápita del año 1976, el más alto en su historia, y se han celebrado elecciones nacionales en los últimos tres años.

Otro factor que fomentaría la democracia es si se cambian sus fronteras, las cuales fueron dibujadas arbitrariamente por los ingleses después de la Primera Guerra. El problema es que tales fronteras no tomaron en cuenta importantes diferencias en las poblaciones de las diferentes regiones del país.

Las naciones tienen más probabilidades de ser democráticas cuando confrontan menos problemas políticos, menos violencia y cuando la población en sus fronteras es homogénea. Podemos observar que dónde surgen movimientos separatistas –como en la vieja Unión Soviética, los Balcanes, España, Chipre y Sri Lanka- son muy importantes los factores étnicos y religiosos, lo mismo que el idioma. En algunos casos, los gobiernos han manejado exitosamente tales problemas –Suiza, Estados Unidos, Bélgica y Canadá- pero las dificultades son más frecuentes que los éxitos.

Cuando las fronteras están mal trazadas, como sucedió en la Unión Soviética, Yugoslavia e Irak, la principal razón de no cambiarlas es que tales cambios a menudo engendran violencia. El peor ejemplo es Yugoslavia. En Irak, una vez finalizada la guerra, el costo de cambiar las fronteras ya habrá sido pagado. Entonces, ¿por qué no delinear fronteras nuevas de manera de respetar los deseos de poblaciones razonablemente homogéneas, como los shiitas del sur, los sunis en el centro y los kurdos del norte? Así aumentaría la posibilidad de lograr gobiernos democráticos en todas esas regiones.

Tales fronteras tendrían sentido y el mayor problema sería con Turquía, país que tiene una población kurda disidente tratando de independizarse. Y ¿por qué los kurdos no pueden ser libres como otros pueblos?

Otra interrogante es la moneda para esa o esas naciones. Podría ser el dólar de Estados Unidos, pero yo preferiría el euro debido a que gran parte del comercio de Irak es con Europa. Así quedaría también demostrado que Estados Unidos no tiene ningunos deseos imperialistas.

Robert J. Barro es profesor de economía de la Universidad de Harvard y académico de la Hoover Institution.

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