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Roberto Blum

Accidente aéreo

Ciudad de México.“Volviste a nacer” fue una expresión que oí una y otra vez esta semana. Mis amigos y conocidos llamaban para informarse de mi estado y en seguida afirmaban “volviste a nacer.” Sabían que el viernes 6 de octubre yo viajaba en el vuelo que se accidentó en el aeropuerto de Reynosa Tamaulipas. Una aterradora experiencia que, por designios providenciales, no me costó la vida. 83 pasajeros y la tripulación de la aeronave nos salvamos. Sin embargo, cuatro personas de una familia que vivía en las cercanías del aeropuerto perdieron su vida en ese accidente.

El vuelo había transcurrido sin incidente alguno. La “cola” de lo que fue el huracán Keith todavía cubría gran parte del noreste mexicano. El piloto había logrado esquivar la mayor parte de las turbulencias atmosféricas y el vuelo había sido tranquilo. Al acercarse al aeropuerto de la ciudad fronteriza, el cielo se empezó a ennegrecer. Hacia el noroeste se observaban nubes negras. Al noreste, el cielo estaba despejado. La aeronave avanzó hacia su destino, descendió un poco más y entramos a una célula de fuertes vientos y lluvia. La nave brincaba pero todo parecía normal. El avión tocó tierra, se activó el sistema de frenado, las turbinas rugieron para detener la carrera y no pasó nada. Seguíamos corriendo rápidamente sobre la pista. No sentí desaceleración alguna. En ese momento pensé “¡vamos a estrellarnos!”

Conozco bien ese aeropuerto. La pista de Reynosa es muy corta. La segunda pista más corta de México. Hacia el noroeste la pista termina y siguen unos 200 metros de grava, después un bosquecillo de huizaches y mesquites, unos postes que sostienen cables de energía eléctrica, humildes casas y casi perpendicularmente a la pista, un canal de riego que casi siempre esta vacío. En mi mente vi instantáneamente el escenario. Corríamos desaforadamente hacía el bosquecillo, los cables de electricidad, las casas y el canal. Al final sin duda esperaba la muerte. Me preparé para mejorar mis probabilidades de sobrevivir. El avión comenzó a brincar violentamente al correr sobre la gravilla. Las alas y el fuselaje del avión golpearon los árboles, que sonaban como granizo contra el parabrisas de un automóvil. El ruido aumentó. Golpes, golpes sordos y fuertes. De pronto el avión levanta violentamente la proa, desacelera bruscamente su movimiento, toda la estructura cruje, la nave se empina hacia adelante y se inclina sobre el lado izquierdo. Un instante después detiene su carrera. En ese momento comienzan los gritos y el pánico está a punto de apoderarse de los pasajeros. La tripulación y los pasajeros abren las salidas de emergencia. El avión queda vacío y roto en el canal. La lluvia sigue cayendo. Nosotros confundidos y empapados. Una mujer y sus tres niños quedaron muertos en el interior de su casa. Dos humildes viviendas destruídas. Dos automóviles arrollados. Una terrible tragedia que pudo ser mucho peor. ¿Qué pasó esa tarde en Reynosa? Los investigadores están recopilando toda la información. A diez minutos del accidente comenzaron a llegar al lugar unidades de la policía municipal y del ejército. En la primera hora hubo confusión en el aeropuerto local. Los empleados hicieron lo mejor que pudieron para ayudar a los pasajeros.

Tan sólo dos horas más tarde llegó el personal de los equipos especializados de Aeroméxico para proporcionar toda la ayuda necesaria a las víctimas y a sus familiares. Primero llegaron los de Monterrey por carretera. De la ciudad de México llegaron otros en dos aviones. 350 personas en total. Impresionante el operativo montado por la empresa. Aeroméxico cumplió en lo que le correspondía. Otro es el caso del gobierno federal que hasta hace pocos días era dueño y operaba ese aeropuerto a través de su empresa paraestatal. El de Reynosa es un aeropuerto pequeño, sumamente peligroso, sin el equipo adecuado y que no ha sido mejorado en casi medio siglo de existencia.

El aeropuerto de Reynosa no tiene radar y mucho menos un sistema de aterrizaje por instrumentos (ILS), las luces de la pista fallan cuando llueve. Eso mismo sucedió unas tres semanas antes cuando el avión del vuelo AM 250 tuvo que abortar dos veces su aterrizaje por esa causa. Los asentamientos irregulares han invadido la zona de seguridad del aeropuerto sin que las autoridades hayan hecho nada por evitarlo. Y Reynosa no es el único caso. Muchos de los aeropuertos mexicanos se encuentran en deplorables condiciones. Algunos otros mucho peor. ¿Para qué mencionar el de Tapachula? El gobierno federal durante décadas no hizo nada por modernizarlos. La corrupción generalizada de gobiernos irresponsables y burócratas voraces -como en muchos otros casos- carcomió nuestro presente y nuestro futuro. Estas tragedias son también producto de la corrupción y el mal gobierno que hemos tenido durante 70 años. Ojalá que el nuevo gobierno ponga atención también a estos problemas.

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Roberto Blum es investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo AC.

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