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Roberto Salinas León

La hipocresía global

El 11 de septiembre fue es el segundo aniversario del episodio más salvaje y más dramático perpetrado en contra de la sociedad abierta: la destrucción total de las torres gemelas del World Trade Center, una tragedia descrita como “el día en que el mundo cambió”. En estos días también ha tenido lugar el foro de Cancún, las reuniones ministeriales de la Organización Mundial de Comercio, por lo que inevitablemente veremos las tradicionales protestas, algunas muy violentas, de los llamados “globalifóbicos.”

Es irónico que estos dos episodios coincidan, pero a la vez es sintomático de la crisis de credibilidad que atraviesa el fenómeno de la globalización. La furia intolerante de estos grupos, la confrontación abierta, la mala fe, busca acabar con el comercio internacional y con un universo económico de fronteras abiertas. Curiosamente, si no existiera la globalización literalmente no existirían los globalifóbicos. Los autos, los alimentos, la ropa, los celulares, el correo electrónico, el internet, las divisas, los libros, los panfletos convierten a los globalifóbicos en bastardos de la globalización, hijos de la apertura, en rebeldía ignorante e intolerante, con el canto de la poesía ambigua que busca “encontrar nuestras raíces internas” o “socializar” el comercio exterior.

El argumento a favor del comercio internacional es, precisamente, que una de las formas concretas de atacar los niveles de pobreza es por medio de ampliar el intercambio de bienes y servicios más allá de las fronteras nacionales. Un individuo no puede producir todo; nadie es una entidad “autosuficiente”. Por lógica, un país tampoco puede ser totalmente autosuficiente.

Según el semanario The Economist, los globalifóbicos tienen razón en dos cosas: el problema más importante de nuestra generación es la superación de la pobreza y, a pesar del papel de la globalización como motor económico, la tendencia se puede revertir. Por ello, sin un proyecto de comunicación estructurado, la corriente globalifóbica podría, a la postre, alcanzar su radical cometido autárquico, lo cual sería letal para las sociedades que anhelan superar el subdesarrollo.

La globalifobia es un fenómeno sociológico complicado. Por un lado, la oposición al comercio internacional es motivada por intereses proteccionistas que suelen buscar refugio en argumentos “políticamente correctos”, como una causa laboral o ecológica. Sin embargo, una dimensión importante de la globalifobia es producto del post-modernismo, de relativistas radicales como Derrida, Foucalt y otros protagonistas del deconstrucionismo.

En el fondo, el saldo real de la globalifobia es la violencia: entre manifestantes, entre países que pretenden aislarse del mundo, entre terroristas que buscan la destrucción y la muerte como fines en sí mismos. Esa no es la manera de reformar los aspectos negativos que se deben modificar para mejorar el comercio mundial, para permitir que productores tengan acceso a más mercados y potenciar a los consumidores a disfrutar mayor disponibilidad de bienes y servicios a mejores precios.

Roberto Salinas León es director de Política Económica de TV Azteca.

© AIPE

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