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Rubén Loza Aguerrebere

Del arte del mar al carnaval de Río

En Casapueblo, enorme escultura habitable en el punto más alto de Punta del Este, Uruguay, tiene su atelier el pintor Carlos Páez Vilaró. Es, como él (quien en noviembre cumplirá sus juveniles ochenta años), un símbolo. Es la mayor obra escultórica de este artista, cuyos cuadros y murales se encuentran diseminados por el mundo. Viajero incansable, amigo de Dalí, Picasso y de Chirico, fue un expedicionario sin sosiego, que eiempre prefirió la pasión y sus riesgos a los trofeos. Vivió con el Dr. Albert Schweitzer en su leprosario africano, en en islas de Oceanía, en Nueva Guinea, en Africa, Brasil, Machu Pichu. Convivió con los massai, los tucana y los papúa. Todo ello ha enriquecido su fastuosa obra, dándole un carácter enteramente personal. (El dolor, dicho sea de paso, no le ha sido ajeno: su hijo Carlos viajaba en el avión que llevaba a Chile a un grupo de jóvenes deportistas uruguayos y que cayó hace treinta años en los Andes, tragedia ésta que diera lugar al libro y la película ¡Viven!. Fue uno de los escasos sobrevivientes).

La coherencia del quehacer artístico de Carlos Páez Vilaró se expande, asimismo, en sus libros publicados por el sello “Casapueblo”. En estos días se ha editado un título distante y casi perdido: El tablón. En estas páginas (a las que sus dibujos enriquecen) recupera un collar de historias de sus días juveniles, cuando vivió en la costa deshabitada de este balneario, de los restos desmantelados que las mareas arrojaban sobre la arena. Especialmente valiosos eran los tablones (de ahí el título) porque con ellos construían los pescadores y otros habitantes de aquel mundo de desolación y arena, sus chozas y cabañas. Los ojos de buey hallados en la playa eran las lujosas ventanas. De esta manera, en estas alejadas playas del alejado Occidente, nació “La Pionera”, una casucha que años más tarde se convertiría en esta emblemática Casapueblo de hoy, donde los vientos cantan como si murmuraran y el sol muere rojizo en el filo del agua. Carlos Páez Vilaró, artista único, encarna la frase de Leopardi: “La ilusión mueve a los hombres más que la verdad”. Hermoso ejemplo el suyo.

Noventa muertos, muchos heridos, miles de personas robadas. Este es el balance primario del espectacular y hermoso carnaval de Río de Janeiro (que ha movido la pluma de Mario Vargas Llosa alguna vez) en materia de seguridad personal. Lo llamativo del caso es que el gobernador de Río ha pedido que el ejército saliera a las calles para colaborar con la policía en la seguridad de los turistas. Los resultados no han sido buenos, y, por lo demás, se ha cuestionado la autorización de que los militares asumieran semejante tarea.

Una impresionante escalada de los narcotraficantes, pocos días antes del carnaval carioca, con violentas revueltas en algunas favelas, llevó al gobernador de Río a solicitar la cooperaciòn del ejército. El argumento: proteger la fuente turística más importante del país. Los analistas hablaron, entonces, de una situación semejante a la de Colombia, donde el presidente Alvaro Uribe lucha, solo y casi heroicamente, contra las FARC. Para complicar más el panorama, se dice que la guerrila colombiana tiene cuatro bases en el Brasil.

Ciertamente, la situación es compleja; por ello, hoy se ha desatado una polémica sobre las potestades del ejército en cuanto a si debe o no suplir a la policía en estas tareas. Por ahora, la discusión se mantiene en niveles civilizados, pero, de no haber sido un gobierno de izquierdas el que adoptara estas medidas, el grito habría llegado al cielo. La historia de siempre, diría Revel. Veremos cómo sigue.

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