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Rubén Osuna

El euro y todo lo demás

Como en el caso de los papeles de Salamanca, el PSOE tratará de negar a los demás lo que ofrece a Cataluña, pero es difícil que Madrid o Valencia admitan costear el granero de votos de los socialistas por mucho tiempo cuando se haya consumado la fractura

No comparto la opinión desfavorable de Alberto Recarte sobre el euro, al menos a nivel teórico. Decía David Ricardo que un país que produce a costes más elevados todas las mercancías acabaría especializándose en alguna, y la exportaría. El mecanismo que permite este milagro de inoperancia es precisamente la moneda. En época de Ricardo era el oro, pero el argumento vale también para nuestras monedas modernas, respaldadas por una variedad de activos con valor. Según Ricardo, el país más eficiente tiene superávit, y esto eleva artificialmente –monetariamente– sus precios, hasta que algunos de los productos del país menos eficiente gana competitividad suficiente para restaurar el equilibrio de la balanza comercial, equilibrio que detiene la hemorragia de dinero y las diferencias de inflación. Por tanto, puede darse el caso de que algunos productos de un país con una tecnología obsoleta, que requiere más cantidad de todos los factores de producción, acabe sustituyendo la producción de esos mismos productos en un país capaz de producirlos más eficientemente. Si ese mecanismo de compensación se desactiva con un tipo de cambio fijo o una moneda única, la competitividad pasa a depender del cose de los factores de producción y de la tecnología. La danza de los tipos de cambio en la Unión permitía la supervivencia de tecnologías productivas obsoletas y el uso de los factores de producción comparativamente más caros. Las diferencias de competitividad se compensaban con ajustes en los tipos de cambio. Desde que se pusieron en marcha iniciativas para limitar los bandazos de los tipos, la competencia intracomunitaria empieza a ser un deporte ‘de contacto’, como suele decirse. Por tanto, en teoría, el crecimiento económico debería estar concentrándose en los países más eficientes, para beneficio de todos los consumidores.
 
Pero hay varios problemas cuando pasamos de la teoría al mundo real. Uno muy serio es que la movilidad espacial de la actividad económica y de los factores de producción, los trabajadores en particular, no es nada fácil en el seno de la Unión Europea. Otro problema es que esta Unión con moneda única interior tiene que desenvolverse en un mundo de tipos de cambio especialmente tramposos, y quiero con esto decir que son móviles pero están controlados. Estados Unidos no hace mucho por evitar la fuerte depreciación del dólar frente al euro, y China hace lo propio con su moneda. China además cambiará radicalmente el mundo que conocemos hoy. Empieza a desperezarse, y se han mostrado capaces de copiar con rapidez tecnologías avanzadas y de producir con costes de mano de obra irrisorios (a la vez que disparan la demanda de petróleo y sus precios, entre otras convulsiones). China y otros países asiáticos, entre los que no hay que perder de vista a India, están absorbiendo la actividad productiva mundial como si de agujeros negros se tratara. Y es sólo el comienzo. La tímida deslocalización industrial observada en Europa ha consistido precisamente en sacar la producción del área del euro y aprovechar los menores costes productivos de las antiguas repúblicas del este y otros países adyacentes, para abastecer el mercado interior a precios más reducidos. Las empresas alemanas son las mayores beneficiarias de esas transformaciones recientes, lo que casa bastante bien con el impulso alemán a la masiva ampliación al este de la Unión y con el estancamiento del país. Pero a nadie escapa que eso es como intentar parar un tsunami con castillos de arena. El mercado interior no podrá resistir los embates de la competencia asiática, y aquí la moneda única no va a ayudar demasiado. Los efectos teóricamente beneficiosos del euro quedarán diluidos.
 
Hay que tener en cuenta otro problema añadido. Una moneda no es más que una institución que depende de la confianza que se tenga en ella para cumplir sus objetivos. Francia y Alemania han destruido prácticamente el euro. Una de las reglas asumidas y publicitadas para la definición de la nueva moneda fue la exigencia de rigor presupuestario, con un límite a los déficit públicos que los miembros se pueden permitir, bajo pena de sanciones. Los dos países mencionados no sólo se han saltado la norma, sino que la han modificado y han evitado las sanciones correspondientes. A partir de ahora, nadie tiene por qué cumplir ninguna norma relacionada con el euro, ni esta ni ninguna otra que se establezca. No es el hecho en sí de permitir o no los déficit, que es discutible, sino la impresión de que la norma se aplica sólo al tonto o al débil. A partir de este momento el euro, como institución, está acabado. Por si fuera poco, los líderes de Francia y Alemania han tratado de imponer una refundición de Tratados que incorpora notables revisiones orientadas a que sus países conserven el control durante el largo proceso de digestión de nuevos miembros, incluida Turquía, a la que se ha invitado a la fiesta precipitadamente. La iniciativa, cutre en el fondo y en la forma, ha fracasado miserablemente, dejando a la Unión en un desconcierto mayúsculo. En el colmo de la desfachatez, Chirac y Schroeder insisten en imponer el nuevo Tratado (no lo voy a llamar Constitución, porque no lo es) y se niegan a revisarlo.
 
En esas estamos cuando toca presupuestar el gasto de la Unión para el período 2007-2013. Es ciertoque no se trata de una cantidad enorme de recursos, pero también es verdad que se concentran en unas pocas partidas y regiones donde el efecto marginal no es nada despreciable. Además estamos hablando de transferenciasnetasno comparables al presupuesto de los estados, pues estos implican básicamente redistribuciones y poco cambia el agregado con ellos. La cosa puede ser especialmente dolorosa para algunas regiones españolas, que van a recibir un doble palo en las costillas, el primero por el recorte de ayudas procedentes de la Unión y el segundo por la quiebra del régimen fiscal común en España. Me pregunto quién sostendrá el nivel de renta de Andalucía y Extremadura a partir del 2007, por poner dos casos, una vez Cataluña se haya desconectado (y detrás de ella las demás regiones relativamente ricas y pobladas, que pedirán lo mismo) y la Unión haya cerrado el grifo (y no tenemos mucho con lo que negociar para evitarlo). Como en el caso delos papeles de Salamanca, el PSOE tratará de negar a los demás lo que ofrece a Cataluña, pero es difícil que Madrid o Valencia admitan costear el granero de votos de los socialistas por mucho tiempo cuando se haya consumado la fractura. A todo esto hay que unir elpoco creíbleempeño de nuestro país, a pesar de lodeclarado, en esforzarse por mejorar su productividad y competitividad, lo que, unido aotros factores, no dejan mucho lugar al optimismo. Si entramos en barrena, la situación puede llegar a ser terrible, especialmente para los eslabones más débiles de la cadena. El euro y sus circunstancias es un factor a tener en cuenta pero, en definitiva, sólo se trata de una pieza de un complicado puzzle.

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