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Santiago Abascal

Logos, ideas y valores

La gente, y con razón, valora mucho más el poder de su voto, y no lo entrega tan fácilmente.

La gente, y con razón, valora mucho más el poder de su voto, y no lo entrega tan fácilmente.
PP

Sólo hace falta encender unos minutos la televisión para darse cuenta de la gran variedad de coches que se anuncian, con sus formas, colores y dimensiones diversas.

Quedan atrás aquellos años en los que España estaba poblada de unos pocos modelos mayoritarios. Hoy no son las personas las que se adaptan a los coches, sino los vehículos los que se adaptan a nuestras exigencias y expectativas.

Contemplamos estos días un panorama en el que ningún partido político llega en las encuestas al 25% de los posibles votos. Pero no sólo eso, sino que a los cuatro partidos preponderantes ahora se suma Izquierda Unida, que no ha muerto sino que puede cobrar fuerza en una nueva plataforma, y un partido como Vox para el que la cuestión no es si entra en el Congreso, sino con cuántos diputados.

La política española ha dejado atrás el agrupamiento de los votantes en los partidos mayoritarios, más bien poco preocupados en adaptarse a las exigencias de la gente, para mostrar un panorama donde las personas exigen a los partidos ser como ellas si es que aspiran a tener su voto.

Podemos decir que antes los votantes se conformaban con algo más de un 50% de coincidencia con las ideas de un partido político para votarle, pero ahora ese porcentaje es muy superior: la gente, y con razón, valora mucho más el poder de su voto, y no lo entrega tan fácilmente.

Lo anterior explica la subida y caída tan acelerada de algunos partidos en los últimos tiempos; y sobre todo el interés de dichos partidos en parecerse a los votantes a los que espera ganar, porque se dan cuenta de que ya no se les puede encerrar eternamente en una opción política única, apelando a última hora al mal llamado "voto útil".

Un reflejo de todo lo anterior puede verse en la imagen y logotipos de los partidos políticos, que se centran ahora en una palabra (no siglas) reconocible por los votantes y con tipografía diferenciada, sin imágenes que dificulten la identificación, y siempre dentro de una estética aireada, no encerrada sino abierta a la realidad que les rodea.

En ese contexto tenemos a Podemos (nótese que evita ahora meter la palabra en el famoso círculo), Ciudadanos y Vox, cada uno con su estética, tipografía y color.

Por otro lado, vemos el esfuerzo desesperado por adapatarse de los viejos partidos: el PSOE prefiere usar cada vez más la palabra socialistas, ya sin el dibujo del puño y la rosa, IU quiere trasformarse en Ahora en Común y el PP intenta colocar siempre que puede la palabra populares.

Por eso ha sorprendido tanto el nuevo logotipo del PP, volviendo a encerrar todo dentro de un círculo, cambiando la apertura por una fortaleza impenetrable; tanto que hasta a la gaviota (siguen usando dibujos) le resultaría imposible volar.

Pero, más allá de la estética, los votantes, que no son unos frívolos, se fijarán únicamente en aquellas formaciones que defiendan sus ideas en porcentajes cercanos al 100%, incluso de una manera rápida e inesperada.

Por eso no hay que sorprenderse de que, de la noche a la mañana, en el lado de la izquierda, hayan acabado por triunfar nuevos políticos como Ada Colau o Manuela Carmena y nuevas formaciones como las mareas gallegas.

Ello también está en la base del movimiento que observamos desde las últimas elecciones alrededor de nuestra formación, Vox: gentes que acuden a nosotros y nos aseguran su voto porque ya no quieren votar útil a otros que sienten no les representan, y que nos dan unas perspectivas de cara a las generales que no se podían prever hace escasos meses.

En definitiva, las personas –los votantes– han descubierto que lo útil es exigir a los partidos coherencia y cercanía a sus ideas si esperan recibir su voto. No quieren partidos encastillados sino en contacto con la realidad de la calle. Y, sobre todo, defendiendo unas ideas y principios que les representen, no despreciándolos y metiéndolos en un programa que nunca se cumplirá. Hechos, y no logos.

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