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Santiago Abascal

¡Silencio! Los niños duermen

La crisis nacional puede representar una crisis definitiva. Irresoluble. De imposible recuperación.

La crisis nacional puede representar una crisis definitiva. Irresoluble. De imposible recuperación.

Nuestras instituciones democráticas han sido degradadas. Pero algún día lograremos hacer las reformas para que funcionen dignamente. Vivimos en medio de una durísima crisis económica. Pero algún día los españoles volveremos a constituir un pueblo próspero. La sociedad de nuestros días está desmoralizada. Pero algún día los españoles abrazaremos de nuevo valores firmes y principios sólidos. Nos dejaremos pelos en la gatera pero saldremos de la crisis de valores, de la crisis institucional y de la crisis económica. Tarde o temprano. Algunas generaciones padecerán las consecuencias de estos baches. Pero saldremos adelante.

Sin embargo, la crisis nacional puede representar una crisis definitiva. Irresoluble. De imposible recuperación. Si se tolera que los secesionistas catalanes, o vascos, puedan robarnos una parte de lo que nos pertenece de manera irrenunciable, no solo lo padeceremos y nos arrepentiremos los españoles del presente, sino que lo sufrirán las generaciones del futuro, nuestros hijos, los hijos de nuestros hijos y los nietos de nuestros nietos. Si Cataluña se separase de España es más que probable que jamás volviera a unirse. Por eso la crisis de la unidad nacional es el más urgente de nuestros problemas, y aquel al que necesariamente hay que dar respuesta por encima de las diferencias de los partidos políticos.

Frente a este grave desafío, que pone en riesgo el legado de los españoles del mañana, sorprende la pobreza del argumentario gubernamental, e indigna la cobardía de su posición. Que sea –precisamente– el ministro de Asuntos Exteriores el que más se prodiga en este debate prueba la torpeza del ejecutivo de Rajoy. Que el único mensaje lanzado al pueblo catalán sea el de que fuera de España estarían también fuera de Europa y serían más pobres prueba la falta de confianza gubernamental en el proyecto común de nuestra nación. Y que Artur Mas desobedezca sentencias y leyes con total impunidad acredita la extrema cobardía del presidente del Gobierno.

Y que, frente a este problema, la única ocurrencia de la izquierda sea dar parte de la razón a los separatistas con la imposible solución federal asienta la idea de la inanidad del PSOE, que propone para España la misma fórmula federal que está descosiendo internamente a su partido. Poco deben de querer a España.

Tenemos un gravísimo problema. Ya no vale dar una patada al balón, tirar hacia delante y ganar tiempo. No nos sirven las baratijas, ni los argumentos de ocasión, ni las gangas intelectuales. No se puede seguir debatiendo con los separatistas según sus parámetros y en su terreno de juego argumental. Frente a un robo territorial, frente al expolio de la herencia de nuestros hijos, tenemos que contestar con rotundidad y tenemos el deber de actuar de manera implacable.

La intervención de la autonomía catalana conforme al artículo 155 de nuestra constitución hace tiempo que debería haberse producido. El daño de Artur Mas al interés general es una realidad asentada hace años. Y la legislación penal hace mucho que debería haberse cambiado para recuperar en nuestro Código Penal aquel artículo que incluyera Aznar, excluyera Zapatero y obvia Rajoy, que castiga con prisión la convocatoria de refrendos ilegales.

Frente al robo, la ley y la pena. Frente al chantaje, la respuesta firme. Frente a la pretensión de consolidar constitucionalmente el federalismo o algo peor, reforma de la Constitución en sentido opuesto al pretendido por los separatistas. Y fuera autonomías.

Pero no pintan así las cosas. Por ahora. Ante la amenaza de secesión, nuestros gobernantes, los de la casta, los padres de la ruina, nos llaman "agoreros y fatalistas" y nos piden calma, mesura y templanza. El Titanic se hunde y el capitán del barco nos susurra al oído: "¡Silencio! Los niños duermen".

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