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Santiago Navajas

Dios no ha muerto

El laicismo liberal no sólo no combate la religión, sino que la considera positivamente.

El laicismo liberal no sólo no combate la religión, sino que la considera positivamente.
Pixabay

Ganemos e IU defenderán en el Pleno de Córdoba de este viernes una moción para impulsar lo que denominan "el carácter laico y la aconfesionalidad" del Ayuntamiento. Lo que para la extrema izquierda significa que debe incluir la prohibición de que los concejales participen en actos religiosos, la subrepticia incorporación de actos laicos al calendario festivo local (lo que supondría la eliminación de alguna fiesta religiosa, como San Rafael o la Fuensanta) y la renovación de la persecución a la Iglesia católica por defender opiniones contrarias a los dogmas "políticamente correctos".

Hay dos modelos de laicismo. El afrancesado, jacobino y beligerante con las creencias religiosas de los ciudadanos, no sólo traza una línea roja entre el Estado y las diversas Iglesias, sino que trata de imponer una ideología de Estado que sustituya a las doctrinas religiosas. Este laicismo prohibicionista e intervencionista es agresivo contra todo tipo de manifestación religiosa. Por ejemplo, en Francia censura que los alumnos puedan llevar medallas con crucifijos en las escuelas públicas o intenta prohibir el burkini en las playas.

Sin embargo, hay otro tipo de laicismo, de raíz anglosajona, que trata de salvaguardar a los individuos de cualquier tipo de imposición, sea religiosa o estatal. Por tanto, pone el acento en la libertad de elección de los individuos, promoviendo el multiculturalismo dentro de los límites de una ética pública. Este laicismo, liberal a fuer de tolerante, se opone tanto al adoctrinamiento religioso de las Iglesias como al ideológico partidista desde el Estado. Y, por tanto, respeta las manifestaciones religiosas allá donde se produzcan, incluso en el seno del Estado, ya que éste está al servicio de la sociedad civil y no a la inversa.

La definición constitucional del Estado español como "aconfesional" es respetuosa con las creencias y deseos de las personas. Además, la Constitución reconoce la especial vinculación de España con las tradiciones católicas. El recientemente fallecido filósofo Gustavo Bueno se definía como un "ateo católico", ya que, aunque un "increyente", reconocía el perfil católico que tiene la idiosincrasia española.

Este laicismo liberal, en contraposición al dogmático jacobino, no sólo no elimina los elementos religiosos de la sociedad, sino que los fomenta en su vertiente civilizada porque son una de las maneras en que los lazos comunitarios se refuerzan, siendo el cemento de la organización social que vincula tanto a unos como a otros. Por eso todos, creyentes e increyentes, cristianos y musulmanes, ateos y agnósticos, celebran esas fiestas tan españolas de la Navidad, los Reyes Magos o la Semana Santa, cada cual a su modo más o menos comprometido con su sustrato doctrinal.

Desde el laicismo liberal, en contraposición al beligerantemente antirreligioso, no se usa la realidad religiosa del pueblo para enfrentar y dividir, a través de propuestas decimonónicas en su anticlericalismo trasnochado, sino que se conjuga la sensibilidad católica mayoritaria, ya sea religiosa o cultural, con otras manifestaciones religiosas minoritarias. De esta forma, al tiempo que se establecen clases de religión católica en las escuelas, también se da cabida a otros credos, como el de las iglesias evangélicas o el musulmán.

Los países con los que simpatizan los miembros de extrema izquierda de Ganemos e IU, de la Unión Soviética en el pasado a Cuba en la actualidad, han tratado de organizar un Estado oficialmente ateo en el que las religiones se prohíben y se persigue a aquellos que se atreven a tener una fe. Este ateísmo cientificista de los países oficialmente marxistas ha considerado que la religión es "el opio del pueblo" y tratado de curar tal alienación con la inculcación en las escuelas de la ignorancia a la religión y el odio a las iglesias. Que es como tratar de curar la adicción al opio con inyecciones de heroína.

Sin embargo, como decíamos, el laicismo liberal no sólo no combate la religión, sino que la considera positivamente, como una manifestación del anhelo de trascendencia propio del ser humano. La espiritualidad es transversal a todas las religiones y puede ser apreciada también, cómo no, desde el ateísmo y el agnosticismo, porque responde a una aspiración humana universal por lo sagrado.

El granadino García Lorca dedicó un poema a Córdoba que tituló de manera paradigmática "San Rafael". Terminaba con estos versos:

El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.

En 2008, la entonces concejal de Educación del Ayuntamiento de Córdoba, Elena Cortés, se asomó a la terraza de su vivienda con un cartel que decía "No" a la vez que hacía sonar varias veces una estridente sirena al paso de la Virgen de la Candelaria durante la Semana Santa. A regañadientes, obligada por la alcaldesa –Rosa Aguilar–, dirigió una carta a las cofradías en la que se disculpaba porque "como ciudadana, educada culturalmente en una sociedad cristiana, entiendo el hecho cultural que acontece en cada Semana Santa". Pero parece complicado que, en la ciudad de Córdoba, el arcángel Rafael, la Virgen de la Fuensanta y todas las figuras religiosas que son un signo distintivo de la ciudad puedan seguir encontrando "rumor y cuna" en lugar del ruido de las sirenas y la inquisición de las mociones que pretende la extrema izquierda, representada en unos ateístas tan simplones como fanáticos. Porque aunque Nietzsche afirmase que Dios ha muerto, parece que, fiel a su tradición, ha resucitado...

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