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Santiago Navajas

¿Quién ganó el debate (según Aristóteles)?

Cuando Rivera dijo que no estaría en un Gobierno ni de Rajoy ni de Sánchez, Sáenz de Santamaría sonrió traviesa.

Aristóteles explicó en su Retórica lo que se necesita para vencer convenciendo. Según el filósofo griego hace falta, en primer lugar, logos: que las ideas que se tratan de transmitir tengan sentido para la audiencia. Lo que no es fácil porque el público suele ser variado, por lo que habrá que dirigirse a un hipotético espectador medio, ni muy culto ni muy ignorante, y con una amplia panoplia de intereses y preocupaciones.

En segundo lugar, ethos, o la reputación, aquello por lo que se te conoce, el halo o aura que te rodea y te dará, o no, credibilidad y confianza. O, dicho de otro modo, es mejor caer en gracia que ser gracioso. Es, como insiste César Millán a los dueños de perros al borde de un ataque de nervios, el modo y la intensidad de transmitir una energía tranquila a través de una voz clara y firme.

Por último, pathos, el lazo emocional, la parte que conecta empáticamente a las personas y que se consigue a través de la narración de relatos. A través de historias sentimentales, en el mejor sentido de la expresión, es como el orador puede hacer que su mensaje cale en la audiencia. Al cerebro a través del corazón.

En el primer debate a tres entre Rivera, Sánchez e Iglesias, ganó el líder de Ciudadanos en logos, ya que sus datos y propuestas fueron más precisas y basadas en la realidad; el socialista ganó en ethos, ya que su presencia, su voz y su dominio del lenguaje corporal fueron más contundentes y de mejor empaque; por último, Iglesias se llevó la palma en pathos, ya que, aunque fue el más irregular, fue el más espontáneo, directo, y el que mejor supo transmitir frescura y cercanía.

Pero entonces llegó Soraya y mandó parar. Es la primera vez en la historia del toreo retórico que una banderillera se planta a la altura de los primeros espadas. Fajada en mil y una escaramuzas dialécticas en el Parlamento y en ruedas de prensa, por no hablar de esa batalla de trincheras que son las reuniones del Ejecutivo, a la abogada del Estado le cabe el ídem en la cabeza, como era fama en el caso del fundador de su partido, Manuel Fraga. A priori, una mujer que es vicepresidenta, ministra de la Presidencia (con competencias sobre los servicios de inteligencia robadas al Ministerio de Defensa) y portavoz del Gobierno de España tiene la dimensión del logos ganada. Sáenz de Santamaría se sabe todas las estadísticas y, vía CNI, todos los whpps.

Pero ya te puede caber todo el Estado español y el de la UE en la cabeza que si no dominas el lenguaje del pathos, de lo que desde Xabier Zubiri y Daniel Goleman se denomina inteligencia emocional, pierdes. Aunque trató de parar, mandar y templar, Soraya estuvo en el debate a cuatro contra las cuerdas, más hierática que seria, envarada y tiesa. Dado que suena como sustituta de Rajoy como presidenta en un nuevo Gobierno, ante una más que probable victoria pírrica de su partido, incluso cabe sospechar que ha estado tan discreta a propósito. Cuando Rivera dijo que no estaría en un Gobierno ni de Rajoy ni de Sánchez, Sáenz de Santamaría sonrió traviesa.

Si las urnas fuesen como el debate, el sorpasso de Ciudadanos al PP y de Podemos al PSOE sería posible. Rivera e Iglesias desde el centro del escenario de Atresmedia dominaron el centro político español, echando a Sánchez y Sáenz de Santamaría fuera del foco principal. Rivera, más energético, casi frenético. Iglesias, aupado en su núcleo irradiante, adelantando a Sánchez por el procedimiento de pasarle por encima. De nuevo con Rivera ganando en logos, en planteamientos y proyectos. Pero con Iglesias llevando el debate donde quería: todos contra él y él contra la Casta, llevándose de nuevo el premio al pathos, con su demagógico pero divertido estilo de Club de la Comedia, y con Sáenz de Santamaría agarrada al mástil del ethos en un barco de la derecha que amenaza hundimiento entre la Escila de Mariano Rajoy y la Caribdis de Montoro y Margallo. No sólo Kant, también Aristóteles tiene mucho que decir a nuestros tiempos modernos. A pesar de Wert.

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