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Santiago Navajas

Venezuela será la tumba de Podemos

El golpe de Maduro pone de manifiesto los mecanismos autoritarios que subyacen al populismo defendido por el partido de Pablo Iglesias.

El golpe de Maduro pone de manifiesto los mecanismos autoritarios que subyacen al populismo defendido por el partido de Pablo Iglesias.
EFE

Venezuela está en medio de una tormenta perfecta. Y no, no tiene que ver con el cambio climático sino con la combinación de la trampa de los recursos naturales y la estafa del socialismo del siglo XXI. Que es como decir el fraude económico unido a la miseria política. Si un país es rico en petróleo pero es pobre en instituciones democráticas, entonces está abocado a que la clase dominante caiga en una corrupción galopante. Puede ser que este robo institucional se produzca en nombre de un sistema retrógrado, por ejemplo las teocracias islamistas de Irán o Arabia Saudí, o de una ideología reactiva, el socialismo populista de Venezuela. Pero da igual que sean fachas o rojos. Cuando una élite se apropia de la riqueza nacional, impide el desarrollo económico y tecnológico autónomo e impone una dictadura supuestamente legitimada en Alá o en Simón Bolívar, tu país, que diría Vargas Llosa, se jode. Vale la pena recordar el inicio de Conversación en La Catedral del Premio Nobel hispano-peruano en estos tiempos de zozobra venezolana

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe.

Pero Venezuela no estaba destinada a ser el Estado fallido en el que finalmente se ha convertido, devastado por una guerra civil en estado larvario. Del mismo modo que el Brasil del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva o la Argentina peronista de los Kirchner, la Venezuela socialista de Chávez-Maduro se ha constituido en un Estado-buitre, basado en la corrupción institucional de unos dirigentes que usan la violencia como herramienta política, la corrupción como forma de conseguir adhesiones y la demonización del adversario para destruir cualquier oposición.

Volvamos a la trampa de los recursos naturales. Dado que el petróleo coloca todo el poder económico en manos de un Gobierno todopoderoso –que actúa sin la capacidad de poner límites de un mercado eficiente, competitivo e inclusivo–, la tendencia hacia la dictadura es casi irresistible. Y quien tiene todo el poder económico aspira a tener todo el poder político. De ahí la pretensión de Nicolás Maduro de dotarse de una Asamblea Constitutiva a su imagen y semejanza (una imagen patética y una semejanza ridícula).

Cien años después de la toma del poder por Lenin dando un golpe de Estado contra la democracia rusa, Nicolás Maduro trata de imitar a los bolcheviques, a los que podría parafrasear con el lema "Todo el poder para los chavistas". Del mismo modo que los sóviets eran consejos de trabajadores controlados por la facción leninista, el triunfo de "los chavistas" significaría consagrar un régimen de partido único en Venezuela. Porque, al igual que Lenin sabía que jamás ganaría unas elecciones libres, de ahí su toma del poder mediante la violencia, Maduro comprende que en unas elecciones liberales sería barrido por las urnas. Y una vez que no controlase el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, su destino sería el de Lula da Silva, hasta hace poco otro referente del socialismo tercermundista: la condena por corrupción.

Pero Leopoldo López, el líder opositor contra Maduro, no es Kerenski, el débil líder de la incipiente democracia rusa que no tuvo el valor y la fuerza para oponerse al primigenio dictador comunista. Ni la situación internacional implica dejar abandonado a su suerte al pueblo venezolano. Cabe esperar que la firmeza que demostró Obama contra los tiranozuelos bolivarianos se multiplique con Trump, alguien que ya ha demostrado con su apoyo a Taiwán y a Miami que no teme la presión externa de los dictadores de extrema izquierda ni la interna de la doctrina del apaciguamiento.

Se conoce como el efecto Streisand el intento de censura que resulta contraproducente porque finalmente la información que se pretendía ocultar acaba recibiendo mayor publicidad de la que habría tenido si no se hubiese tratado de acallar. Un ejemplo reciente de dicho efecto ha sido la condena a Hermann Tertsch por el artículo que escribió sobre el abuelo de Pablo Iglesias, que finalmente ha conseguido que sea mucho más leído de lo que habría sido en caso de no irrumpir el juez. Nunca una victoria en sede judicial fue más pírrica. El poder de las redes sociales también se manifiesta en que el autogolpe de Estado que está tratando de dar Nicolás Maduro puede terminar siendo la tumba de Podemos, porque pone de manifiesto los mecanismos autoritarios que subyacen al populismo defendido por el partido de Pablo Iglesias, cuyo "compromiso democrático" apoya a sistemas que se autocalifican de "repúblicas populares" al estilo de la misma Venezuela, Armenia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, Rusia, Sudán, Siria o Zimbabue.

El golpe de Estado de Lenin corrió como la pólvora entre la élite intelectual y cobró rápidamente forma de mito y dogma, lo que permitió que durante decenas de años los intelectuales ocultasen y favorecieran los crímenes en nombre del comunismo. Pero, cien años después, el poder de los medios está mucho más repartido y es imposible la creación de un intelectual orgánico como pretendía Antonio Gramsci para manipular a las masas. Tenemos un caso paradigmático en el hecho de que la mayor parte de los jóvenes españoles consideran a Amancio Ortega un referente para su futuro profesional, a pesar de las campañas que en su contra han organizado desde la extrema izquierda mediática. Por todo ello, cabe ser ciertamente optimista, aunque de manera moderada, tanto sobre el futuro democrático de Venezuela como sobre las aspiraciones electorales de Podemos. Cuanto mayor el primero, peores las segundas. Pronto, Maduro seguirá los pasos de sus admirados Lenin y Chávez: le espera el embalsamiento político (metafórico) y el juicio severo de la Historia (literal).

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