Menú
Saúl Pérez Lozano

Chávez acorralado

Por lo general, el ser humano desciende al desquiciamiento cuando sucumbe ante la iracundia. Tal es el caso del presidente Hugo Chávez, acorralado como está ante esa realidad que lo atormenta: el referendo que exigen millones de venezolanos para revocarle el mandato.

Piensa él, como lo dicta su condición mental, y que siquiatras y sicólogos la llaman conducta disociativa, que al embutirse en el uniforme militar que usaba de teniente coronel, se envalentona y a la vez acobarda el adversario. Nos recuerda a esos dictadores africanos que lucen a diario pomposos uniformes y condecoraciones de hojalata. Chávez no debió despojarse jamás del uniforme militar, pues luce mejor dentro de los mismos que en los costosos trajes de marca de reconocidos diseñadores. Es lo suyo.

No es un secreto que a diario Chávez encadena a las televisoras y radiodifusoras del país por largas horas para dar rienda suelta a su mastuerza lengua. Y a diario no deja de participar en algún acto nimio, al mejor estilo tercermundista y populista, para disponer a manos llenas de un dinero que no es suyo.

Estando recientemente en un cuartel en las cercanías de Caracas, emplazó a los militares a que decidieran contra quién apuntarían sus armas, contra el pecho de la oligarquía traidora o contra el pecho del noble pueblo venezolano. Propone, simplemente, muerte entre venezolanos, que se acaben entre ellos para que surja la nueva sociedad, creando así la situación revolucionaria de la que hablaba Lenin. ¿Es eso un demócrata?

Ese era el lenguaje caudillesco del siglo XIX que prevalecía cuando en Venezuela proliferaban las montoneras guerreristas. Y esa es la Venezuela que pretende imponer en el siglo XXI, con su ''revolucionaria'' economía de gallineros verticales, endógena y revolucionaria --y que el pueblo llama robolucionaria por la magnitud de la corrupción--, el hombre nuevo del Che Guevara, sin ambiciones, sin progreso, sin aspiraciones. Un simple robot del sistema.

Acorralado y desesperado, pero aparentando firmeza y decisión, Chávez está decidido a impedir el referendo revocatorio en su contra valiéndose de todos los medios a su alcance, lícitos o ilícitos, para impedir que se le desaloje del poder. Le importa un comino. Desconoce el compromiso contraído ante la OEA, el Centro Carter y el PNUD. Cuando Chávez incita a los militares a usar sus armas contra la población, está violando muchos de los principios de quien, según él, le sirve de guía revolucionario, Simón Bolívar, pero también está incumpliendo con la constitución que dice respetar y acatar, pues en ninguna parte de la misma se habla de esa especie de guerra a muerte entre los venezolanos. Incluso viola la constitución cuando hace uso como institución de las fuerzas armadas para sus objetivos políticos. Chávez aspira a reemplazarlas con una fuerza de reservistas y la ayuda del castrismo cubano.

Los venezolanos quieren solucionar la crisis pacíficamente, pero Chávez se empeña en que no sea así, aprovechando el secuestro a que tiene sometidas a las instituciones, dándoles órdenes, amenazas incluidas, a través de sus programas radiotelevisados en cadenas. No oculta la satrapía.

Los venezolanos están conscientes de que los quieren conducir hacia una trampa, pero la tolerancia tiene también un límite y la decisión por sacar a Chávez del poder es tan grande, visto el arraigado sentimiento democrático de la sociedad venezolana, que no valdrá liderazgo político alguno que pueda impedir la rebelión cívica, también contemplada en la Carta Magna.

Chávez disfruta tanto la violencia, que dio status de ''héroes revolucionarios'' a los pistoleros que saciaron su furia y vaciaron sus armas contra inermes manifestantes el 11 de abril de 2002 y fueron puestos en libertad por un juez y la pobre acusación de la fiscalía. Ambos poderes están sometidos al poder omnímodo de Chávez. Sin embargo, contra éstos y sus cómplices hay juicios pendientes por crímenes de lesa humanidad en varias instancias internacionales.

Chávez es un disfraz muy peligroso. Y por ello hay quienes aún lo consideran un demócrata que lucha por redimir a los pobres. Los hay tanto en Europa como en Estados Unidos, donde el gobierno invierte millones de dólares en cabildeos y costosa publicidad. Curiosamente, sin embargo, no hay un solo indicador económico que lo favorezca, a casi cinco años de su gobierno.

Hoy hay más venezolanos pobres y el desempleo ha alcanzado niveles jamás vistos antes. No se trata solamente de la amenaza que él implica contra el ejercicio de la democracia y la desestabilización hemisférica. Es que no sirve como gobernante, como su récord lo demuestra.

Estamos ante una máscara que pretende perpetuarse en el poder sin importarle la ruina de su país, de destruir los sueños de las generaciones presentes y futuras y, como su mefistofélico maestro antillano, sin importarle el aislamiento de Venezuela del mundo exterior.

Saúl Pérez Lozano es periodista venezolano, coordinador general editorial del Bloque DEARMAS.

© AIPE

En Internacional

    0
    comentarios