Menú
Serafín Fanjul

Contra el racismo

El comunicado final se queda en nada, como era de prever tratándose de la ONU, organismo cuya utilidad está por demostrar –sueldazos y trapisondas aparte–, de inoperancia absoluta y caja de resonancia para cuanto tirano pulula por el planeta.

Si usted –o yo, un poner– ha pasado sus vacaciones de Semana Santa en un agradable viaje turístico por Egipto, puede recapitular sus impresiones y pensar en el alcance ideológico y político de cuanto le ha rodeado, aparte de la evocación de lo mucho de hermoso y bueno que hay en el país en el terreno artístico, arqueológico o cultural, cosas ya sabidas.

Puede, por ejemplo, verse en el barrio copto del Viejo Cairo, en un taxi parado en un atasco, mientras una muchacha de muy buen ver y correctamente vestida como cualquier europea educada, camina por la acera. De pronto, entre ella y su vista se interpone un tipo en un carrito de tracción animal que, al pasar, le escupe Wisja (es decir, "sucia", o sea "puta"). Pero usted también puede considerar que treinta años atrás en el país no se veían las castradoras pañoletas cerradas y las sayas hasta los pies, o que era impensable toparse con las fantasmales mujeres cubiertas de negro y con velos no menos oscuros tapándoles el rostro, a excepción de los ojos, y hasta algunas con burkas, a la discutible moda afgana. Y, por el contrario, ahora mismo todas las féminas musulmanas lucen el antiestético y anulador uniforme islamista. No se ha vuelto a la tradición, porque las muy tradicionales melayas (mantones) egipcias de toda la vida han desaparecido: no tapaban bastante.

Y puede rememorar los carteles que en ciudades y pueblos del Alto Egipto invitan a no continuar con la ablación ("No a la circuncisión femenina"), carteles a los que nadie hace caso, en tanto las mutilaciones siguen en porcentajes de vértigo por encima del 90%. Y puede –usted o yo, un poner– comprobar de qué manera se ha extendido el pietismo en forma de proliferación loca de mezquitas o de presión sobre los cristianos autóctonos, con pintorescas y cómicas explicaciones de los guías turísticos: los coptos se abstienen de cocinar y comer en ramadán, en las horas diurnas, por cariñosa solidaridad con los musulmanes que ayunan. ¿A que tiene gracia?

Después, usted –o yo, un poner– regresa a España y sigue las informaciones acerca de la "Conferencia sobre el Racismo",de la ONU y contempla, extasiado, al representante de un país mucho más represivo y hasta criminal que Egipto (Ahmadineyad, de Irán) impartiendo doctrina, en Ginebra, sobre racismo; y no puede evitar el recuerdo de Roxana Saberi, recién condenada a ocho años de cárcel por comprar una botella de vino, o por espionaje. A elegir. Y tras ella y su pequeño caso, viene la muchedumbre de ejecutados (ojo al parche, Zerolo) y ejecutadas (Bibiana, esto va contigo), ya por ahorcamiento, ya por lapidación; y viene la infinidad de flagelados por consumir alcohol, o flageladas por dejar, al desgaire, que el shador no cubra el pelo del todo. Y etcétera. Pero Ahmadineyad, con su indiscutible autoridad moral, toma a Israel como diana de sus espumarajos, mientras el embajador español juega al don Tancredo, por aquello de que la Alianza de Civilizaciones es el gran proyecto estrella de Rodríguez.

Al fin, el comunicado final de la tal conferencia –y tras la salida masiva de los representantes europeos, durante la intervención del chusmero persa– se queda en nada, palabrería huera, como era de prever y es ineludible tratándose de la ONU, organismo cuya utilidad está por demostrar y aun por definir –sueldazos y trapisondas aparte–, de inoperancia absoluta y caja de resonancia para cuanto tirano pulula por el planeta. Eso sí, con las cuentas y gastos pagados por nosotros: los occidentales, esos malvados en cuyos países existen las libertades civiles y políticas y que comparten su prosperidad con los fugitivos de aquellos Estados felizmente liberados del colonialismo y el imperialismo. Y así les va.

En Internacional

    0
    comentarios
    Acceda a los 2 comentarios guardados