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Serafín Fanjul

Dejen de llorar

Los autodenominados sindicatos de clase anuncian manifestaciones en Madrid para el 11 de marzo, y la única solución que se le ocurre a la Comunidad y el Ayuntamiento es cambiar la fecha de la conmemoración

Hace un mes señalábamos en estas mismas páginas digitales la necesidad, por simple lógica, de esperar algún tiempo para enjuiciar los efectos de las medidas económicas del gobierno, aunque a nadie guste pagar más impuestos, incluido el arriba firmante. Pero hay capítulos que están inquietando cada vez más a los votantes del PP, conforme pasan los meses y don Mariano Rajoy que, sin duda, está trabajando mucho, insiste en llevar a rajatabla aquello de ocuparse sólo de "lo que interesa a los españoles". Lo cierto –que hemos apuntado desde hace años– es que a los españoles nos interesan muchas cosas: una, la economía, pero hay otras de no menor importancia (la educación, la política cultural, la catástrofe autonómica, la desafección por España o…el orden público). De los últimos meses de Rodríguez y su connivencia con perroflautas, mafias sindicales, etarras y cualquiera que ocupase violentamente las calles, no hablaremos porque ahora hay otro gobierno. Ni siquiera de que anden enviscando a los mequetrefes, con o sin micrófono, que insultan y atacan a la policía: es su papel y estaba cantado que ésa sería la leal oposición de Alfredo Pérez.

Sin embargo, hay otro capítulo que sí concierne al gobierno actual: la timidez, y hasta pusilanimidad, con que están abordando (es decir, no están abordando) asuntos tan serios como la desinfección  de la RTVE ( de la cual dependen la información sobre los hechos y aun los hechos mismos) o la postura ante acontecimientos políticos que se van presentando y ante los cuales el gobierno camina a remolque, pidiendo perdón y, en definitiva, escondiéndose. Respecto a la TV, da la impresión de que Rajoy la menosprecia o infravalora en demasía ("Si hemos ganado con RTVE en contra, podemos seguir así", la pregunta es por qué debemos seguir así), con lo cual sobrevalora el alcance y significado de su propio triunfo, conseguido más por hartura y rechazo de los  socialistas que por convencimiento del votante. Grave error y encima quejándose aquí o allá por los desmanes que siguen perpetrando los progres en la televisión pública, crecidos ante la pasividad del gobierno.

Pero hay más. Los autodenominados sindicatos de clase anuncian manifestaciones en Madrid para el 11 de marzo, ofendiendo la memoria de las víctimas y el sentimiento de sus familiares, y la única solución que se ocurre a la Comunidad y al Ayuntamiento (gobernados ambos por dos señoras a las que respeto enormemente) es cambiar la fecha de la conmemoración, aun con la opinión en contra de varias asociaciones, como es lógico. La delegada del gobierno, la gran historiadora Cristina Cifuentes (a tenor de sus mofas y desdén por el Diccionario Biográfico de la R.A.H., para hacerse la guay con los periodistas) dirige una cariñosa y amable carta a los niños mal educados para que, a ver, por favor, si son buenos y cambian la fecha, porque esto no se hace, hombre, no está bien, hay que ser humanos, etc. Inquietante: ¿Es que no puede prohibir o modificar la fecha, o el trayecto, de la panda sindical? ¿Es que no gobierna ella el orden público?¿Cuántas manifestaciones prohibió, modificó, limitó Alfredo Pérez, con acoso policial (en Colón) y multas incluidas, cuando se trataba de clamar por las víctimas del terrorismo, el aborto, el adoctrinamiento socialista en la enseñanza? Doña Cristina todavía no se ha enterado de que los permisos y revocaciones dependen de ella, por ejemplo por riesgo de incidentes. Pero también es grave el silencio de la caterva de periodistas y tertulianos, proclives al PP, que plañen por la insensibilidad sindical y aun no han caído en la cuenta (o eso simulan, como doña Cristina) de que el Ministerio del Interior tiene facultades para actuar y es a él a quien se debe reclamar, no a los perroflautas y gamberros asimilados. De ésos ya sabemos lo que se puede esperar.

Y Valencia. Omitimos el relato de los sucesos, por sabidos y vamos con otros hechos: un día oigo al Sr. Cotino – creo que presidente de las Cortes valencianas – plañendo porque los socialistas han invitado a la tribuna al tal Alberto Ordóñez, Lenin de bolsillo en espera de lo que caiga. Y me pregunto: ¿es que el Sr. Cotino no tiene autoridad para impedir la entrada en las Cortes a cualquier indeseable, por muy de la manita que vaya con el Lucero del Alba?¿Por qué lloriquea en vez de actuar? ¿Por qué el día anterior la delegada del gobierno – doña Paula Sánchez de León – recibió al gamberro que aullaba para “incendiar, a sangre y fuego, las calles de Valencia”? Un anticipo de fallas, pero con revolución, que durante cinco días (¡cinco!) disfrutó – no sé si sigue - Rita Barberá ante su casa, cencerrada cañí o repudio a la cubana, sin que nadie mueva un dedo. Eso sí: con acompañamiento de condenas y quejidos de doña Paula en Intereconomía, una de las pocas televisiones en que permiten asomar tranquilamente a los dirigentes del PP. A propósito, ni siquiera los periodistas de Intereconomía se han percatado  de que el orden público es cosa del gobierno y, por tanto, el ministro no puede largarse regalando combustible al de los incendios hablando de “excesos policiales”, sin siquiera tener los informes oportunos, ni el director de la policía – de quien tengo buen concepto y cuyo nombramiento me alegró – debe empantanarse en la milonga de la proporcionalidad. Pues claro que proporcionalidad, pero a la policía, ni un insulto, ni un desprecio, si queremos que actúe con eficacia; y a los votantes del PP, ni una tomadura de pelo, porque – tarde o temprano – se notan.

Dejen de llorar y gobiernen: para eso tienen los votos. Si –como dicen- Rajoy se las tiene tiesas a Angela Merkel, poner en su sitio a los dominguillos de Alfredo Pérez resultará un juego de niños. Sólo falta tener ganas.

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