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Serafín Fanjul

Frappez la caisse!

de pronto un sector numeroso de españoles, sólo con sus móviles, su intuición individual y libre y una visión lúcida han sido capaces de tomar la decisión de vivir sin cine español, sin cava catalán o sin Canal Plus

Mantengo la frase en idioma original tal como se la oí a un ministro francés de Interior con muchas ganas de amolar a un grupúsculo de ultraizquierda. En efecto (“¡Tocadles al bolsillo!”, traducción muy aproximada), es un buen método, pacífico y eficaz, de hacer entrar en razón a quienes desprecian argumentos culturales, históricos, espirituales, afectivos, de respeto institucional o de solidaridad patriótica. Sabida es la contundencia, más pronto que tarde, de poner en el alero las bases económicas de cualquier proyecto o movimiento humano y el refranero lo refleja bien: Donde no hay harina, todo es mohína. Por eso la insumisión fiscal propende a torpedear en uno u otro sector los fondos del estado cuando un grupo no quiere admitir que su dinero vaya a engrosar las arcas que nutren la pervivencia de tal o cual rubro: unos no quieren que sus cuartos sirvan para sostener la policía o el ejército –no entro en la racionalidad de las pretensiones, me limito a enumerarlas–, otros detestan que se financie con sus impuestos a la Iglesia católica, las oenegés, los festivales de teatro, la renovación de las autovías o las subvenciones al cine, la enseñanza o el sursum corda. Y así sucesivamente, hay para todos los gustos.
 
Pero la objeción fiscal es difícil de llevar a la práctica, sobre todo la selectiva y debemos asumir con la sonrisa en los labios la cruda certeza de que nuestros impuestos van a terminar en alguna medida en las faltriqueras de Llamazares, Caldera o Pepiño Blanco, intelectuales de alto bordo todos ellos, como es sabido. Y no alargamos la lista por no deprimir demasiado a los lectores hurgando en heridas demasiado sangrantes. Sin embargo, y del mismo modo que en algunos países se vota con los pies, marchándose, en la España de los ultimísimos tiempos se ha abierto una vía eficiente y poderosa para al menos llamar la atención de los sordos profesionales; una vía que más que resistencia pasiva significa omisión activa del propio peculio para evitar que con él se nos insulte y ataque. Es un camino pacífico y útil, como mínimo, para expresar la protesta ante atropellos nada imaginarios y quizás, hasta bien dosificado y dirigido, para modificar actuaciones contrarias y nocivas. A raíz del asesinato de Miguel Ángel Blanco algunos tenderos de Ermua –cómplices ideológicos de los asesinos como poco– vieron reducidas sus ventas de manera dramática y los biempensantes progres con la demagogia habitual acudieron en su auxilio por todas latitudes porque se castigaba a inocentes. No entraré en semejante discusión aunque tengo bien claro el fondo de la misma. Sí me interesa más resaltar un fenómeno que ha aflorado en los últimos meses, de forma espontánea, y como resultado de la radicalización y crispación impuesta a la vida nacional –política o simplemente cotidiana– por la izquierda y los separatistas. Sin llamamientos a través de ningún medio de comunicación ni orientada por ningún grupo político, de pronto un sector numeroso de españoles, sólo con sus móviles, su intuición individual y libre y una visión lúcida han sido capaces de tomar la decisión de vivir sin cine español, sin cava catalán o sin Canal Plus. Y no pasa nada. En una sociedad abierta hay alternativas tan divertidas y gratificantes como las que ofrecían esos productos, o más.
 
En verdad, desconozco si es cierto el dato de que unos diez mil abonados de Canal Plus pidieron la baja como consecuencia de esa gracia tan graciosa y obra de grandes graciosos llamada “Un Cristo cocinado para dos personas”; y tampoco sé si las ventas de cava catalán cayeron en Navidad, como se dice, en un 48 %. En cualquier caso, parece evidente que la fundadísima reacción de un sector de los consumidores hizo mucha pupa a los empresarios respectivos. Los españoles más aplastados en sus sentimientos empiezan a cobrar conciencia de la fuerza, juntos, de su poder adquisitivo y, aunque el procedimiento no se pueda ni deba generalizar, ni mantener de modo continuado, ni esperar en él la solución total y mágica de los problemas, sí cabe estimar su éxito como toque de atención para bocazas y secesionistas enloquecidos.“Frappez la caisse!”: como si lo hubieran oído. Y no estuvo mal que los progres de Canal Plus recibieran el recordatorio de que ellos comen porque otros pagan; a los catalanes –separatistas o no– se les refrescó la memoria de que romper el mercado español es de orates (por mi parte seguiré trasegando el excelente cava catalán y creo que la mayoría también), si bien no huelga añadir que la prosperidad de Cataluña se debe, en buena medida, a las aduanas españolas y a las inversiones de igual origen que descapitalizaron el resto del país, extremos estos de los cuales no quieren oír ni hablar. En cuanto al patético cine español y su pérdida de tres millones de espectadores en un año hay que hacer un aparte. Estos propietarios delmundo de la culturano entendían –ni quieren entender– algo muy sencillo, al alcance incluso de sus cerebros: sólo por patriotismo íbamos a ver sus películas. Si no, ¿de qué?

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