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Serafín Fanjul

Historiadores en el PSOE

Pero la cuestión, en realidad, es que no se saben otra: quizá podrían, en alarde erudito, musitar el nombre de Felipe II, con idéntico desprecio y la misma incapacidad para situarlo en su cronología, en su siglo, en un contexto elemental.

En cierta ocasión preguntaron a Lola Flores si le gustaba leer, con la consabida respuesta afirmativa y entusiasta. Repreguntada acerca de su libro favorito, contestó –como es natural e inevitable– “El Quijote”, porque la Faraona, aunque no muy erudita, sabía salir del paso, al menos como cualquier español del montón. Y ella no era del montón y –quizá– tampoco muy responsable, de sólo saberse ese título, como esos supuestos enamorados de la Música Clásica que, tras proclamar tal condición y aficiones, te enjaretan el nombre de una melodía determinada porque más no saben.

Ahora, ante la verborragia condenatoria de José Bono sobre la “España de los Reyes Católicos”, ha habido quien se ha escandalizado de tal animadversión contra una de las épocas buenas de nuestra historia –en términos relativos a su tiempo– y se ha pensado que la izquierda la tiene tomada con los ilustres monarcas como prueba de insobornable progresismo: si fue una etapa buena para España, ellos deben estar radicalmente en contra, porque otra cosa no mola. No niego que algo de eso haya, pero nos tememos que el asunto viene de más abajo, de los mismos cimientos de la incultura en nuestro país que, desde luego, no afecta sólo al PSOE, aunque sea este partido por su ocupación omnipresente de los medios de comunicación el que más oportunidades tiene de mostrar la base y formación de sus dirigentes. Y nada mejor que hacer cifra y bandera contrarias, en esquemas de insuperables simplicidad y simpleza, de un tiempo en que los españoles no tenían dudas sobre sí mismos ni andaban problematizándose cada mañana el ser o no ser de su patria y de sus actos. Meramente actuaban y no les iba del todo mal.

Es normal que quienes aseguran, esdrújulos ellos o vomitando ejques por doquier, que su patria es la libertad, el ansia infinita de paz o el rojerío justiciero, no vean con buenos ojos una etapa de tendencia a la unidad, prosperidad relativa y desparrame hacia el exterior porque había fuerza para ello. Pero la cuestión, en realidad, es que no se saben otra: quizá podrían, en alarde erudito, musitar el nombre de Felipe II, con idéntico desprecio y la misma incapacidad para situarlo en su cronología, en su siglo, en un contexto elemental. Pero, ¿para qué tanto si con la mención de los Reyes Católicos basta para definir la maldad por antonomasia, lo más desgraciado de nuestro país, como los motejó Blas Infante, otra lumbrera historiográfica? No puede extrañar que un prohombre murciano, socialista él, al inquirírsele sobre los susodichos reyes, contestara con un puaf de asco: “Los Reyes Católicos…¡la madre que los parió!”. Sentencia inapelable, venero límpido en el que abrevar las ansias de saber y justicia de tantos socialistas honrados (con perdón, por utilizar un adjetivo tan antiguo como poco progre). Quienes no somos capaces de alcanzar tales cimas de análisis y síntesis nos debemos conformar con el estudio y la reflexión, sucedáneos infames de la ética intuitiva y postmoderna que Rodríguez y Bono (et al.) se gastan.

Y como no es cosa de ponernos a explicar aquí quiénes fueron los denostados monarcas, nos tomamos la libertad de sugerir a los lectores que, si están interesados en profundizar en el tema (“profundizar” no significa necesariamente “aburrirse”), lean los libros del profesor Ladero Quesada, modélicos en cuanto a documentación, claridad expositiva y lucidez: para no perdérselos, de verdad. Y sospecho que puede haber no pocos interesados en esa lectura, que proponemos de forma amistosa y natural, porque es el momento de hacerlo, antídoto fácil contra tanta ignorancia enmascarada en ideología, tanto robaperas encumbrado al acceso a micrófonos y cámaras, el canon de nuestros días.

Elaborar una antología de disparates proferidos por políticos (“disparateces”, que diría Moratinos, otro filólogo de altura) tal vez resulte divertido a ratos, pero no está descartado que, para el mismo recopilador, el empeño puede terminar en melancolía y llantina inagotable a la vista del intrincado monte por desbrozar, la imposibilidad de abarcarlo todo y la conciencia incómoda de comprobar en qué manos estamos. Los partidillos pequeños, por su menor número de apariciones, y el PP por la mucha cautela de sus líderes que, literalmente, se la cogen con papel de fumar antes de abrir la boca, o por disfrutar de una formación mejor de partida dados sus orígenes sociales, suelen engordar menos el anecdotario bufo. Nunca se demostró que, de hecho, ocurriera lo de Sara Mago adjudicado a Esperanza Aguirre, como tampoco se probó la veracidad de la mayor parte de catetadas y deslices achacados a Fernando Morán, paradójicamente uno de los políticos menos incultos que hemos tenido.

Pero la palma en el esfuerzo se la lleva el PSOE, de manera natural y lógica, con la ingenuidad espontánea del persuadido de su eterna razón. El desparpajo para largar cualquier cosa (“lo que sea”, lema de Rodríguez), el desdén ante las críticas (infundadas y absurdas, por definición, cuando no fascistas), la velocidad del rayo para empantanarse en cualquier lodazal del que sólo se sale con mayor caradura todavía, han producido numerosas entradas para un Diccionario y Tesauro del Político Cateto. Si las palabras y los conceptos son irrelevantes –tesis de que es ponente, sabiamente, el presidente por accidente–, dar el salto desde los anglicanismos de Dixie o las extrategias de su jefe, a la revisión histórica en cinco palabras (“la madre que los parió”, por ejemplo) está tirado.

Máxime cuando la TV del estado, o las autonómicas, producen documentales (más bien poquitos, pero malos) en que se elude el asesoramiento de personalidades independientes e informadas, y se limitan a reproducir las plantillas ideológicas de uso y consumo entre la progresía: Reyes Católicos-Felipe II- Inquisición. Y punto. Antes de empezar la proyección ya sabemos el reparto de papeles, de buenos y malos, sin matices ni salvedades, los mismos lamentos, idénticas gotitas de pachulí poético, de lírica convencional y ternura por los moriscos, por su cultivo de la berenjena y por el supuesto cataclismo económico que trajo su expulsión...

A veces, los fabricantes catalanes, andaluces o “del estado” se mejoran a sí mismos, requetebordan el ribete ya bordado: hace unos días vi un enésimo documental sobre las Alpujarras (imaginen acumulación de tópicos sobre la jardinería mora y la maldad castellana y se quedan cortos) y al narrar la historieta legendaria del llanto de Boabdil, recriminado por su madre, omitían, a través de un circunloquio y de modo tan pudoroso como políticamente correcto (¡nada de sexismo, machismo ni militarismo en la TVE de Rodríguez!) la frase misma (“Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre”) que, aunque apócrifa, es bien famosa. Pasito a paso y enredados en sus propios prejuicios y cobardías, cada vez se encierran más en el ovillo –y nos sepultan con ellos, ojo–, el gusano se esconde más y más en el capullo. Veremos qué asoma cuando lo rompa la crisálida.

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