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Serafín Fanjul

Las cumbres, para los alpinistas

Esperemos que Rajoy, o alguno de sus consejeros, tenga algo mejor que ofrecer a Iberoamérica que la admiración bobalicona por las chompas de Morales o los berridos zoológicos de Chávez.

Las Cumbres Iberoamericanas agonizan. Los incidentes habidos en su última edición en Santiago de Chile estaban cantados hace tiempo. Fidel Castro nunca perdió la oportunidad de protagonizar todas y cada una de las reuniones con gestos grandilocuentes de antiimperialismo verbal y salidas de tono extemporáneas, si bien es preciso reconocer que –al menos formalmente– nunca llegó a los grados de zafiedad y ataque personal alcanzados por el muy bien rebautizado como "gorila rojo", o a las quisquillosidades de su monaguillo Ortega.

La verdad, la verdad, es que las Cumbres nacieron en el 91 por iniciativa –e interés particular– de Felipe González y Salinas de Gortari. Y bienvenidas fueron. Pero pronto se vio que, una vez conseguidos los objetivos a corto plazo (liderazgo para México y realzar el autobombo del 92 para España), la cosa no iba mucho más lejos y desde entonces las Cumbres Iberoamericanas languidecen entre retórica, defecciones de mandatarios con excusas peregrinas y escasos resultados prácticos. Se ha hablado de limitarlas a encuentros bianuales y de suprimirlas sin más. Veremos las consecuencias del enojo del engallado caribe (ver el diccionario) y cómo reaccionan sus seguidores populistas, tanto por afición innata a la demagogia como por depender de los petrodólares de Chávez: ¿qué harán Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Cuba, si el coronel golpista les ordena romper filas y abandonar el tingladillo?

La idea original es buena y ojalá se pudiera mantener reorientando la marcha y los objetivos de las Cumbres. Pero si no se engrasa bien la maquinaria –no nos referimos, obviamente, a coimas y mordidas– el invento se para y las piezas saltan cada una por su lado. En eso estamos. Bien es cierto que el principal interesado –España– sufrió la bancarrota económica propia, por obra y desgracia de González en los siniestros años noventa, justo cuando había que empezar las inversiones, donaciones, condonaciones, a largo plazo y a fondo perdido. Por añadidura, nuestra economía no da para tanto como se necesita, aunque los españoles a veces creamos vivir en el país más rico del mundo (¿Han visto el boato y desparpajo gastador de los sátrapas autonómicos y sus enjambres cortesanos? Pero éste es otro asunto). El marasmo económico que se cierne sobre nuestras cabezas tampoco parece refuerzo para la marcha de las Cumbres.

Sin embargo –nos tememos–, al margen de los impedimentos económicos, hay otros dos problemas mucho más graves de orientación: qué objetivos reales –aparte del turismo de altura– han de tener esas reuniones y su seguimiento; y , quizás lo más grave del todo, qué concepto tiene sobre sí misma y qué metas pretende la promotora principal. No es buscar tres pies al gato, ni ganas de arremeter contra el Gobierno socialista, si recordamos que carece de una idea de España, fuera de su atomización política y social en todos los terrenos, y por tanto mal puede fijar e intentar cumplir una acción exterior coherente y provechosa para nosotros y para los receptores de nuestras ayudas materiales o apoyos diplomáticos, cuando los hay. No es sólo la liviandad de los indocumentados y cantamañanas que llevan nuestra acción exterior (omito los nombres por respeto a mí mismo, no a ellos, que no lo merecen: vean los noticieros de la TVE socialista y comprenderán a quiénes me refiero, amén de los obvios Moratinos-León), el problema es mucho más hondo. Si España es un concepto discutible, o no existe, o sistemáticamente carece de razón en el tiempo y en el espacio y esas ideas las airea y defiende el Gobierno de España (la última vez respecto a Ceuta y Melilla), resulta complicado convencer a bolivianos, hondureños o dominicanos de la seriedad y conveniencia mutua de nuestros propósitos, aunque funcionarios de segundo o tercer nivel se esfuercen por cubrir los agujeros de la dirección política, si es que tal hacen.

La crisis de España ha llegado a las Cumbres Iberoamericanas y en su forma más llamativa y habitual: el guirigay, la bronca y el pataleo. Que Rodríguez y Moratinos disfruten, con tibieza en la respuesta, los ataques a Aznar en una reunión internacional por parte de uno de sus compadres preferidos no es sino la prolongación de la campaña de intoxicación anti-Aznar y por consiguiente anti-PP que nos rodea por tierra, mar y aire. Es un capítulo más de la internacionalización, gozosamente propiciada por Rodríguez, de nuestros conflictos domésticos, ¿o es que no recuerdan ustedes cómo quiso el Gobierno actual legitimar a la ETA ante la Unión Europea reconvirtiendo a Batasuna en organización respetable? ¿Cómo olvidar la admisión de mediadores ajenos en sus negociaciones con los terroristas vascos? ¿Y la aceptación de Gibraltar como interlocutor válido, aparte de Gran Bretaña? ¿Se imaginan ustedes difundiendo la cultura española a un tipo que escribe "estrategia" con equis y acento en la segunda e?

Esperemos que Rajoy, o alguno de sus consejeros, tenga algo mejor que ofrecer a Iberoamérica que la admiración bobalicona por las chompas de Morales o los berridos zoológicos de Chávez. Buena parte del futuro de nuestra nación sigue en América: quien no lo vea, o está ciego o cobra por serlo.

N.B.: Respecto a la historieta referida por Chávez, según la cual Aznar dijo "ésos se jodieron" (aludiendo a centroamericanos, africanos, etc.), aclaramos que ya en el mero terreno lingüístico la anécdota es inverosímil: un señor de Valladolid no diría nunca eso, sino "que se jodan". Lo que cuenta Chávez encaja bien en su propia habla y en la antillana, etc. Acerca de la credibilidad del individuo no me extenderé: no me gusta perder el tiempo.

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