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Serafín Fanjul

Navidades enfermas

No les basta con el aplastamiento de la Nación y el desguace del Estado, por añadidura deben dar gusto al revanchismo e incultura de quienes les llevaban las pancartas y apedreaban las sedes del partido gobernante

Acabo de regresar de Alemania. Si usted se mueve en Navidad por Franconia, verá la bandera alemana ondeando sin complejos ni conflictos junto a la de Baviera, las campanas le recordarán que se halla en un país cristiano y en las ciudades mayores (Bamberg o Nuremberg), en las medianas (Erlangen, Forchheim) o en los pueblitos más chicos (Wernsdorf, Strullendorf, Zeggendorf), en todas partes encontrará preciosos  Nacimientos abiertos al público, presidiendo los lugares de honor de las plazas, dispuestos y cuidados con esmero y devoción, por todos apreciados y queridos: católicos y protestantes en ellos se reconocen, ateos y agnósticos los respetan sin sacar las patas por alto, como hacen los extranjeros pertenecientes a otras confesiones, por ejemplo los turcos. Y si no les gustan se guardan mucho de rechistar, como sucede en su país con los pocos cristianos locales respecto a las fiestas musulmanas. Todo es normal y fluye con sencillez y lógica, sin tensión de ningún género: en un país cristiano se celebran públicamente las fiestas cristianas. Y punto. Lo mismo podría decirse de cualquiera de los países en cuyo bloque sociocultural nos hallamos (México, Italia, o EEUU, etc.) En todos menos en España.
 
De nuevo ser español conlleva una sobrecarga de vergüenza al compararnos con los demás. No porque la mayoría de los aquí nacidos no queramos a nuestra tierra y nos identifiquemos con sus cosas, que parece que sí, sino porque una minoría irracional y chillona, por azares electoreros, ha trincado otra vez los ramales del poder y precisa, para ordeñar bien la vaca, secarle previamente el seso. No les basta con el aplastamiento de la Nación y el desguace del Estado, por añadidura deben dar gusto al revanchismo e incultura de quienes les llevaban las pancartas y apedreaban las sedes del partido gobernante, al cual aperreaban y agredían mientras –oh, paradojas ibéricas- le motejaban de asesino.
 
Pero el asunto no procede sólo de los partidos separatistas o de la izquierda, también hay una base social –cuyos votos capitalizan esas facciones- que se las da de ilustrada por leer a Maruja Torres o embelesarse con Joaquín Sabina o Almodóvar (ahora, la última moda es Amenábar), que se regodea ciscándose en los derechos y sensibilidad de sus convecinos de toda la vida. Y no decimos compatriotas porque tratándose de ellos la palabra patria les viene grande: su patria son las ballenas y tienen buen cuidado de situar sus preocupaciones pacifistas a miles de kilómetros, no sea que haya que dar la cara de verdad en algún conflicto cercano, por ejemplo denunciando a los cómplices de la ETA en festivales de cine o, simplemente, aceptando una pegatina de las víctimas de esa banda. Y es que en la pre Navidad también nos recordaron que hay víctimas de primera y de segunda. Y asesinos por igual bien clasificados: si usted es etarra, de segunda y la categoría de sus asesinados muy secundaria ante la lucecita pugnaz y tierna con que nos iluminó la TVE socialista en el mes de diciembre a todas horas; pero si usted es un asesino musulmán, sea feliz y disfrute porque hasta sus víctimas le exonerarán de toda culpa y afirmarán, convencidos y justicieros, que usted no ha matado a nadie, que en realidad los autores fueron “los fascistas asesinos”, momentos antes de ir a insultarles un rato.
 
Porque en nuestro país de listos todo está distorsionado: el más listo de todos –el alcalde de Madrid- ha decidido, con el auxilio impagable pero bien pagado de sus musas sabias, que eso de los belenes no es postmoderno y para poder ser bien zarandeado la próxima vez por los progres, fuerza es ofrendarles algo, por ejemplo una sopa de letras inconexas, pues ya con la sopa boba no basta; Rodríguez –el que hará bueno a González- persevera en su creatividad prodigiosa y, tras descubrir la Alianza de Civilizaciones y la teoría de la Rendición Preventiva, ahora promociona la cuadratura del círculo, una fiesta religiosa sin religión, al fin las Navidades laicas, con los medios nada baladíes del estado, momentos antes de que sus compadres se los coman; Cecé, la del eterno aire de taponcillo cabreado, contribuye eficaz al bochinche escabechando los Papeles de Salamanca; la mujer de un terrorista islámico (presunto, por supuesto), frente a la cobardía general, paraliza y anula una fiestecita navideña infantil en un colegio de Granada; y en el otro extremo –Gijón, por más señas- cuatro gatos imponen lo propio, lo mismo que la mujer del terrorista (presunto, claro) a inmensas mayorías acollonadas y silenciosas, la famosa madurez de los españoles, ya saben; y como la estupidez siempre encuentra imitadores, proliferan en otros puntos casos similares, en tanto algo autodenominado “Los Verdes” denuncia a los obispos por mantener y defender su doctrina sobre el matrimonio, corpus ideológico y normativo por cierto vigente en casi todos los países del mundo, pero no en el nuestro, faro de sandeces, guía de cretinadas bien difundidas que sólo nos conducen a una conclusión: otra vez estamos dando el espectáculo y ahora por nada.
 
Durante años se hizo proverbial  la frase “la vasca es una sociedad enferma”, por lo bien que muchos vascos digieren y asimilan los asesinatos etarras –y por lo bien que engorda, ahíta de nueces, una parte de  la ciudadanía vasca, que diría Rodríguez el Rendido-, pero también a lo largo de años hemos sospechado que la enfermedad afectaba a todos los españoles, no sólo a los vareadores del norte, con o sin boina. Si Rodríguez el Valiente explotó y sigue explotando su Retirada Preventiva fue porque –como él mismo dijo- “patriotismo es hacer lo que la gente quiere”, aunque la máxima se torne relativa al tratarse de otros asuntos (¿cuánta gente ha pedido, en vano, clases de religión? ¿Cuánta ha exigido, con gran éxito, matrimonios homosexuales?). La española es una sociedad muy enferma, en estos prolegómenos tan diver y tan guay de las amputaciones que vienen, si Dios y algunos españoles poco a la moda no lo remedian, o lo remediamos. Y mientras, los belenes de Franconia se muestran con naturalidad, sin pretensiones publicitarias, dirigidos a los corazones creyentes, al respeto a uno mismo que todos nos debemos, eso tan elemental que aquí perdimos hace tiempo.

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