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Serafín Fanjul

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Invasores: recordad Poitiers, no es seguro que no pueda repetirse, aunque esta vez la respuesta venga por la vía de la superioridad de la democracia y la libertad

Se reúnen en estos días en España (Barcelona y Palma de Mallorca) dos cumbres, conferencias, foros o folklores indeterminados cuya denominación es lo de menos. A la una asisten diversos mandatarios de ambas orillas del Mediterráneo para hablar del diálogo, no para cerrar acuerdos concretos que resuelvan problemas reales de inmigración y terrorismo (el pretexto aducido), para dialogar sobre el diálogo, firmar cualquier cosa (a lo que ya se ha mostrado dispuesto el sabio de La Moncloa: cuando escribíamos este texto todavía no había pronunciado su famosa frase “cerrar el acuerdo que sea”, lo habitual en el hombre) y en los próximos meses y años olvidarla e incumplirla.
 
Por de pronto, varios jefes de estado árabes ya han rubricado la verdadera importancia que dan al anfitrión y al convite no asistiendo al mismo. Nada nuevo. En el otro cónclave el asunto es todavía más delicuescente y etéreo: la Alianza de Civilizaciones. Por deferencia a los lectores omitimos los comentarios que a cualquiera se le vienen a las mientes al respecto y que en buena medida hemos expresado ya varias veces en esta página electrónica. Quizá lo más imperdonable y tedioso de este Rodríguez sea cuánto nos obliga a repetirnos por sus ocurrencias o las de sus asesores. Ambos eventos, de inutilidad cantada, responden al ansia infinita de protagonismo (disfrazada de paz, de rojo irreductible, feminista de honor y sursum corda) de un personaje menos que de medio pelo obsesionado por ser alguien en alguna ocasión, por un instante siquiera, Virgencita de mi vida.
 
Sin embargo, uno de los problemas de fondo , más allá y más acá de Rodríguez, estriba en el modo de relacionarnos los occidentales con el islam, una de las religiones más insensibles a la noción de cambio y al reconocimiento de la evidencia histórica de la evolución en las sociedades humanas. Con pertrechos ideológicos cosiqueados a base de retales más o menos fantasiosos de la vida de Mahoma, de lo más ultrarreaccionario de la Edad Media como Ibn Taymiyya y de los residuos del pensamiento de Muhammad ‘Abduh, que degeneraron en el surgimiento de la banda terrorista Hermanos Musulmanes –la fundada por el abuelito de Táriq Ramadán– una pandilla de buenos vividores en Europa nos amonestan un día sí y otro también por nuestras culpas pasadas y presentes: por supuesto, es en balde pretender explicarles que esto de las responsabilidades es cuestión vidriosa, que precisa matizaciones, situarlas en su contexto sin extrapolar conclusiones fulminantes a partir de hechos aislados o poco seguros, o aclarar cuán mal camino es para el entendimiento general convertir el conjunto de nuestras relaciones en un regateo de zoco con gruesas palabras, dimes y diretes, retrocesos y presiones de navajero.
 
Siguen la táctica que mamaron desde niños, combinando en alternancia fija los lloros con las amenazas, las confianzas y avances descarados con los pucheros compungidos. Tampoco esto es nuevo, aunque tal vez sí lo sea el entusiasmo –ni inocente ni gratis– que despiertan en las filas políticamente correctas de estas latitudes, prestas a imponer en su versión del pensamiento único la obligatoriedad y, sobre todo, la inevitabilidad de la islamización europea: “Abandonad toda esperanza”, como táctica, puede ser útil para desanimar aun más a los tibios, o sembrar inquietudes y duda en los fuertes. En todo caso, dar por seguro tal resultado es alfombrado camino de plata para que acabe sucediendo. “Relájate y goza”, decían los ácratas del 68 y siguientes; el problema, quizá, es que muchos no queremos ser violados en absoluto y bajo ningún concepto. Guárdense, pues, sus vaselinas apocalípticas.
 
Pero no se las guardan y arremeten con la infantería pesada –pesadísima– de negar la existencia de una identidad común europea (Krishan Kumar), reducido el continente a mito contrarrevolucionario y suma de identidades étnicas y nacionales, entre las cuales descuella –¿cómo no?– la nación catalana (M. Castells), ventajas de ser uno mismo quien reparte ascuas y sardinas: mientras Europa no existe (y España no digamos), Cataluña es una realidad inmanente al decurso del cosmos, eterna e increada como Dios, etc. A nuestro juicio, toda agrupación humana que se base en ideas y en el deseo de pertenencia a la misma constituye una abstracción que depende de la voluntad de los miembros del grupo y eso vale para todos: Cataluña, España, Europa, el cristianismo o el islam. Todas esas nociones existen en función de que hay catalanes, españoles, europeos, cristianos o muslimes que las mantienen. Pero todas, no unas sí y otras, a capricho o conveniencia.
 
Obviamente, al negar la identidad común europea buscan un objetivo diáfano: declarar res nullius moral y cultural a este espacio geográfico y legitimarse para su ocupación en todos los órdenes. Es la vieja táctica utilizada en otros tiempos por conquistadores y colonizadores europeos, que comenzaban por proclamar vacías de gentes las tierras que ambicionaban, por mucha superpoblación que soportaran. Despojan, en sus intenciones, al continente de sus señas de identidad principales y comunes –como hacía un personaje de Galdós en la novela Ait a-Tettauen– , a saber, el cristianismo, el derecho romano y el germánico, la filosofía griega y el sustrato cultural latino regado por doquier y ya tienen listo el argumento para el horno.
 
Ayer, por no ir más lejos, el persa Jatamí, el que se negó a dar la mano a la reina Sofía para que no le contaminase de impureza, volvió a soltar la matraca de la islamofobia occidental, siempre idéntico monótono discurso para no abordar jamás las reformas sociales, culturales y morales que los países islámicos precisan desde hace dos siglos, eternamente ocultas tras el subterfugio necio de la culpabilidad ajena: ¿obligaron los colonizadores ingleses y franceses al mantenimiento del velo, de los crímenes de “honor” o de la persecución feroz contra los apóstatas? Por no alargar los ejemplos.
 
Pero no se contentan con el victimismo endémico en la panda, también esgrimen una petulancia chovinista con la que tratan de apabullarnos exhibiendo recuerdos de medias verdades o de fantasías puras y duras, tal la pretensión de que el pensamiento político occidental le debe casi todo al islam medieval (Táriq Ramadán, ‘Azzam Tamimi) y para fundamentar la majadería se limitan a recordar el nombre de Averroes (y sólo el nombre) sin añadir que fue sañudamente perseguido por su leve racionalismo, o a traer a colación, como cuna de la democracia, en delirante pirueta, al consejo tribal que asumió el poder a la muerte de Mahoma. Y después se quejan de que no les tomemos en serio.
 
Mas no naufraguemos en este Mar de los Sargazos: el barco europeo navegará –y mucho– en tanto la tripulación sea consciente de quién es y a dónde quiere llegar, una tarea que nos compete a todos, sin abandonar el campo sin lucha, al estilo Rodríguez. Invasores: recordad Poitiers, no es seguro que no pueda repetirse, aunque esta vez la respuesta venga por la vía de la superioridad de la democracia y la libertad.

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